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Déjense ya de juegos

Control para detectar coronavirus en un aeropuerto.

Antón Losada

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Si le preguntan a un experto en gestión de crisis sobre cómo se lidia con el reparto de culpas durante una, muchos recurrirán a la metáfora del “juego de la culpabilidad”; usando lo de “juego” en su significado académico, nunca lúdico. Conforme se consolida la contención de la crisis y se intuye su resolución, los gestores tienden a buscar un chivo expiatorio a quien castigar o a armar una explicación que reduzca la gravedad de los hechos a un percance organizativo ya subsanado. Se trata de proteger o bien el liderazgo o bien el sistema; depende de la severidad de los daños y de si se han visto afectados o no valores cruciales del sistema.

En nuestro caso estamos constatando cómo, a diario, se acelera una dinámica donde las mismas comunidades autónomas que se quejan del mando único y reclaman tomar sus decisiones lo usan como coartada para evitar explicar qué ha sucedido durante su guardia en sus sistemas sanitarios o de atención a los mayores. O comprobamos cómo el mismo Gobierno central que ha reclamado el mando centralizado para, supuestamente, asegurar la coordinación, transfiere la responsabilidad a las autonomías cuando toca explicar la descoordinación o hay que tomar algunas decisiones potencialmente peliagudas; por ejemplo, en materia educativa.

El juego de la culpabilidad viene con las crisis y resulta instintivo; forma parte del instinto de supervivencia de un gestor. Resulta cruel, oportunista y se desarrolla lleno de medias verdades a medias y medias mentiras. Pero incluso este juego tiene sus reglas y tiene sus límites.

La Comunidad de Madrid se resiste a facilitar las cifras de fallecidos en residencias de la tercera edad de su exclusiva competencia y a publicar los datos siguiendo las instrucciones del Ministerio de Sanidad. Metodológicamente no tiene un pase, dificulta el análisis y genera confusión. Las autoridades madrileñas lo saben y, si lo siguen haciendo, solo puede deberse a que esos son los resultados buscados. Políticamente solo se explica como un intento de controlar informativamente los daños de la realidad de la gestión.

En Cataluña, la Generalitat, después de ignorar durante semanas lo que sucedía en las residencias bajo su exclusiva competencia, ha decidido ponerse a contar a la vez los muertos en hospital con pruebas y los muertos en casa o en residencia sospechosos y sin prueba. Metodológicamente es un delirio, dificulta la comparación y genera confusión. Las autoridades catalanas lo saben y, si persisten, será porque esos son los resultados buscados. Políticamente, solo se explica como un intento de embarullar el debate sobre su gestión contribuyendo a la escandalera de una política española que ha decidido suicidarse y caer alegremente en la trampa del partidismo, tan explicada como alertada por los expertos en gestión de crisis.

Al Ministerio de Sanidad se le pueden reprochar muchas cosas, empezando por una más que deficiente gestión de la logística, donde alegar que los mercados sanitarios se han convertido en junglas sin ley solo evidencia su propia falta de previsión. Pero difícilmente se le puede criticar que haya sido confuso o poco transparente, o haya modificado su criterio respecto a los datos sin un criterio técnico; como por ejemplo no mezclar los casos confirmados con los casos sospechosos.

Vamos a dejarnos de medias verdades y mentiras estadísticas. Resulta algo más que burdo que las dos comunidades autónomas que más mayores han visto morir en sus residencias y que más han apostado por la provisión privada sean las líderes en la generación de confusión y desconfianza en torno a las cifras reales. En política, la confusión siempre sirve a un mismo fin: eludir o diluir la propia responsabilidad.

Tampoco parece aceptable el oportunismo de aquellos presidentes y comunidades autónomas que dicen que tenían los datos de víctimas en sus residencias pero no los daban porque el Gobierno central no los había pedido. No los publicaban porque así sus estadísticas parecían menos dramáticas. Cuando las noticias eran buenas, que el Gobierno central no se las pidiera nunca les ha detenido para publicitarlas durante estas semanas. No sé a quién creen que engañan a estas alturas. Desde el confinamiento se ve todo.

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