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Feijóo o la ambigüedad calculada

Alberto Núñez Feijóo y Pablo Casado.

Esther Palomera

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Entre el 4 y el 15 de junio, además de 11 días, hay dos versiones de Alberto Núñez Feijóo. Al presidente de la Xunta le pasa a menudo. No solo en primavera o en tiempos de pandemia. Nunca se sabe si va o viene, si está a favor o en contra. Pasen y lean sus últimas declaraciones sobre la gestión de la crisis sanitaria y el Gobierno de España.

“Cuando tienes un gobierno con 22 ministros, que no se conocen entre sí, cuando el Gobierno está dividido en dos y con una gestión ineficaz, automáticamente hay que introducir señuelos del Gobierno, la crispación, la difamación y el insulto (...) El culmen de todo fue la moción de censura a un presidente que había ganado dos elecciones seguidas, a partir de ahí hubo una escalada de tensión porque el objetivo no era gobernar, era estar en el Gobierno”. La cita de hace dos semanas es literal de una entrevista en la Cope del presidente de la Xunta.

El otro Feijóo, el del pasado domingo tras participar en la decimocuarta y última conferencia de presidentes, es bien distinto. En ese momento, solo tuvo palabras de agradecimiento para el Ejecutivo, y reconoció públicamente su esfuerzo en el control de la pandemia. Lo llegó a escribir en su cuenta de Twitter: “Agradezco la colaboración y el diálogo que ha habido en la mayoría de los momentos, y reconozco el esfuerzo del Gobierno central, con aciertos y con errores, con acuerdos y diferencias”.

Dos versiones de un mismo político que pueden verse también en declaraciones públicas sobre las residencias de mayores. Un día acusaba al Gobierno del abandono de los centros, y al siguiente admitía que las competencias son de las Comunidades Autónomas. Así es el presidente de la Xunta. Moderado de día y excesivo de noche. Los días pares se alinea con la estrategia de la calle Génova, y los impares marca territorio para tomar distancia de Pablo Casado por si un día soplan vientos de cambio, no en Galicia sino en España.

El terreno sobre el que juega no es sólo el autonómico. Nunca lo ha sido, aunque nunca tampoco ha descubierto con claridad sus verdaderas intenciones. Por eso rara vez es inequívoco, más bien es un abonado de la duda, la confusión y la incertidumbre. Su ambigüedad es calculada para que nadie le pueda acusar de aspirar a nada más que la presidencia de la Xunta. Si alguna vez tuvo otra aspiración, que la tuvo no hace mucho, amagó pero no se atrevió a dar el paso.

Si la claridad es la cualidad que se le debe exigir a un político, Feijóo no la practica demasiado. Y, pese a quienes sostienen que ser ambiguo nunca es una ventaja, lo cierto es que él es una máquina de ganar elecciones, algo que no puede decir todavía Casado. Claro que sus críticos podrán decir que aquella tierra es muy proclive al monocultivo.

El presidente de la Xunta ha vuelto a apelar este lunes a la “estabilidad institucional” ante las “borrascas” que asoman en el horizonte tras la crisis de la COVID-19 y ha defendido trasladar al Congreso el “sosiego dinámico” de autonomías como la gallega frente a la “crispación que atenaza” la política. “No albergo dudas -dice- de que la crispación que atenaza la política nacional no tiene sustento social. España no es así y los españoles, tampoco”.

Sosiego es precisamente lo que no transmiten Casado, García Egea o Álvarez de Toledo cada vez que suben a la tribuna del Congreso de los Diputados. Así que en Génova habrán tomado nota de que Feijóo pretende enmendar la plana a la dirección popular en un momento en el que vuelve a haber tensión entre las dos almas del partido por ser un émulo de Vox o ser, desde la moderación, alternativa de Gobierno.

Feijóo siempre podrá decir que al hablar de crispación no se refería a la actitud de los suyos. Y con esa intención seguramente, tras elogiar al Gobierno de Sánchez, también dijo que el PP ha estado “a la altura de las circunstancias”. Se llama ambigüedad calculada, nadar y guardar la ropa o esperar a ver cómo sopla el viento.

Como antaño Alberto Ruíz-Gallardón, Feijóo se preocupa de cultivar una imagen de moderación dentro de la derecha, con posturas más tibias que las del ala dura de su partido para erigirse en factor diferencial. Tanto es así que Vox lo acusa de ser un “nacionalista” más.

Si el resultado del 12 de julio en las elecciones gallegas avala su estrategia y revalida la mayoría absoluta, en el PP barruntan que dará la batalla nacional, un relato que no se atrevió a escribir en 2018 por miedo, por responsabilidad o por simple oportunismo. Con Feijóo cualquier cosa es posible. Esta vez dicen que sí está dispuesto a saltar a la arena nacional. O no, que diría Rajoy, el hombre del que tanto aprendió el presidente de los gallegos.

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