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Feijóo se marca otra peineta

El presidente del PP, Alberto Nuñez Feijóo, con la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, y al presidente del PPE, Manfred Weber.

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De los mismos creadores del “que se jodan” (los parados) que la popular Andrea Fabra profirió en el Congreso de los Diputados, llegó luego el “os jodéis” que espetó Carmen Martínez de Castro a un grupo de jubilados que protestaba contra el recorte de las pensiones impuesto por Rajoy. Los mismos guionistas han fabricado estos días el “matadlos a todos” con el que Ayuso ha arengado a sus diputados contra la izquierda madrileña. Y ahora, en sus pantallas, pueden ustedes ver la peineta de Alfonso Fernández Mañueco a una procuradora socialista cuando reclamaba en las Cortes de Castilla y León ayudas directas para los celíacos.

Todo es lo mismo. Forma parte de la misma mirada de desprecio, de una idéntica falta de respeto por los contrarios y de un común denominador de arrogancia ante todo lo que no forme parte de su universo. Un cosmos en el que toda crítica es susceptible de ser contestada con una buena peineta o con un “que se jodan”.

¿Qué diría la derecha mediática si semejante obscenidad hubiera salido de la mano de un Pedro Sánchez, de una Yolanda Díaz, de una Ione Belarra o de cualquier otro miembro del Gobierno de España? Titulares a toda página, editoriales condenatorios, exigencias de dimisión y hasta solemnes declaraciones de persona non grata. Y con razón. Pero, claro, esto lo hacen Mañueco o Ayuso, que manejan un presupuesto con el que riegan de publicidades y ayudas -que no paguitas- a los medios afines y es completamente distinto. Que si pudo ser un gesto involuntario, que si se colocaba el puño de la camisa, que si solo se rascaba la muñeca, que si el 'matadlos' de la incontinente presidenta madrileña fue solo en sentido figurado… Peccata minuta.

La peineta, por si alguien no se maneja en ese tipo de códigos obscenos,  'es ese gesto con el que se estira el dedo corazón y por el que la historia cuenta que Calígula tenía predilección como modo de humillar a sus súbditos. Por eso el gesto de Fernández Mañueco, que ni fue casual ni fue involuntario como demuestra el visionado de las imágenes, no es una mueca o un calentón, sino una forma de vida y de hacer y estar en política. Es una manera también de demostrar lo poco que les importa todo lo que les es ajeno o excede del perímetro de su marca. Da igual que sea en Castilla y León, que en Madrid, que en España.

Precisamente a España y a la reforma de las pensiones que ha aprobado el Gobierno de Sánchez ha puesto a caldo Feijóo en su último viaje a Bruselas. Y eso que la propuesta para garantizar la sostenibilidad del sistema, que no plantea recortes y sí un aumento de los ingresos, ha recibido todos los parabienes de las instituciones comunitarias y contado con el aval de los sindicatos y todos los aliados parlamentarios del Gobierno. Al presidente del PP le parece mucho mejor la revisión impuesta por Macron en Francia que aumenta dos años la edad de jubilación, ha provocado protestas masivas en las calles y ha puesto contra las cuerdas al Ejecutivo. 

Arden las calles de París y a Feijóo le gustaría que ardiera igual nuestro país. No es la primera vez que viaja a Europa para trabajar contra los intereses de España y de sus pensionistas, en línea con la estrategia que siguió su antecesor Pablo Casado cuando hizo lo mismo para que no llegaran los fondos de recuperación europeos. Se llaman patriotas, pero conspiran, siempre que son oposición, contra los intereses de esa patria de la que se erigen en garantes únicos.

Feijóo no estira el dedo corazón, pero la peineta es la misma que la que practica Mañueco. La diferencia es que al castellanoleonés le han pillado las indiscretas cámaras y al presidente nacional del PP solo le delatan, de momento, sus palabras ante las instituciones europeas.

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