¿Quién está ganando?
Ni un solo movimiento de los políticos deja de tener su componente electoralista. Ahora y desde hace ya mucho tiempo, seguramente demasiado. Teniendo en cuenta ese factor, que lo marca todo, resulta difícil valorar las posiciones que unos y otros defienden en las diatribas que se suceden en la escena, sustituidas a los pocos días por otras que dejan en el olvido las anteriores. No tiene sentido profundizar más allá de lo obvio en esas cuestiones. El impacto que unas y otras actuaciones tienen y tendrán en el electorado se verá el 28 de mayo. Hasta entonces, lo razonable es esperar.
La evidencia más clara de que esas trifulcas responden a intereses electorales -que la mayoría de las veces consisten en lesionar la imagen del rival, más allá de la eventual sustancia del debate- está en cómo se comportan los muchos tertulianos que pueblan los debates de los medios de comunicación. Salvo algunas excepciones, ahora más honrosas que nunca, el alineamiento con las posiciones que defienden las dos partes del espectro político no tiene matices.
Por ejemplo, los tertulianos de derechas defienden con un ardor digno de otras causas la decisión de Ferrovial de cotizar en Holanda. Los del otro lado la combaten con denuedo. Repitiendo uno y otro día los mismos argumentos, que en el primer caso son exactamente los del PP, sin modificación alguna y en el otro los del Gobierno.
No hay espacio para posiciones intermedias o matizadas, que el asunto las merecería, pues no está claro que sea tan horroroso, siendo muy criticable, lo que ha decidido hacer la empresa. Ni tampoco que el Gobierno haya actuado todo lo bien que debía, pues no es muy creíble que la Moncloa se enterara de lo que pretendía Ferrovial el día que lo anunció en los medios. De lo que cabe sospechar que, adelantándose, el Gobierno podría haber ejercido presiones eficaces antes de que fuera demasiado tarde.
Ahora la trifulca está en la intención del Gobierno andaluz de permitir a los agricultores que desequen aún más el coto de Doñana. Todavía no ha hecho sino empezar, porque se tarda un tiempo en trasladar la polémica de la periferia al centro mediático que es, cada vez de forma más omnímoda, Madrid.
Los argumentos esgrimidos por el presidente de la Junta de Andalucía, en un tono bastante más agresivo que nunca, no son precisamente muy sólidos. Pero los complementa, como suele ocurrir en estos casos, con echar las culpas a los socialistas de lo mal que está Doñana. El Gobierno se lo ha tomado muy mal -sobre base bastante más sólidas- y da la impresión de que la cuestión sólo se resolverá con la intervención de Bruselas, que ya desde hace algún tiempo viene advirtiendo que si se hacía algo parecido a lo que ahora quiere hacer Juanma Moreno las represalias serían muy fuertes.
Está claro que si esa reacción de la UE se produce, y todo indica que se producirá, en su momento, la Junta tendría que dar marcha atrás. A no ser que el PP quisiera arrostrar las consecuencias de imagen que tendría una sanción europea y no digamos un bloqueo de fondos a pocos meses de las elecciones generales. Es probable, por tanto, que Moreno tenga que dar marcha atrás. Pero más adelante. Cuando su iniciativa ya haya impactado en la opinión de las poblaciones agrarias de Andalucía, ante las que la derecha quiere presentarse como su protector a fin de reducir la tradicional influencia socialista en esos ámbitos.
Ese es el juego. Así es y siempre ha sido la política. Lo nuevo en el panorama es el papel de los tertulianos. Cada vez más inanes. Hasta el punto de que cabe pensar que más de un responsable de medios de comunicación esté pensando en suprimirlos. Lo malo es que no es fácil encontrar con qué sustituirlos.
En el mes y medio que falta hasta el 28 de mayo surgirán nuevos temas de polémica. Las maquinarias de los partidos trabajan a tope para encontrarlos. La campaña electoral no admite tiempos muertos y, si no hay gritos, la cosa deja de tener gracia. De todos modos, seamos justos: los tertulianos alineados con la izquierda no son tan excesivos como los de derechas. Muchos de estos últimos actúan como si siempre estuvieran librando la última batalla y su ardor combativo suele guardar una proporción inversa con la solidez de sus argumentos.
Los debates sobre estos temas apasionantes ocupan cada vez más todo el espacio informativo. Cuando menos, de las televisiones, que son las que más llegan a la gente. Pero, en parte, también de los diarios. Lo de Ferrovial es el más claro ejemplo de ello y cabe preguntarse cuánto le importará este asunto a la mayoría de la opinión pública.
Lo malo es que con esa obsesión por los temas candentes se está sustrayendo prácticamente toda la información sobre asuntos que son cruciales. Para empezar, sobre el estado real de la economía y sus perspectivas.
Tras de que sus pronósticos catastróficos no se hayan visto confirmados por los datos, el PP ha abandonado ese terreno, dejándoselo libre al PSOE y a Pedro Sánchez, que día tras día se regodea con los buenos resultados que está proporcionando las estadísticas y fía mucho a ese optimismo para obtener un buen resultado electoral.
Pero la realidad es más complicada. Sigue habiendo mucho paro, los salarios siguen estando bajos, la vivienda y los alquileres muy caros y millones de españoles viven en la precariedad o al borde de ella. Hay que tenerlo en cuenta a la hora de hacer pronósticos. Claro está que con la falta casi absoluta de información sobre la situación preelectoral en las ciudades y en las regiones en las que se va a decidir el 28M -y esa información existe, pero o los medios no llegan a ella o no quieren contarla- cualquier acercamiento a la misma es imposible.
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