El gigante Garamendi en el desfile de los salarios
Ya lo profetizó Antonio Garamendi hace unos meses, cuando criticó el impuesto a las eléctricas: “Primero los judíos, luego los comunistas, y luego me tocó a mí”. En efecto, ahora le ha tocado a él, convertido en blanco de las críticas políticas, y diana del rencor de los curritos mal pagados.
En su defensa diré que los 380.000 euros anuales de Garamendi me parecen perfectamente coherentes con la organización que preside: su sueldo es muy representativo del empresariado cuyos intereses defiende. Esa desproporción, la distancia que va de sus 380.000 euros a lo que gana la mayoría de asalariados, es la misma que se da en las grandes empresas. Incluso se queda muy por debajo de los ejecutivos de algunas grandes corporaciones, y no digamos del sector bancario: sus 380.000 están por encima de los 260.000 que según Randstad ganan los CEO de grandes empresas, pero muy lejos de los 221 empleados de banca que ganan más de un millón al año.
Las cifras marean, y al final nos dan igual 100.000 que un millón, porque a partir de cinco ceros todo nos parece la misma burrada. Necesitamos otras unidades de medida para apreciar la desigualdad salarial, como para medir el monte quemado usamos el campo de fútbol mejor que la hectárea.
Una opción es convertir esos sueldazos en salarios obreros, como hacía Miguel Espinosa en La fea burguesía. Si tomamos por ejemplo el salario mínimo (1.080 euros brutos por catorce pagas: 15.120 al año), veríamos que Garamendi gana 25 salarios mínimos, o que hay banqueros que se llevan a casa 70, 90, 200 o hasta 1.000 salarios mínimos.
Pero siguen siendo números, no se aprecia bien. Necesitamos el equivalente a los campos de fútbol. Y el mejor sistema para visualizar la desigualdad salarial lo ideó hace cincuenta años el economista holandés Jan Pen: el “desfile de los salarios”. Se lo leí a César Rendueles en su ensayo Sociofobia, y lo recuerdo cada vez que se habla de sueldos, sueldecitos y sueldazos. Consiste en imaginar un desfile callejero en el que participásemos todos los asalariados del país, pero con una particularidad: nuestra estatura física sería proporcional a nuestros ingresos.
Teniendo en cuenta que el salario medio en España está en unos 2.000 euros brutos, y el salario mediano en 1.757 euros, pongamos que la mayoría mediríamos entre 1’70 y dos metros. Casi un tercio de los participantes en el desfile tendría la talla de un niño, menos de 130 centímetros; y entre ellos habría unos dos millones de trabajadores chiquitines que apenas superarían el metro de altura, los beneficiarios del salario mínimo. También habría más mujeres bajitas que hombres, y más gente de talla corta en unas comunidades autónomas que en otras, que la desigualdad salarial va también por barrios.
Lo interesante del desfile comienza cuando terminamos de pasar los que tenemos una estatura humana. Cada vez veríamos gente más alta, exageradamente alta, monstruosamente alta, de tres, cuatro, cinco metros. Hasta que comenzasen a llegar los verdaderos gigantes. Miren, por allí viene un montón de altos ejecutivos que miden como grandes árboles, como edificios de cuatro o cinco plantas, cuidado que no nos pisen con sus zapatones.
¡Atención, que ahí llega el gigante Garamendi! Se le ve venir por encima de los edificios, pues es tan alto como una torre de doce pisos. O para que se hagan mejor idea: tan grande como la Estatua de la Libertad (sola la estatua, sin pedestal). ¿A que así vemos mejor la diferencia entre nuestro sueldo y el del presidente de los empresarios? Y con todo, parece un enano si lo comparamos con los colosos que vienen cerrando el desfile: los mencionados 221 banqueros que ganan más de un millón. Los más “bajitos” entre ellos serían tan grandes como Godzilla, mientras que los más altos tendrían el tamaño de una montaña. Normal que ni nos vean desde esas alturas, como decía Bernardo Vergara esta misma semana.
Y esto son solo salarios, que si hablásemos de desigualdad patrimonial no tendríamos escala en la Tierra con la que comparar. ¿Se entiende ahora mejor el problema de desigualdad salarial que tenemos, “esta gigantomaquia que es la lucha de clases” en palabras de Rendueles? ¿Se entiende mejor lo indignante de que los gigantes se resistan a que los bajitos crezcan unos centímetros?
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