El Gobierno odia a las ONG
Al Gobierno no le gustan las ONG y las ha convertido en otro de sus objetivos a batir. Eso es lo que trasluce en el borrador de la nueva Ley de Subvenciones que prepara. En lo que se conoce del borrador, ya sabemos que, si la ley entra en vigor, las ONG tendrán que cofinanciar obligatoriamente sus proyectos con entidades privadas, así como adelantar el dinero de las subvenciones, lo que muy pocas están en disposición de hacer si no es… exacto, pidiendo créditos, esa zanahoria perversa del capitalismo.
Se pretende, por una parte, hacer de las ONG un nuevo nicho de negocio para el capital financiero, que se endeuden. Aunque estas organizaciones no tengan ánimo de lucro, eso no quiere decir que los bancos no puedan lucrarse con ellas, habrá pensado la lumbrera del PP correspondiente. Por supuesto que endeudarse sólo podrán hacerlo las grandes; todas las pequeñas y la mayoría de las medianas van a desaparecer. Poco le importa a este Gobierno que el trabajo que realizan estas organizaciones para amortizar las consecuencias de la desigualdad se quede sin hacer. Y poco le importa al Gobierno gestionar el hambre, la enfermedad o la necesidad extrema como un negocio. Se trata de privatizar hasta el último resquicio de la vida humana, ahora le ha tocado el turno a la solidaridad.
Si en el camino desaparecen la mayor parte de las ONG pues casi mejor. Al Gobierno no le gusta ninguna de ellas, ni siquiera las católicas. Y no le gustan por varias razones fáciles de adivinar; porque su mera existencia pone de manifiesto que la gente puede organizarse con el solo objetivo de ayudar a los demás; no le gustan tampoco porque con su trabajo y sus denuncias desvelan la injusticia y la desigualdad creciente, el dolor que provocan sus políticas. No le gustan porque su labor es un ejemplo a seguir, porque son la conciencia de la sociedad, y este Gobierno ni tiene conciencia ni quiere verla revoloteando alrededor. No le gustan porque las ONG critican sus políticas y porque lo hacen, además, desde una posición de prestigio social indudable y de credibilidad ganada a base de trabajo duro, honrado y sin ánimo de lucro, lo que hoy pocas instituciones pueden decir; “sin ánimo de lucro” es una intención subversiva para el Gobierno, es una provocación, como dijo Montoro de Cáritas.
Al Gobierno no le gustan las ONG porque estas organizaciones encarnan proyectos éticos, lo cual es nefasto para sus planes. Porque el neoliberalismo es una política, pero es también, y sobre todo, una ideología que pretende naturalizar la injusticia y la desigualdad hasta que lleguemos a creer que la pobreza es parte de la naturaleza y que no tiene remedio. No se trata sólo de imponer sus políticas, sino de que pensemos que no hay alternativa a las mismas porque la vida es, de por sí, injusta y desigual. “La pobreza siempre ha existido y nadie sabe cómo acabar con ella”, que diría Marhuenda. Por eso es importante que desaparezca cualquier rastro de conciencia social en forma de lo que sea, de ONG solidaria, de movimiento social, de pensamiento.
La entrada obligatoria de las empresas privadas en las ONG significará el fin de muchas de ellas; de todas aquellas cuya labor no sea vista por las empresas como una buena promoción para su marca. Así que todas aquellas que se ocupan de las causas menos populares, menos “vendibles”, posiblemente las más necesarias, están condenadas a desaparecer. Porque las empresas que entren a cofinanciar proyectos no tendrán otro fin que la propia promoción y en ningún caso la consecución de ningún objetivo social. Además, lo que si les interesará a estas empresas será no indisponerse con el gobierno. Obligar a que las ONG tengan que endeudarse es una manera de acabar con la mayoría de ellas, y obligar a que tengan que colaborar con las empresas privadas colaboren es una manera de amordazar a las que queden; de silenciar los discursos críticos y convertirlos en discursos de caridad.
Todo porque el ejercicio de la solidaridad es para este Gobierno y para el neoliberalismo, peligroso. No estoy exagerando. En EE.UU los miembros del Tea Party opinan que la palabra “solidaridad” es comunista y que no debe dejarse margen alguno a su práctica. Para esta derecha la mejor manera de mejorar las vidas de los pobres, de los desahuciados, de los enfermos sin seguro médico, de las mujeres maltratadas o de los niños desnutridos es convertirlos en mercancía y poder sacar de ellos algún beneficio empresarial. El mercado es el perfecto organizador de la vida social y es también, según ellos, el que mejor puede distribuir la caridad, que es lo único que conceden que hay que distribuir. Si hay que dar alguna ayuda para evitar que los muertos se agolpen en la calle y para que no se produzca un estallido social, si hay que hinchar a la gente de comida basura y de aspirinas, incluso de eso se puede hacer negocio. Y se disponen a ello.
El programa de este Gobierno no se limita al programa económico austericida impuesto por la Troika y del que son entusiastas ejecutores, sino que es un programa ideológico completo que busca no dejar piedra sobre piedra de un sistema que fue uno de los mayores avances civilizatorios que hemos sido capaces de poner en práctica: un sistema que en España nunca llegó a funcionar del todo, pero que imaginó que todas las personas tenían derecho a llevar una vida digna. Eso se ha acabado del todo y ahora lo que debería acabarse es nuestra paciencia.