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¿Para cuándo un grupo de mujeres que abandone a la izquierda narcisista?

El 'escuadrón' demócrata (de izquierda a derecha): Ilhan Omar, Ayanna Pressley, Rashida Tlaib y Alexandria Ocasio Cortez.

Violeta Assiego

Puedes dispararme con tus palabras

Puedes cortarme con tus ojos

Puedes matarme con tu odio

Pero aún así, como el aire, me levantaré

Maya Angelou

Echo de menos en España “un escuadrón” de mujeres políticas que desoigan las instrucciones de su partido mientras plantan cara a la injusticia, el machismo, racismo y lgtbifobia que aterriza en gobiernos e instituciones con acuerdos y pactos que redoblan la insolidaridad, la intolerancia, la desigualdad, la especulación, el cinismo y la fanfarronería.

No tenemos en nuestro país prácticamente mujeres que (en la escena política) representen a grupos no hegemónicos. Escasean esas mujeres racializadas, musulmanas, bolleras, trans, gitanas o de origen extranjero no occidental, esas que representan la diferencia. Las poquísimas que hay con este perfil parecen estar instrumentalizadas o eclipsadas por la testosterona de las formaciones políticas a las que pertenecen y resisten invisibles bajo la blanquitud de nuestras instituciones.

Nadie puede negar la evidencia: en España (y también en la Unión Europa) la política la hacen los hombres blancos cis con sus compañeras, que también son blancas y cis. Lo contra hegemónico no es que sea minoría, es que sencillamente es algo residual y así debe seguir a ojos del orden patriarcal del que tampoco se salva la izquierda (ni la de toda la vida ni la de la nueva política ni la que está esperando una repetición electoral para ocupar escaños y hacer lo mismo sin parecer igual).

Aquí no tenemos ni se espera ningún 'escuadrón' de mujeres como las cuatro congresistas que están sacando de quicio a Donald Trump y poniendo de los nervios a republicanos y demócratas. Ayanna Pressley, Ilhan Omar, Alexandria Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib, de entre 29 y 45 años, están logrando captar la atención mediática y popular haciendo política progresista y social, sin valerse del insulto, la manipulación, las fake news ni el victimismo. Más allá de resultar inspiradoras, desprenden coherencia, integridad e inteligencia emocional. Sin embargo, su magnetismo y su fuerza están en su imagen como grupo. De esta se desprende hermandad, dignidad, feminismo y diversidad no solo entre ellas sino con todos sus votantes y esa otra gente que, desde multitud de lugares, hace frente a las políticas de odio, mezquinas, machistas y supremacistas de Donald Trump. Esas mismas que, si pudiera, Vox implantaría aquí.

La respuesta de las congresistas a los ataques personales y racistas del presidente es una lección de política de Estado. Lejos de amedrentarse por la violencia verbal y escénica de Trump, usan con inteligencia y carisma sus redes sociales, las ruedas de prensa, sus comparecencias públicas y sus declaraciones para lanzar un llamamiento a la no distracción de lo verdaderamente importante (lo que realmente preocupa e importa a la gente) y transmitir apoyo y dignidad a la gente a la que ataca Trump sin freno: “quiero decirles a los niños que no importa lo que diga el presidente, este país les pertenece” (Alexandria Ocasio-Cortez).

Tienen clara cuál es su agenda política y social y suenan creíbles cuando dicen que nadie las va a callar ni parar. Se conciben como un escuadrón (squad) que las trasciende y va mucho más que ellas cuatro. Se sienten representantes de millones de personas cuando luchan contra el cambio climático, los derechos de las trabajadoras domésticas, denuncian las condiciones inhumanas de los centros de detención de inmigrantes en las fronteras, señalan a Israel por su trato al pueblo palestino, reivindican el acceso universal a la Sanidad sin deudas, trabajan contra la pobreza y la desigualdad... En definitiva, hacen frente a todas aquellas políticas y medidas de Trump que vulneran los derechos de sus conciudadanos y no contribuyen a construir un mundo más justo y equitativo.

Ellas son el muro que Trump y su supremacismo no se esperaban encontrar, son la conciencia que el “establishment” del Partido Demócrata ha perdido al acomodarse en las instituciones, son la voz de las personas que les han delegado su voto. Juntas están “construyendo un movimiento que incluye a todas las personas; un movimiento centrado en la justicia racial, social, económica y ambiental” (Ilhan Omar)

Volviendo a nuestro país y viendo el panorama, estamos a años luz de que exista ese escuadrón de mujeres racializadas y no hegemónicas que usen su posición política para luchar contra la injusticia y las políticas fascistas de la derecha descentrada. Ni Carmen Calvo ni Irene Montero representan o encabezan “un escuadrón” verosímil ni similar, la primera porque ni se plantea lo de salir de sí misma y la segunda porque no basta tener ganas, hay que dejar espacio.

No tiene pinta de que vaya a ser en esta legislatura (si es que se inicia) en la que vayan a surgir, dentro de los partidos de izquierda, un grupo de mujeres políticas contra hegemónicas y objetoras a esta forma de hacer política narcisista. Pero quién sabe. Tampoco se esperaba Donald Trump que surgieran de la nada estas cuatro mujeres que no logra amedrentar, parar ni callar. Aunque es cierto que en Estados Unidos la diversidad cultural, racial y étnica está bastante más incorporada a los partidos e instituciones de lo que aquí podríamos llegar a lograr en un lustro.

Mientras nuestra izquierda se desintegra, me permito soñar con ese futuro perfecto en el que los partidos políticos de izquierda incorporen las voces políticas de esas mujeres que, desde los márgenes, llevan años levantándose cada día con orgullo, rabia y dignidad a pesar de los prejuicios, el desprecio, el machismo, el racismo, la transfobia y la violencia institucional. Sé que suena utópico, pero hoy más que nunca solo lo necesario es posible. Y necesitamos un escuadrón feminista descolonial y no hegemónico que nos saque de este callejón sin salida que es la izquierda a fecha de hoy.

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