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La impunidad es una materia dura y abundante en el subsuelo de nuestra democracia

Emilio Silva

El 30 de agosto se conmemora en el mundo el Día Internacional de los Desaparecidos. En España hay todavía 114.226 mujeres y hombres, asesinados por la represión franquista, que no han recuperado su identidad y que son buscados por sus familias. Nuestra convivencia normalizada con esa realidad es consecuencia de la hegemonía de unas élites que no podían buscar su legitimidad en la lucha contra la dictadura y han tratado de construirla en el entorno de las víctimas del terrorismo. Para eso era necesario invisibilizar el franquismo y narrar la historia reciente como si lo inmediatamente anterior a la transición hubiera sido la guerra civil.

Aeropuerto de Barajas, 26 de noviembre de 2013. Un grupo de personas de diferentes edades se va reuniendo frente al mostrador de una compañía aérea. Se saludan, se abrazan y empiezan a conversar. El círculo va creciendo y de pronto todos reaccionan cuando llega una mujer mayor, que esboza una enorme sonrisa que se congela en su rostro cuando su hija, después de saludar, enuncia que la madre va a cumplir 89 años en pleno vuelo.

La mujer mayor asiente sonriendo, recibe felicitaciones y algunos abrazos extra. En el billete que lleva en la mano se puede leer su nombre, Ascensión Mendieta, y en los rasgos de su rostro se pueden intuir cosas de su historia.

Cuando se supo que un grupo de víctimas de la represión de la dictadura franquista se proponía viajar a Argentina para declarar ante la jueza que desde el 14 de abril de 2010 investiga las violaciones de derechos humanos del franquismo, Ascensión dijo: “Allá voy”.

Que la hija de un desaparecido por la represión de una dictadura cumpla 89 años volando miles de kilómetros en busca de justicia explica mucho de nuestra sociedad, de nuestra falta de cultura de los derechos humanos, de cómo nos hemos acostumbrado a convivir con la monstruosidad que supone que 114.000 mujeres y hombres, que querían seguir viviendo en un país democrático, sigan en fosas comunes sin que nuestras instituciones hayan hecho el esfuerzo de buscarlos, de saber quiénes son, de saber qué les pasó, de perseguir a los culpables del mayor acto criminal y terrorista de nuestra historia reciente.

El 20 de noviembre de 1978, Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia se hicieron una fotografía en México DF con Dolores Rivas, la viuda del presidente republicano Manuel Azaña. El entonces monarca estaba en campaña, escenificando que sería el jefe de Estado de las dos España, dos semanas antes del referéndum constitucional.

El rumbo de la transición estuvo marcado por los intereses de las élites franquistas. Y del mismo modo que el franquismo se desvinculó del nazismo, con el que había mantenido estrechísimas relaciones hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, las élites de la dictadura, con el consentimiento de algunos sectores de la oposición, blanquearon sus biografías para que su posición social dominante no apareciera ni pareciera vinculada al uso y abuso de la violencia por parte del régimen.

Así transcurrimos por la historia reciente reteniendo a Pinochet en Londres, abriendo causas de Guatemala, Argentina o Ruanda en nuestra Audiencia Nacional, mientras similares violaciones de derechos humanos cometidas por el franquismo eran “otra cosa”.

A finales de los años 70 los familiares de los desaparecidos iniciaron un movimiento de búsqueda y en zonas de Navarra, La Rioja o Palencia se exhumaron decenas de cuerpos. Pero llegó el golpe de Estado de 1981 y el miedo acumulado durante cuarenta años heló la sangre de los familiares que se paralizaron por miedo a que despertara de nuevo la dictadura. (Cuántos miles de folios se han publicado sobre las posibles autorías del Golpe y qué pocos sobre sus efectos psicosociales).

El uso de la desaparición en la violencia política explica el deseo del represor de que personas con esas ideas no deberían existir. En el caso de los hombres y mujeres que están en las fosas son quienes construyeron nuestro primer periodo democrático durante la Segunda República; elecciones con sufragio universal masculino y femenino y diferentes ideologías en el poder.

Ascensión Mendieta regresó de Argentina, pronto hará dos años, y sigue luchando por recuperar los restos de su padre. Desde hace año y medio un juzgado de Guadalajara ha recibido una petición de la justicia argentina para que se exhume la fosa donde podría encontrarlo. Pero los laberintos burocráticos hacen que pase y pase un tiempo que para ella corre muy rápido.

Decenas de miles de familiares de desaparecidos han muerto en estos casi cuarenta años transcurridos desde que falleció el dictador sin que ninguno de los Gobiernos democráticos haya asumido la responsabilidad de encontrarlos. Su dolor, su miedo, la injusticia que han sufrido en democracia son una deuda pendiente que no desaparecerá mientras no sea reparada.  

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