Invísteme despacio que tengo prisa
Si Junts no ha firmado aún el acuerdo para investir a Pedro Sánchez se debe a que ERC lo firmó el pasado jueves 2 de noviembre y aquí nadie quiere compartir escenario con nadie. Puigdemont quiere ser el último en dar el sí para que se vea cuánto cuenta y aprovechar hasta el último segundo de foco. Todo lo demás, excusas. Los reparos que plantean a la ley de amnistía carecen de sentido jurídico alguno, o confunden la amnistía, que siempre son no nominativas y referidas a supuestos tipo, con un indulto, siempre referidos a personas y casos concretos. Se trata de ser el que diga la última palabra y se lo haga posible a Sánchez.
Está en su derecho, los demás hacen o al menos intentan exactamente lo mismo. A los socialistas les ha perdido, como casi siempre, la falta de empatía con los problemas de sus socios. No tenían prisa y todo el mundo tenía que tomárselo con calma, hasta que empezaron a tener prisa y todo el mundo debía tener esa misma prisa. El aspirante Sánchez hizo visible de golpe al elefante en el Comité Federal y todo tenía que resultar como en una serie de Netflix, picado y que pasen tantas cosas que no dé tiempo a preguntarse por qué ha pasado la cosa anterior porque ya te están contando la cosa siguiente.
Era previsible que Junts no iba a tener urgencia después de haber visto cómo ERC le robaba la merienda y Félix Bolaños y Oriol Junqueras se la zampaban en directo con alegre apetito. Culpa de Junts que le birlen los premios mayores por no entender que, en estos tiempos, quien coopera, gana; y quien demora, pierde. Culpa de los socialistas por no tener previsto que había que dejar pasar unos días y preparar la escenificación a tono con la siguiente estrella invitada.
Puigdemont sabe que su protagonismo es inversamente proporcional a la celebración de la investidura. Cuando antes suceda, menos tendrá. Una vez que Sánchez sea presidente, los tiempos los manejará el presidente, no el president.
Las negociaciones han ido tan lejos que ambos comparten un problema bastante similar. A Sánchez le va a costar trabajo explicar lo de la amnistía a una parte de sus propios votantes. A Puigdemont le va a exigir el mismo trabajo, o más, razonar a los suyos por qué no hay acuerdo cuando ya iban en Rodalies y aliviando la deuda; especialmente contárselo a los “soldados” que ya ven cerca el final de su purgatorio penal o civil y que se consideran todo menos Vips —Jordi Turull dixit—.
Puede que no haya acuerdo al final porque con Puigdemont siempre se sabe cómo empiezan las cosas, pero no como acaban. Esa posibilidad nunca debe excluirse. Pero parece un abismo demasiado profundo para asomarse por mucho que enganche el riesgo. Ver a Esperanza Aguirre cortando el tráfico en Ferraz se antoja el mejor indicador de que la investidura llega como el invierno.
Si quieren preocuparse por algo, pregúntense por el silencio del PNV. No es casualidad que sean los dos partidos nacionalistas menos a la izquierda, o más a la derecha, aquellos que se están reservando el momento final para su entrada triunfal en el apoyo al gobierno de la supuesta mayoría progresista.
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