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¿Y si la izquierda terminara gobernando?

Los problemas se le van a acumular a Rajoy en el último año de legislatura.

Carlos Elordi

Los resultados de las elecciones europeas han cambiado significativamente la percepción de las perspectivas políticas que antes de que se celebraran tenían todos los partidos y seguramente muchos ciudadanos. Algunas convicciones que parecían inamovibles se han diluido de repente y han surgido incógnitas, y hasta esperanzas, que de concretarse en uno u otro sentido de los posibles pueden modificar el cuadro político actual. Y no a muy largo plazo.

Para empezar, en el PP. Su desastre electoral sin paliativos amenaza el futuro de Rajoy y de los suyos, justo en un momento en el que creían que lo tenían más y mejor atado que nunca. El único discurso identificable del gobierno, su burda campaña de que la recuperación está en marcha, ha sufrido una derrota inapelable en las urnas: la gente, comenzando por buena parte de sus votantes potenciales, no se lo cree y lo ha dicho con una claridad inapelable.

El otro intento prioritario del PP, el de tapar los escándalos de Bárcenas y de Gürtel, ha resultado igualmente frustrado: por mucho que se esfuercen el PP y sus corifeos mediáticos, por muchas maniobras judiciales que se hayan destinado a tal fin, la gente no ha olvidado. El partido de la derecha sigue siendo para una buena parte de la opinión pública un conglomerado en el que abundan los corruptos y en el que mandan unos personajes que de una u otra manera han metido las manos en ese charco. Por si hacía falta más, cada día nuevas sentencias judiciales lo confirman sin posibilidad alguna de dudas.

Incapaz de quitarse esos dos estigmas, la corrupción y la falta de credibilidad, el gobierno ya no es más que un gran entramado de poder que no sabe utilizar para mejorar la suerte de los españoles y que se limita a seguir ciegamente las consignas que llegan de Berlín y de Bruselas. Y lo más probable es que un gobierno así no consiga revalidar su primacía política en 2015.

De entrada, puede perfectamente perder el País Valenciano, la Comunidad de Madrid, las capitales de esas dos regiones y unas cuantas más en las elecciones municipales y regionales que se celebrarán dentro de un año. Núñez Feijóo ya se ha colocado a la cabeza de un movimiento de alejamiento de Rajoy. El valenciano Fabra prácticamente ya se ha situado en esa posición. Monago anda por ahí. Y seguramente otros barones regionales se sumarán a esa corriente en los próximos tiempos con el fin de tratar de demostrar a sus electores potenciales que ellos no siguen las directrices de Génova.

Todo indica que las aguas se van a agitar en el interior del PP y es muy posible que el poder del ministro Montoro, que sigue controlando la caja de la financiación autonómica, no sea capaz de calmarlas. Y un partido dividido es el peor aditivo para tratar de cambiar el rechazo de la opinión pública hacia las políticas de Rajoy y hacia su cada vez más endeble liderazgo.

El PP lo tiene por tanto muy difícil, aunque aún no ha perdido la partida. Renovar su mayoría absoluta en 2015 parece en estos momentos una tarea imposible. Y gobernar en minoría se antoja ahora casi tan arduo: los resultados de las europeas han arruinado definitivamente la hipótesis de una coalición con el PSOE y un entendimiento con CiU es imposible. Encima Rajoy ya no puede retrasar más su toma de posición en la crisis catalana y sea cual sea el camino por el que opte, su decisión le acarreará serios problemas con uno u otro sector de sus electores: el ABC ya le ha advertido de que no se le ocurra ser blando. Y aunque derrotado, Vidal Quadras sigue ahí.

En el PSOE puede ocurrir cualquier cosa. Su dirección actual está desautorizada, su senado, los veteranos de la época de Felipe, son ya poco más que meros comparsas, y nadie dentro del partido tiene la más mínima idea de hacia dónde orientará su política la Ejecutiva y el secretario general que salgan del congreso de julio. En el que Susana Díaz o Eduardo Madina tendrán que hacer componendas con las camarillas influyentes del partido si quieren ser elegidos. Y el resultado de ese proceso es imprevisible.

Lo que no puede discutirse es que el Partido Socialista sigue siendo un referente que hay que seguir teniendo en cuenta. No por su discurso, que no existe, pero sí por los votos que conserva y por el poder institucional que aún hoy detenta y que puede conservar, al menos en parte, en futuras elecciones. ¿Qué función podría desempeñar esa fuerza batuqueada y cada vez más desprestigiada en un proceso de cambio político que ahora no parece imposible y que una semana antes parecía cegado para mucho tiempo?

Por el momento, esa pregunta no tiene respuesta. Si es capaz de hacer algo más que achicar el agua que ha entrado a raudales en sus bodegas, el PSOE que salga del congreso habrá de optar entre dos vías opuestas: la de orientarse hacia el centro para tratar de atraerse a los votantes que están dando la espalda al PP y recuperar así algo de la fuerza perdida, o la de girar a la izquierda para poder confluir con los partidos que crecen en ese mundo a fin derrotar a la derecha en las municipales y autonómicas y más tarde en las generales.

A la izquierda del PSOE, las salidas estratégicas tampoco están claras del todo. Podemos es el vencedor moral de las europeas. Aún más: su éxito ha sido un revulsivo para la esperanza entre mucha gente de la izquierda que no le ha votado. Pero en el corto plazo sólo un entendimiento con otras fuerzas puede dar continuidad política a su victoria. ¿Es posible con IU? Habrá que verlo. Y, más adelante, con el PSOE mismo. Parece aún más difícil todavía, pero no es imposible. Sobre todo si la recompensa de ese pacto que hoy parece contra natura es echar al PP.

Habrá tiempo para ver cómo evolucionan las cosas, que pueden hacerlo en cualquier sentido, pero en el debate podrían introducirse dos elementos más: uno es que explosiones sociales puntuales como la de Can Vies puedan ser más frecuentes. El otro figura en un análisis de nuestras perspectivas económicas españolas que ha publicado el equipo de Nouriel Roubini. En él, aparte de que ve el futuro muy negro, figura la hipótesis de que un gobierno de izquierdas se haga con el poder en España.

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