Negociar con el pirómano
En marzo de 2011, cuando surgieron las primeras protestas en Siria, los partidarios de Bashar el Asad popularizaron un eslógan en respuesta a los de Hurriya (libertad) que coreaban los manifestantes: “Bashar, o quemaremos Siria”. Más de cuatro años después, entre bombardeos del régimen, atrocidades del autodenominado Estado Isámico (Daesh para los árabes), y con todas las grandes potencias implicadas de un modo u otro en el conflicto, Siria arde por los cuatro costados y los pirómanos siguen en el país.
“Ha llegado el momento de negociar con Asad y luchar juntos contra el terrorismo”, decía el 7 de de septiembre el ministro de asuntos exteriores y cooperación García-Margallo, unas declaraciones que iban más allá de las realizadas por el presidente francés, que aunque en la práctica refuerza al régimen sirio continúa insistiendo en que “Asad debe partir”. “Como padre, no puedo asistir impasible a imágenes como las del niño Aylan”, decía García-Margallo, que en cambio sí parece impasible a las imágenes de las víctimas de los barriles de dinamita que a diario lanza el régimen sobre la población civil.
En un pacto que desde hace un tiempo no era difícil prever, varias potencias europeas se suman ahora a Rusia en una intervención militar que dice poner el objetivo en Daesh y en realidad rescata a Asad. Apoyan también a Putin, para confusión de quienes aún habitan el mundo en dos ejes de la guerra fría, Israel y EEUU. Forman parte de las conversaciones su aliado saudí y otros países del Golfo, que a la vez que alimentan el extremismo en la región se ofrecen para combatirlo.
El resultado de las negociaciones han sido más barriles de dinamita
El balón de oxígeno le llega a Asad en el momento en que más lo necesita. Tras sucesivas derrotas, y con el grupo Jesh el Islam estrechando el cerco en torno a su feudo de Damasco, el régimen pasaba por sus peores momentos desde el inicio de las protestas en marzo de 2011. Al borde de la asfixia, no ha cesado de bombardear núcleos de población civil, desde Alepo hasta Douma, pero ha sido en las últimos semanas, reforzado por el pacto contra Daesh, cuando más se han recrudecido los ataques. El 27 de septiembre, un pequeño parque de atracciones en Homs fue bombardeado durante el segundo día del Eid (la fiesta grande de los musulmanes), causando la muerte de catorce niños y decenas de heridos, según la red Sham SNN.
Para la población civil siria, el resultado de las negociaciones internacionales han sido más barriles de dinamita, un arma barata que se rellena con material explosivo y fragmentos metálicos que al explotar se proyectan como metralla, conocidos como “los barriles de la muerte”. Han supuesto también la continuación de los asedios, las muertes por inanición, las detenciones arbitrarias y las muertes bajo tortura.
“El régimen de Asad sigue en el poder, asesinando siete veces más civiles que ISIS”, escribía Abo Adnan, un joven sirio de 22 años, desde un campo de refugiados en Alemania. “Los líderes mundiales deben actuar para detener las bombas que caen del cielo. Podemos sobrevivir a fuego de francotiradores y armas químicas, pero los barriles de dinamita son insoportables. Una zona de exclusión aérea o creación de zonas seguras salvarían vidas de forma inmediata. Y yo sería el primero en regresar a casa”.
En la misma línea se expresaba la Coalición Nacional Siria, que en un comunicado del 28 de septiembre expresaba su rechazo a cualquier solución que no pase por la salida del régimen liderado por Asad.
“Asad ataca mercados populares y en cambio evita los edificios donde se concentra Daesh, que cualquier sirio sabe ubicar”, insiste Mohammad, sirio-palestino del barrio de Yarmouk refugiado en España desde hace dos años, en conversación con Eldiario. “En mi barrio, Yarmouk, lleva más de dos años impidiendo que entren comida y medicinas. Se ensaña contra la población civil para extender el terror.”
Lejos de castigar el terror de estado, esta nueva campaña internacional lo premia
No se puede negar que Asad ha jugado bien sus cartas. Desde los inicios de las manifestaciones que se extendieron por todo el país, al calor de las de los países vecinos, no ha dejado de insistir en que libraba una lucha contra el terrorismo y contra el islamismo radical. A la vez que lo repetía en sus discursos, anunciaba amnistías de presos en las que liberaba a antiguos combatientes extremistas, mientras los líderes del movimiento de la no violencia eran asesinados o continuaban detenidos. Permitió la entrada al país de militantes que hoy conforman el grupo Estado Islámico y lo alimentó desatando la impunidad de la que se nutren estos grupos.
Lejos de castigarse el terror de estado de las autoridades sirias, y su fomento del extremismo, este nuevo juego de las grandes potencias lo premia. Asad continúa controlando el aire y bombardeando núcleos de población, lo que queda de la oposición democrática es alienado, y las demandas de justicia de los sirios, una vez más, son ignoradas por todos.
Existe una relación directa entre la campaña internacional anti-Daesh, con su relegitimización de Asad, y las masacres de civiles causadas por el régimen. Existe también una relación directa entre esa campaña y el debilitamiento de lo que queda de la oposición legítima siria, que lucha a dos bandas contra Asad y contra Daesh y que ahora se enfrenta también a las tropas rusas. No parece en cambio, que haya una relación entre la intervención contra Daesh y una reducción de los efectos devastadores del grupo en las zonas que controla. Después de todo, Daesh lleva meses sufriendo ataques que no han logrado más que reforzarlo.
La estrategia de la coalición internacional parece abocada a causar más destrucción sin solucionar ninguno de los problemas que afectan a la población siria, a la que ni se escucha ni se oye. No la oyen los líderes de las grandes potencias, ni parecen oírla tampoco quienes analizan la tragedia que se vive en las fronteras de Europa sin conectarla con sus orígenes. Mientras Asad continúe controlando el aire, no habrá esperanza para la población siria, que continuará golpeando la conciencia de una Europa ciega y sorda.