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Un nuevo golpe para la Casa Real

Cristina de Borbón.

Carlos Elordi

Una sentencia de mil folios de extensión disuade de cualquier disquisición apresurada sobre su contenido. Es difícil, si no imposible, valorar con argumentos fundados el veredicto de las tres juezas de Palma sin haberlo leído en su totalidad. Pero eso no impide reflexionar sobre el sentido político del juicio mismo, de sus antecedentes y conclusiones. Y en ese plano sobresale el hecho que dos miembros de la Casa Real han sido juzgados por corrupción, algo que no tiene antecedentes en la Europa contemporánea, que uno de ellos ha sido condenado a seis años y medio y que el otro ha sido considerado responsable civil subsidiario.

¿Se podía esperar más? Seguramente no. Pensar que el sistema judicial español –una trama institucional que va mucho más allá de las tres magistradas de Palma– iba a dejar hecha unos zorros a la monarquía, o incluso propinarle un golpe mortal, era una utopía. La crónica del caso Nóos está tan plagada de maniobras, no pocas de gran calado, destinadas a borrarlo del mapa que lo realmente excepcional es que haya podido concluir su periplo. Y la primera conclusión que surge de este hecho es que en España hay jueces independientes. Que los poderes políticos e institucionales que un día sí y otro también manipulan a la justicia no lo pueden todo.

El sentido común lleva a pensar que la infanta Cristina tenía que haber sido condenada. Porque su firma estaba en muchos de los documentos que sancionaban las prácticas corruptas de su marido, porque no podía ignorar la procedencia de los millones que éstas produjeron a la familia. Lo que no está del todo claro es si había pruebas jurídicamente válidas para demostrarlo. Que la Agencia Tributaria, del Gobierno, y la Abogacía del Estado negaran su existencia tenía que ser necesariamente un argumento de peso para las juezas, por muy sospechosas que fueran las intenciones de estos organismos Y los abogados de la infanta, con el muy influyente Miquel Roca a la cabeza, han sabido cómo transformar esas dudas en un veredicto favorable. Pasarán años hasta que se sepa cómo. Si es que algún día se sabe.

No menos hábiles han sido los de Iñaki Urdangarin. Porque gracias a su trabajo, que incluye la iniciativa de resarcir anticipadamente con unos cuantos millones al Estado, al cuñado del Rey le han caído la mitad de años que a su socio Torres. Habrá que leer bien la sentencia para entender los motivos de trato tan distinto. Pero lo cierto es que en estos momentos cobra fuerza la hipótesis de que en los próximos días Urdangarin será enviado a prisión. Y si eso ocurre será sin duda mucho más importante que cualquier otro aspecto de su peripecia judicial.

A la luz de un hecho tan contundente, ¿vale la pena escarbar en los posibles fallos de la instrucción del juez Castro, uno de los héroes del caso Nóos, a la vista de que 8 de sus 17 acusados han sido absueltos? ¿O indagar sobre el porqué y el cómo de la actuación de Manos Limpias, que sólo años después de que estuviera actuando en el caso la Policía descubrió que era una organización criminal? ¿No sería más útil de cara al futuro preguntarse por qué no se constituyó ninguna otra acusación popular, sostenida por intereses menos espurios?

Como era de esperar, el comunicado de la Casa Real se ha limitado a expresar “su absoluto respeto a la acción de la justicia”. Y ahora se dedicará a esperar que cesen los vientos, favorables y en contra, que pueda desatar la sentencia. Desde que fue proclamado Rey en junio de 2014, Felipe VI se ha dedicado fundamentalmente a tratar de pasar desapercibido, cumpliendo sin estridencias sus tareas institucionales, y rehuyendo cualquier tipo de líos, del tipo del que Mariano Rajoy le metió con su negativa a presentarse a la investidura tras las elecciones de diciembre de 2015.

La reina no se lo ha puesto siempre fácil. Su tuit de apoyo sin límites a su amigo Javier López Madrid cuando éste fue acusado de diversos delitos no estaba dentro de las normas de neutralidad que habían fijado los asesores de su marido. Pero aquello pasó y es de esperar que no se repitan episodios de ese tipo.

Lo que no se va a olvidar tan fácilmente es cómo Felipe VI accedió a la Jefatura del Estado. Es decir, la situación de casi desahucio en que se encontraba la monarquía española como consecuencia de los desmanes sin cuento de su predecesor, el rey Juan Carlos. Ni tampoco que el caso Nóos fue justamente la puntilla de ese deterioro. Porque en 2014 los poderes fuertes de este país, los económicos e institucionales, comprendieron que ya nada iba a parar el proceso judicial y que cualquier posterior avance del mismo iba a poner en cuestión directamente al Rey. Sobre el que no sólo recaían sospechas de todo tipo de comportamientos irregulares en otros ámbitos, sino que inevitablemente tenía que estar de alguna manera implicado en las andanzas delictivas de su yerno, Iñaki Urdangarin.

¿Cómo se puede entender que éste consiguiera tan extraordinarios tratos corruptos con empresarios y gobernantes autonómicos sin que su suegro hubiera previamente intercedido a su favor? El sistema no podía permitirse que nadie formulara abiertamente preguntas como esa y otras aún más comprometedoras. Y el caso Nóos era un acicate para las mismas. Por eso se organizó la operación de la abdicación. Cuyo coste más alto era justamente el de permitir que el juicio se celebrara. Que puestos a elucubrar hipótesis sobre cómo se podía haber impedido vienen unas cuantas a la cabeza.

El reinado de Felipe VI nació en momentos de extraordinaria debilidad de la monarquía. Pero la institución contaba con dos elementos a su favor. De un lado, el frente unido a su favor de casi todos los poderes: el Gobierno, la oposición socialista, la banca y los grandes empresarios, movilizados ambos como en pocas ocasiones, la Iglesia católica, los altos mandos militares y prácticamente todas las instituciones. De otro, la falta de empuje que aquejaba a los grupos que querían el fin de la monarquía. En un momento aparentemente tan propicio para ellos, los republicanos españoles no tuvieron la fuerza política necesaria para ser alguien de peso en aquel escenario. Y se avinieron a esperar tiempos mejores y a convivir con el nuevo Rey.

En esas seguimos. Partiendo de orígenes tan difíciles, haber aguantado más de dos años sin haber sufrido inconvenientes mayores es todo un éxito para el rey Felipe. La sentencia del caso Nóos no le ha debido sentar muy bien al monarca. Que su cuñado, y antes muy amigo, Iñaki Urdangarin, termine en la cárcel sentará aún peor. Tampoco le hará muy feliz que su hermana esté tan en entredicho, por muy absuelta que haya resultado. En España tenemos una monarquía cada día más llena de tachones. Que se sostiene a cambio de no hacer nada, no vaya a ser que se le malinterprete. Y porque nadie es capaz de proponer una alternativa a la misma. Pero tantas otras cosas están igual de mal o peor que hasta parece que Felipe es el que mejor lo lleva.

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