Obama pasea por los alrededores de la base de Rota
Más que el trillado Bienvenido Mister Marshall, la paradita de Obama en España recuerda a lo que han hecho toda la vida los marines cuando su barco hacía escala en un puerto lejos de casa: aprovechar las horas libres para darse un paseo, hacer un poco de turismo, saludar paisanos, llevarse regalos para la familia y dejarse querer por los lugareños, siempre fascinados por “los americanos”.
Eso hizo el domingo, no un marine sino todo un comandante en jefe norteamericano: aprovechar la visita a la base de Rota para darse una vuelta por los alrededores, ya que le quedaban unas horas libres. Sin alejarse mucho del avión, le dio para visitar dos palacios (el Real y la Moncloa), disfrutar la hospitalidad española, saludar a unos cuantos españoles simpáticos, y llevarse unos regalos, incluido un buen jamón.
La pena es que se le chafó el plan inicial, que incluía acercarse a Sevilla a tomar unas tapitas, y dejarse invitar a comer por el rey del lugar junto a cien invitados ilustres. Pero mejor así: el viaje relámpago nos ahorró bochorno (y dinero), y a cambio, la visita comprimida permite ver con más claridad de qué va esto: cómo son las relaciones de España con Estados Unidos.
Como era una visita de cortesía, sin agenda política ni nada que negociar, el viaje era pura representación. Con Obama a meses de dejar la Casa Blanca, y Rajoy de interino, no había espacio más que para decir obviedades y sonreír en las fotos. Ni Obama iba a proponernos nada, ni el rey iba a estrechar lazos, ni Rajoy iba a desarrollar las relaciones bilaterales, ni los líderes de la oposición le iban a “informar de la situación española” (para la que ya tendrá sus propias fuentes Mr. Obama). Era todo representación, una puesta en escena para que viésemos el estado de las relaciones entre ambos países.
Y vaya si lo vimos. En todo su esplendor. No sé qué me dio más vergüenza: el entusiasmo y posterior desolación de las autoridades sevillanas (con el recurrente argumento de que iba a ser un escaparate mundial para una ciudad tan desconocida como Sevilla); el recibimiento pomposo en palacio para una reunión de 50 minutos (y vengan alabarderos, maceros, pífanos y salones con tapices, que a los americanos les gustan esas cosas viejas europeas); el besamanos a pie de avión con los líderes de la oposición (y encima sin foto, vaya chasco); o la exhibición de paletismo de casi toda la prensa, que se dedicó a rellenar con anécdotas y detalles técnicos del Air Force One o del coche oficial una “visita histórica” que no daba para más.
Me consuelo pensando que los ciudadanos, al menos esta vez, hemos pasado bastante del asunto. Unos se manifestaron ante la embajada o la base para mantener la tradición de la izquierda antiimperialista, otros se han dedicado a hacer chistes y memes, y la mayoría hemos seguido con nuestro verano, pese a la noticia ridícula que se podía leer en un periódico: “Los sevillanos han vuelto a las playas después de que Obama cancelara la visita a su ciudad”. Venga ya.