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No seré yo quien te odie por votar a Vox

Los dirigentes de Vox, tras la noche electoral.

Violeta Assiego

La alegría por el preacuerdo entre PSOE y Podemos no es suficiente para que desaparezca la preocupación por los más de tres millones seiscientos mil votos que han hecho que la ultraderecha tenga, la próxima legislatura, 52 diputados. Es cierto que, visto sobre el censo total (participación + abstención + votos nulos + votos en blanco), no representan más que un poco más del 10%. Con todo, su sombra verde y alargada está ahí y ellos, los dirigentes de la ultraderecha, lo saben y juegan con esa sombra. Nos tienen los suficientemente obsesionados como para saber que hagan lo que hagan estaremos atentas a ellos, basta su sola presencia para condicionarlo todo. Es lo que llamo 'el efecto mofeta'.

Lo cierto es que, si analizásemos el resultado desde el patrón de pensamiento de la extrema derecha –donde no hay cabida a los matices y las cosas son blancas o negras, todo o nada–, el resultado del 10N estaría diciendo que el 90% del censo electoral no quiere a Vox en la política ni tampoco en sus vidas, nuestras vidas. Sin embargo, esta es una de esas veces en las que la verdad no refleja del todo la realidad cuando esta se ve embargada por sensaciones, emociones y una irresponsable sobreinformación. Y es que el hecho de que solo uno de cada diez españoles haya votado a Vox parece que no logra ser argumento de suficiente peso como para aliviar la inquietud y la sensación de que los votantes de Abascal están en todas partes y se reproducen por momentos. Es mirar un mapa de esos de los que te dicen que han votado tus vecinos para que el color verde manzana se te atraviese y te sientas rodeada y, de paso, amenazada.

En medio de esta angustia, yo me he lanzado a preguntar en Facebook a amigos, familiares y allegados. Necesito que me expliquen por qué han votado a Vox. Doy por hecho que, si son tantos sus votantes y están por todas partes, alguno debe de ser uno de ellos, aunque sea gente que dice quererme, apreciarme y valorarme. Si lo he preguntado es porque hay algo que se me escapa y necesito analizar, no sé si para comprender, pero sí para no dejarme llevar por la visceralidad del estás conmigo o contra mí, que es el guion perfecto para que Vox salga con refuerzo. Y es que, hasta ahora, una cosa es ser de derechas y otra fascista. Al menos, hasta ahora es lo que pensaba yo.

Las respuestas que han llegado con cuentagotas (de hecho, apenas llegan, no sé cómo interpretarlo) hablan de la defensa de España, el problema catalán, la defensa de la vida desde la concepción, el problema de la inmigración y que se les están limitando sus libertades y señalando por ello. Se sienten inseguros, perseguidos e incomprendidos. Por lo que yo les conozco, puedo decir yo de ellos que no son malas personas, para nada, pero sí gente, por un lado, con valores tradicionales, familiares y patrióticos y, por otro, de centro izquierda (sí, han oído bien) con ideas económicas neoliberales bastante clara. Unos sienten que Vox les va a proteger de las ideas peregrinas de la izquierda bolivariana y otros, del adoctrinamiento de la ideología de género, todo esto atravesado por una catalonofobia no reconocida.

Les leo, les escucho y me descoloco (lo reconozco) y, a la vez comprendo que el mensaje de Vox cala también en ellos. Aunque sea matar moscas a cañonazos, a esta gente esas moscas les dan miedo y se creen que les van a hacer tener una vida peor. Aunque sea con un cañonazo, la mosca debe morir. Hay en su voto una parte de ideología, pero también hay protesta y muchos prejuicios y sesgos inconscientes no reconocidos, alimentados por distintos medios y periodistas posicionados al lado de las élites (económicas y religiosas) y la derecha. Confían en Abascal, le ven honesto y limpio; y el que yo les diga que no es verdad, no lo creen. Él les va a defender de gente que, aunque no se paren a pensarlo, son como yo y es mi gente, gente honesta, buena, comprometida, luchadora y que no les quiere, queremos dañar. Por supuesto que no. Pero esa es la paradoja, esa gente de mi círculo cercano entrega su papeleta a un tipo que sienten que empatiza con ellos más que yo. Alguien que no ven capaz de alejarles de sus familiares, sus amigos, sus compañeros de trabajo y sus vecinos, y que sin embargo lo está haciendo. No ha dejado de hacerlo.

En el fondo si lo pienso, son los votantes de Vox sus principales víctimas porque es la libertad de sus hermanas y hermanos, sus hijas e hijos, sus amigas y amigos... la que está en peligro. Es nuestra libertad, no la suya, la que peligra. Pero el arte de Abascal y de Vox es hacerles creer que es al revés al victimizarles y asustarles cada vez más. El bucle perfecto para que no encontremos ese punto intermedio para interpretar constructivamente lo que está pasando y analizar desde la comprensión qué lleva a nuestra gente (sí, hay votantes de Vox que son nuestra gente) a confiar su fragilidad a Ortega Smith, Monasterio, Espinosa de los Monteros y a Santiago Abascal. Es momento de encontrar las claves antes de que sea demasiado tarde, y pase lo que pase, algo sé: no seré yo quien les odie. No le daré ese placer a los de la alargada sombra verde.

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