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Lo mío pa mi saco

Varios niños caminan por un tejado al tratar de escapar de la nave de primera acogida del polígono del Tarajal, en Ceuta, en una imagen del 20 de mayo

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Para la población migrante en el reino de España estos días han sido como una lluvia de convulsos fotogramas de una película sobre nosotros que ya hemos visto muchas veces y en la que los protagonistas son otros: Un presidente socialista devolviendo niños en caliente. Un Marlaska siendo Marlaska. Una izquierda progresista limpiando su conciencia con el chaleco de la Cruz Roja. Una joven voluntaria troleada convertida en heroína por dar un abrazo. Las compas subiendo el abrazo interracial de foto de perfil. Una escritora metiendo el tema de la migración en un discurso sobre los males de la España vacía, la baja natalidad, el desempleo y la falta de horizontes para los jóvenes europeos. Usando las palabras hábilmente, cómo no, acompañando su arenga de un amago de crítica a la deshumanización y al expolio colonial para colarnos lo mismo que Abascal: no vengan, quédense en sus respectivos infiernos. 

Está claro que no saben o no quieren saber por qué, para qué vienen, de dónde, qué ocurre en los países de los que huyen miles de personas. O, es algo peor, pese a saber a la perfección lo que hay de político detrás de Ceuta y de la tragedia de tantas personas, no les ponen los pelos de punta su situación en las fronteras ni aprovechan sus grandes tribunas para denunciar la Ley de extranjería, los CIES y las deportaciones que este gobierno sigue sin abolir porque lo mío pa mi saco. Venga, hablemos de la precariedad de nuestros amigos urbanitas mientras allí de fondo de atrezzo, como los figurantes de sus propias vidas épicas, los migrantes que solo por esta vez no fueron las cifras de siempre ni cuerpos flotando en el mar, llegaban vivos y eran fulminantemente devueltos por el PSOE, sin preguntas, sin respuestas. Del mar a pagar sus pensiones en Senegal.   

Lo siento si ser sudaka en España me ha hecho desarrollar un doble sentido para detectar el paternalismo racista y al salvador blanco que se hace fotos con niños africanos y andinos en sus países pero aquí les quiere lejos. Ese que viene de los sectores de la izquierda, el más camuflado, el que calla ante el racismo institucional. Qué interesante sería que todas estas personas de buenas conciencias, que conocen la historia de genocidio y saqueo de nuestros países del sur global hablaran a viva voz, por ejemplo, de la competencia de Europa y España en esa fosa común marina o en esta valla fronteriza ensangrentada; o que señalaran al gobierno de Marruecos como el mercenario de Europa que es. 

Ay, si eso pasara, si de verdad les preocupara el dolor de los migrantes de esas fotos espectaculares, si se responsabilizaran por la situación de los territorios que Europa dejó heridos, abiertos, rotos, despojados. Si ese abrazo fuera colectivo y se acallaran de una vez por todas los discursos de criminalización de la derecha y la caridad de la izquierda que no cambia nada mutara en acciones concretas como la regularización de miles de migrantes. A lo mejor, así, los que intentamos hacer vida aquí, los que conviven en este país mientras ayudan a sus familias al otro lado del océano, no tendrían que soportar todos los días redadas policiales, racismo inmobiliario, detenciones por perfil étnico y estereotipos discriminatorios, escupitajos en el metro, invisibilización y Fiesta Nacional. La pregunta clave es la que hace y se hace el periodista Youssef M. Ouled: “¿Qué vamos a hacer como sociedad para impedir que nuestros impuestos financien una necropolítica migratoria?” Es una obligación contestarla.

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