¿Qué les pasa?
¿Qué les pasa? Necesito saber qué coño les pasa. Están entre nosotros. Andan, como nosotros. Se levantan, recogen a sus hijos del colegio y hasta se duermen cuando apagan la luz de la mesilla. Exactamente como nosotros. Me producen insomnio. Me quita el sueño saber qué o quiénes los han convertido en lo que son. No sé si siempre han existido y simplemente es que los nuevos altavoces sociales los amplifican o es que los han creado a base de falsos silogismos.
Gritan en Twitter. “¿Por qué no os los lleváis a vuestra casa?”. “¡Qué bonito es hacer caridad con los impuestos de todos!”. “¿Les vas a dar tu puesto de trabajo?”. “La solución no es traerlos”. “Estoy por irme en Ryanair y volverme como refugiado, me irá mejor”. “Recomendamos ir al centro de salud antes de lo que nos va a llegar, hay casos de tuberculosis entre los refugiados”. Ya saben de quiénes hablo. No llegan al nivel de Petra Laslzo. No se han liado a patadas con los refugiados pero lo cierto es que aún no los han tenido cerca. Te insultan si pretendes explicarles que moral y legalmente no hay otra cosa que podamos hacer. Que acoger a los refugiados supone cumplir esa legalidad a la que ellos se aferran como un tótem cuando se trata, por ejemplo, de mentar el independentismo o el uso del castellano en Cataluña. Que los valores de Europa no soportan otra opción. Sí, esos valores que blanden como puños cuando de sus convicciones se trata. Esos valores que la Constitución Europea debía de recoger de forma inexcusable si quería seguir adelante. Esos que la enterraron. De aquellos polvos estos lodos.
Pueden sentarse frente a ti en una tertulia y decirte que es verdad que hay que ser solidario pero que no hay dinero para todo. Así que el dinero ha de usarse para salvar a las Cajas pero no para la dependencia. Puede usarse para casi cualquier cosa menos para ayudar a los que sufren. Siguen al líder que opinaba que la solidaridad está bien pero que no puede ser a cambio de nada. Como si la solidaridad no llevara en su propia definición el hecho de ser un “apoyo incondicional”, es decir, presidente, “sin condiciones”. Luego viran cuando hasta la mujer de hierro se da cuenta de que hay normas y principios y valores que no pueden ser conculcados, quizá no porque le conmueva el resultado de no hacerlo, sino porque conoce los riesgos ciertos de no hacerlo.
No acaban de llegar. Ya estaban aquí cuando los desahucios. Ya nos decían una y otra vez que la dación en pago o la ayuda a las familias que quedaban a la intemperie era “injusta con los que sí habían hecho los deberes y pagaban su hipoteca religiosamente”. No cejaban ni se cansaban de repetir que la culpa era de los que habían estirado los pies más que la manta. ¡Como si alguno hubiera podido prever que los tiburones financieros harían que esta encogiera sin aviso!
Son los que creen que emprender es la solución y que el que no lo hace es un flojo o un comunista de mierda que no merece sino lo que le pasa. También asomaron cuando los inmigrantes murieron ahogados en nuestras playas africanas o cuando vieron sus miembros desgarrados por las concertinas. Entonces su clamor era de nuevo: “¿Los vas a llevar a tu casa? ¿Qué, qué hacemos, progres de las narices, quitamos las fronteras y dejamos que nos invadan?
Cuando las cosas se ponen mal y lo indefendible lo es aún más nos saludan explicándonos que las cosas se solucionan en sus países de origen ora bombardeando ora mandando misioneros ora arreglando algo las cosas. No confundirse. Son los mismos que borraron de un plumazo el dispendio de las ayudas a la cooperación porque sólo eran planes de rojos para tirar el dinero y, como es sabido, no se puede gastar más de lo que se ingresa y lo que se ingresa no da para todo. Salvo que te suban los impuestos. “¡Que te suban a ti los impuestos!”, te escupen.
De acuerdo. No se han organizado en grupos como los existentes en Europa constituyendo esa amenaza real para muchos gobernantes democráticos que están cediendo de una u otra manera a su empuje para contener el chorreo de votos hacia las formaciones de ultraderecha. No lo han hecho pero están ahí y quiero saber qué les pasa.
Quiero entender cómo les han vendido que las sociedades que funcionan, esas modélicas en las que prima el individuo y su libertad, son aquellas que priman la afluencia de oportunidades para todos los que puedan valerse, crecer y triunfar por ellos mismos y el desprecio absoluto por los que tienen menos capacidades, han de superar orígenes más conflictivos, tienen por delante un camino más difícil o más duro, o simplemente, no podrán recorrerlo solos.
¿Qué les pasa? ¿Qué coño les pasa? Porque lo cierto es que andan entre nosotros pretendiendo que creamos que son tan humanos como el resto. Y me dan miedo.