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Plácido

Plácido Domingo

Raquel Ejerique

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Las acusaciones de acoso contra el tenor Plácido Domingo calaron con incredulidad sobre España el pasado agosto, como una lluvia inapropiada y morbosa que embarraba al educado y mitológico Plácido de voz robusta y cóncava. A partir de ahí, él se enrocó en la galantería, noqueado y evitando admitir que llamar por las noches insistentemente a teléfonos que no sean el 112 o tocar los pechos en el camerino a una colega al descuido -según revelaba la investigación de la agencia AP- va más allá del piropo o el cortejo español.

Amenazó con demandas, usó medios a su alcance para desacreditar implícitamente a las denunciantes y siguió como un gran señor de la ópera, eso sí, esquivando algunas cancelaciones y haciendo frente al juicio público que él consideró cacería. Es paradójico que quien tan injustamente se portó en el pasado, según las denuncias periodísticas y ahora según el sindicato de músicos de ópera de EEUU, fuera quien clamara equilibrio y justicia para su maltrecha reputación.

En toda esa carrera hacia adelante sí dijo algo que fue muy revelador y el preámbulo de la asunción de responsabilidad que ha hecho este pasado martes: “Reconozco que los baremos por los que hoy nos medimos, y debemos medirnos, son muy distintos de cómo eran en el pasado”. Sí. En el espejo del tiempo hay muchos hombres que saldrían desfavorecidos. Y actitudes que se asumían, toleraban o jaleaban que hoy serían despreciables u objeto de demanda. Yo, como testigo y como diana de algunas de ellas, no doy crédito a que entonces dejáramos pasar por bueno lo que hoy merecería desde un reproche a una denuncia. Es normal, se llama avance y conciencia. Estamos construyendo una memoria histórica nueva que debe reconocer los errores e injusticias del pasado. En eso Plácido Domingo fue certero. Pero luego siguió intentando limpiar su nombre a costa de restar crédito a algunas de las que amargó un rato o la vida desde los años 80.

Para los que pidieron no fiarse de la agencia AP y los testimonios anónimos, hubo una segunda entrega con otros 11 casos, entre ellos mujeres que habían sido testigos. Para los que pidieron una investigación independiente, acaba de llegar el informe del sindicato de músicos con el testimonio de 27 mujeres y está a las puertas el encargado por la Ópera de Los Ángeles. Para los que se aferran al sistema judicial y piden denuncias con abogado y procurador para poder creerlo, lamento decir que esa vía está medio muerta y seguramente una gran parte de la historia, prescrita. Para los que pidan un milagro, para los que quieren que no haya pasado y pesa más el halo de un popular tenor que el testimonio de 20 mujeres, el propio Domingo acaba de desmadejar la esperanza cuando ha admitido su responsabilidad en todo lo que pasó: “Respeto el hecho de que estas mujeres finalmente hayan tenido el valor de denunciar y quiero que sepan que estoy verdaderamente arrepentido del daño causado. Asumo completamente la responsabilidad por mis actos y he crecido a partir de esta experiencia”.

Es un avance y un espaldarazo a las denunciantes, que han tenido que esperar seis meses y un informe oficial para ser plenamente creídas. Es cierto que el sistema judicial es el único que hemos decidido homologar como válido. Pero hay otro derecho, natural, social, humano, que no puede ser despreciado por no contar con un juez con toga que dicta sentencia.

A partir de ahora llegarán las cancelaciones en cascada, como las del Teatro de la Zarzuela. Habrá quien diga que no hay biblioteca, discoteca ni videoteca que resistiera incólume a una revisión profunda de la vida y miserias de nuestros ídolos. Es cierto. Pero Plácido Domingo, al menos para mí, ya no puede ser aquel cantante y músico completo que nació en Madrid en 1941, porque es imposible extirpar o aislar de su sensibilidad musical la depredación sexual que hizo sufrir a sus compañeras, como él mismo ha acabado admitiendo.

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