Los políticos y los periodistas que no escuchan a los ciudadanos
Austria y en buena medida Italia acaban de dar una lección de cordura ante la deriva general. Austria por cerrar el paso a la ultraderecha hacia la presidencia del país e Italia porque el marasmo de Reformas Renzi era muy conservador y con demasiados atajos a la democracia representativa. Aunque se habla de un voto más emocional que razonado a la propuesta, la prima en escaños a regalar al partido más votado no se corresponde con la voluntad de la ciudadanía por más que sea medida que adora la política del establishment. Y no era la única de ese cariz. Auparse a la presidencia por maniobras palaciegas tampoco le favoreció.
No hay que confiarse, sin embargo. Francia prepara los candidatos más a la derecha que ha podido encontrar cada partido. Junto a la ultra Marine Le Pen, Los Republicanos presentan a un conservador sin complejos, François Fillon, y Manuel Valls intenta hacerse con la candidatura de los socialistas. Aquél que aprobara por decreto la mayor y más protestada reforma laboral de la legislatura. Un remedo de la española, por cierto, firmada por el PP. Ofrecer modelos tan similares es no haberse enterado de nada.
Los políticos tradicionales ya no escuchan a los ciudadanos. La prensa dominante tampoco, aún menos quizás. Empecinados en aferrarse al paraíso en el que vivieron y que, de existir, fue concienzudamente desmantelado por el austericidio, la arbitrariedad, la desigualdad y en muchos casos –como España– por el autoritarismo y la corrupción. Ése es su sueño dorado, el que quieren imponer contra la realidad.
De repente la directriz internacional, como una sola voz, recicla el concepto “Populismo” como un saco en el que meter a todo cuanto se oponga a los poderes dominantes, a ese Edén que expulsa a la inmensa mayoría de la población. Y ahí disfrazan, con toda falacia y grave responsabilidad, al fascismo o a la ultraderecha vestida de marketing y tupé naranja. Conservar el asiento para sus posaderas es la prioridad.
Si estarán tapiados los oídos del mando europeo que, con todo lo ocurrido, Alemania y el Eurogrupo –sus jefes de facto– acaban de rechazar los estímulos fiscales que tímidamente proponía la Comisión como alivio. Persisten en la tijera que hiere de muerte a Europa.
Políticos y medios, en fatídica hermandad, andan quejosos como el niño destronado con la llegada de un bebé a la familia. No consiguen entender que fue su fracaso el que alumbró el éxito de otras fuerzas políticas y no al revés. Ni se esfuerzan siquiera en comprenderlo. Atrincherados frente a los ciudadanos a los que representan y deben su puesto, hasta en el Día de la Constitución invocan el inmovilismo porque “los referendos los carga el diablo”.
En ese anclaje en el pasado, ven el miura más amenazador en las redes sociales. Al menos el que creen pueden controlar y silenciar con mayor facilidad en uso y abuso de su poder. De ahí que el Gobierno del PP prepare como una de sus primeras medidas el control de Internet. “Están absolutamente desprotegidos”, argumentó la vicepresidenta Sáenz de Santamaría. Leyes suficientes hay, pero precisan una nueva Mordaza, según todos los indicios.
Sin duda en Twitter y Facebook existen huestes que operan con bastante impunidad, muchas veces en favor –pagado incluso– de la política tradicional. De sus males artes para ser precisos. También se da rienda suelta a furibundas reacciones. Nada comparable sin embargo con el papel letal que el periodismo o su degradación han tenido y tienen en la situación que atravesamos.
Reciente y considerado como una anécdota, el fraude en torno a Nadia, la niña aquejada de una enfermedad rara, en el que cayeron numerosos periodistas interesados en el sensacionalismo que vende. El engaño es mucho más difícil cuando el periodista realiza su trabajo. El rigor exige comprobaciones y no hay excusa para obviarlas. La Cueva en Afganistán era pista sobrada como resaltaba Íñigo Sáenz de Ugarte. Por no hablar de los tres agujeros en la nuca como tratamiento.
La mala noticia es que por el mismo procedimiento carente de rigor nos llenan de fábulas en temas de gran trascendencia social. Por falta de exigencia profesional en unos casos pero sobre todo de forma más intencionada en defensa de unos intereses que no son los de la ciudadanía y el bien común. Difícilmente se hubiera producido la gran estafa económica y este estado de inmundicia que nos acoge con un periodismo que masivamente realizara su labor.
En estos días una mujer de nacionalidad rumana murió ahogada en el curso del temporal en Málaga. Se encontraba en el club de alterne en el que había trabajado toda la noche y no pudo salir cuando llegó la inundación porque la puerta estaba atrancada, o cerrada con llave, según se investiga. Un hombre de 40 años murió, solo, en una calle de San Feliú de Llobregat (Barcelona) apoyado en la pared en la que pedía desde hacía tiempo, visiblemente enfermo. Y una mujer de 41 tuvo que irse a dormir al parque de O Castro en Vigo tras salir de una operación en la muñeca. Pero quien realmente acaparó la atención fue la desnortada concejala de Madrid, Esperanza Aguirre, con uno de sus números habituales contra Manuela Carmena.
Un concejal del Partido Popular en Cabanes, Castellón, ha sido detenido junto a su pareja por estafar 160.000 euros a una anciana, en medio de la indiferencia de los medios. De los mismos que son capaces de llenar días de la mañana a la noche durante semanas con cualquier incidente de alguien de Podemos. Los que permitieron la cacería, real, no “virtual”, de la jueza canaria Victoria Rosell y ocultan el desenlace que desenmascara las trampas de muy grueso calibre. Las prioridades de esta prensa, radio y televisión, abruman.
Noticias de fraudes que se silencian, como las del Football Leaks. Querellas y amenazas por noticias sobre intocables del poder mediático. Manipulación sostenida en apoyo perenne del PP en TVE y muchos otros medios. Esa anomalía que incrusta a un ser como Eduardo Inda dictando doctrinas, con el bagaje que arrastra y ni siquiera se limita al embargo judicial por no pagar la manutención de sus hijos. Con el uso de la ley del embudo como regla que le ampara. Con la opinión, en buena parte tendenciosa, sustituyendo a la información. Con el espectáculo desfigurando la realidad. Con la obsesión dañina de numerosos políticos por participar en ese ruido.
El inmenso poder de toda esta maquinaria destructora hace difícil la salida. Y sin embargo las mujeres austriacas, votando 2 de cada 3 al candidato ecologista contra el de la ultraderecha, han demostrado una gran dosis de responsabilidad. Los italianos, como todos los demás a quienes se intentan imponer resultados “convenientes”, se han rebelado. El divorcio de las élites políticas y mediáticas con la ciudadanía se solventa a palos y mordazas, como prefieren, o bajando al suelo y oyendo a las personas.
Los políticos y periodistas que no escuchan a los ciudadanos deberían apaciguar el estruendo de sus intereses personales.