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La post-censura

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José Saturnino Martínez García

Mentir, no ya sin costes, sino encima con beneficios, es una parte de lo que caracteriza a la post-verdad. Pero eso siempre estuvo ahí. En España por ejemplo, tuvimos nuestra dosis de post-verdad con el atentado del 11-M, pues nadie de quienes defendieron que era una conspiración liderada por el PSOE tuvo problemas, es más, les ha ido bien vendiendo periódicos, libros o consiguiendo votos. Quizá lo novedoso de la post-verdad es su “democratización” aparente gracias a Internet. Ya no son necesariamente poderosos grupos mediáticos o políticos, sino gabinetes de comunicación que conocen bien la dinámica de la viralidad en las redes sociales, y que la saben convertir en dinero. Ha cambiado la distribución de basura, pero no su producción.

El éxito de la post-verdad pone por completo en cuestión el optimismo ilustrado sobre la construcción de la esfera pública, ese espacio de libertad e intercambio de argumentos, en el que florece el bien común y la verdad, gracias a la racionalidad que compartimos por ser humanos. La post-verdad pone de manifiesto que nuestros alineamientos no tienen mucho que ver con los hechos, ni con las evidencias disponibles ni con la racionalidad ni con nuestras ganas de conocer, sino que son el resultado de la voluntad de dominar a quienes son distintos, o sienten distinto, una voluntad movida por el miedo, la avaricia u otros sentimientos poco ejemplares. Los argumentos malos, basados en el insulto, la tergiversación, la mentira… suplantan a los argumentos buenos, basados en la evidencia, la coherencia, la racionalidad… una especie de ley de Gresham de la conversación.

Lo interesante es darse cuenta de que la post-verdad, o simplemente la mentira exitosa, es la censura por nuevos métodos. La censura es un medio por parte de los poderosos para controlar la esfera pública: qué se puede decir, qué se puede pensar. En la medida que censurar ha pasado a ser además de una grosería, un imposible por las nuevas herramientas de comunicación, la post-verdad cumple esa función. Lanzar una mentira o una manipulación y discutir sobre ella quita tiempo y energías para discutir sobre verdades, y orienta en determinado sentido el debate de la esfera pública.

Controlar esta nueva forma de censura no es imposible, pero sí complicado. El principal agente que vela por la calidad de la conversación pública es la prensa. Cuanto más débil sea la prensa independiente, más éxito tendrán los esfuerzos de control de la conversación pública. Por ello, iniciativas como las de eldiario.es u otros medios, de buscar financiación independiente es fundamental. Un periódico controlado por la ética periodista y no por los intereses de la junta de accionistas.

El auge del Brexit o de Trump gracias a las mentiras ha llevado a concienciar a los principales grupos de Internet, como Google o Facebook, para marcar las noticias de fuentes fiables de los sitios dedicados a propagar bulos. Esto conlleva el problema de que dejamos en manos de empresas privadas con poder monopólico la garantía de veracidad. Ya hemos visto el potencial de censura de Facebook, por lo que esta alternativa no deja de entrañar riesgos.

El Estado también puede desempeñar un papel importante. Es una cuestión delicada, pues puede recordar a la censura de toda la vida. Pero la libertad de expresión no puede ser coartada para la libertad de mentir. En este punto esperemos que haya más decisiones como la de pedir un millón de euros de fianza a El Mundo por supuestas mentiras de Inda y compañía. Si una mentira deliberada puede acabar con un medio o con la carrera profesional de un periodista, tendríamos menos mentiras sobre la mesa.

Los lectores también desempeñan su papel en todo esto. Después de todo, la máxima de la prensa actual es “atrapa ese clic”: si la mala conversación tiene tanto éxito, es porque son muchas las personas que mueven esas noticias, y de esa forma la basura se convierte en dinero. El problema es que nuestro cerebro de reptil se deja llevar más por píldoras llamativas cuya lectura es rápida y poco exigente en términos cognitivos. De la misma forma que debemos aprender a controlar la comida basura o la llamada del sofá frente al ejercicio, debemos aprender a no entrar en todas esas páginas que nos intoxican.

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