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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

¿Cómo resistir al imperio de la crispación?

Javier Ortega Smith

Violeta Assiego

Hay vida más allá de Vox. Es posible que no lo parezca por el tiempo que le dedicamos en las redes sociales y en nuestras conversaciones cotidianas. Estamos preocupadas y también cabreadas, es normal. Cómo no estarlo. El lado oscuro de la derecha española ha pasado a ocupar doce escaños en Andalucía y el horario del prime time informativo en radio y televisión. Quienes alardean de llevar pistola y defender la España Viva han construido su propia ideología del género masculino para atacar al feminismo, promover el racismo institucional y relegar al ostracismo a las personas cuya vida no responda a un modelo familiar cis-hetero-tradicional. A la 'España Viva' le sobran casi tres cuartas partes de la población y cuanto más preocupadas y cabreadas estemos, los de la ideología del género masculino parecen estar mucho mejor.

De hecho, a pesar de su ceño fruncido, se lo están pasando pipa. Tanto ellos como los que, desde las redacciones y los platós de televisión, les bailan el agua como si no hubiera otros enfoques o suficientes cosas que contar. Dejamos atrás unas semanas en las que unos y otros disfrutan a lo grande viéndonos así, inquietas e indignadas. Como si esa fuera su venganza en frío por todos los sonrojos, desafíos y sudores por los que las mujeres les estamos haciendo pasar. Podría tener hasta su punto si no fuera porque esto, más allá de lo estúpido que es el revanchismo, es la ultraderecha preconstitucional tocando poder, marcando agenda repartiendo leña a progres, mujeres, migrantes y LGTB con solo el 11% de los votos.

Esta claro que queda un año muy complicado y el desgaste emocional y existencial no juega a nuestro favor. ¿Cómo hacer? ¿Cómo evitar que este tsunami de crispación nos arrastre? ¿Cómo deshacerse de esta aplastante sensación de que son diez en vez de uno?

Propongo empezar por apropiarnos sin complejos de los derechos alcanzados y las reivindicaciones que venimos realizando. Pero hacerlo desde una inteligencia colectiva donde la diversidad de diversidades sea capaz de trabajar mano a mano sin el requisito de la afinidad. Hay que dejar de hacerle el juego a ese capitalismo que nos quiere compitiendo desde nuestras identidades y dentro de nuestros movimientos, y para ello es tiempo de dejarse de cuentos y empezar a ser conscientes de nuestros privilegios, de los que oprimen y deprimen, aunque no seamos causantes directos.

Propongo no dudar. Estamos mucho menos solas y solos de lo que nos quieren hacer creer. En distintos puntos del globo y en muchísimos lugares y rincones de España hay gente y movimientos (racializados, de mujeres, migrantes, LGTB, etc.) que están tejiendo en lo cotidiano redes de apoyo, cuidados, complicidad, respeto y resistencia. Más allá de lo virtual es momento de buscar el contacto directo para que sea la mirada, el tacto, la personalización y la empatía lo que nos construya como colectivo, para que nuestra mirada sea conjunta sin límite de caracteres ni pantallas de por medio. Es el momento de las alianzas sinceras no de los pactos de mínimos, el tiempo de la exigencia y más allá de la sinceridad, es tiempo de lo honesto.

Propongo resignificar los ataques e insultos para hacer pedagogía, aunque lo llamen ideología (porque todo lo es en cierta medida). No somos las primeras ni seremos las últimas víctimas de sus bulos y mentiras. Busquemos referentes, formas de hacerles frente. Si tachan nuestras manifestaciones (pacíficas y legítimas) como ‘kale borroka’, igual es momento de advertir a quienes lo ignoran que en su literalidad esos términos significan ‘lucha en la calle’ y que sí, que efectivamente, que, desde el movimiento feminista, antirracista y LGTB, usaremos las calles para defender (como siempre hemos hecho) lo que es de todos, no solo nuestro, porque los derechos humanos son un bien común.

Y propongo no renunciar a pensar de forma conjunta cómo afrontar las actitudes, opiniones y experiencias que nos agreden, atacan y prejuzgan sin ignorar ni defenestrar a las y los conciudadanos que las albergan, muchos de ellos parte de nuestras familias, nuestros entornos de trabajo y nuestros barrios. No hay nada más difícil que la convivencia y más contagioso que la ofensa, y si la vida se sostiene es por la primera.

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