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El rey colorao

Donald Trump, junto a su mujer Melania, este 21 de enero de 2017.

Antón Losada

El horror ya ha redecorado el despacho oval. Cortinajes dorados, sofás dorados y moqueta dorada para que el rey del colorao se sienta como en casa. Mientras media humanidad espera que algún tipo de milagro lo detenga, el profundo programa de contrareforma autoritaria y plutocrática que impulsa Donald Trump avanza entre golpes de efecto y maniobras de distracción para que nos perdamos en lo irrelevante mientras su administración decide lo importante. Hace apenas unas horas, comparar a Melania Trump con Jacqueline Kennedy nos habría parecido tan extravagante como comparar a Belén Esteban con Grace Kelly, pero hoy ya se trata como un asunto de portada.

El desconcierto es general. Los conservadores bien pensantes que le votaron, convencidos de que el sistema le haría entrar en razón, empiezan a desquiciarse y a deshacerse en disculpas y excusas. Como casi siempre, la izquierda tuitea y se moviliza con esa intensidad que tanta falta hacía antes de la derrota, mientras se entretenían debatiendo ferozmente si Obama había podido o no, o si Hillary era demasiado mayor, demasiado mujer, demasiado prosistema, demasiado militarista, demasiado liberal, demasiado lo que fuera.

En el ala liberal reina el caos. Una mitad de los liberales el mundo, especialmente los entrañables españoles, intentan separarse como sea de la sombra proteccionista, autoritaria y patriotera de un Donald Trump que demoniza la globalización casi tanto como ellos la santifican. La otra mitad, con los españoles siempre liderando el liberalismo mundial, busca afanosamente señales que demuestren irrefutablemente que el nuevo presidente es un redentor venido para salvarnos de la plaga de comunismo, colectivismo y socialismo que nos asolaba y devolvernos el libre albedrío y la felicidad.

En su primer discurso no ha podido hablar más claro, ni resumir mejor su programa. La culpa es de los otros, nos han robado y la solución es defendernos. No hay más. Eso es cuanto necesita para justificar un programa de gobierno que consiste básicamente en gastar masivamente en los negocios de la minoría y recaudar masivamente sobreexplotando la renta de la mayoría. Es la apoteosis de la teoría del goteo: lo que es bueno para los millonarios que conforman el Gobierno Trump será bueno para América, porque su riqueza siempre acaba “goteando” y mojando de una manera u otra al conjunto de la nación.

Hoy la culpa de todos los males reside en la casta de Washington, los liberales de izquierdas, los inmigrantes y, en general, todos aquellos que no son blancos norteamericanos como ellos. Cuando ese plan falle, y fallará porque siempre lo hace y porque ni la grandeza, ni los buenos trabajos, ni el bienestar social han vuelto jamás de la mano del proteccionismo y las políticas de extracción fiscal, se buscarán un enemigo exterior a quien imputar todas las desgracias. Las figuras del elitismo radical americano, como William Domhoff o C.Wright Mills si aún viviera, no deben dar crédito ante semejante pesadilla.

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