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El Rey y la Plaza de la Lealtad

El presidente kazajo, Nursultán Nazarbáyev, regala el abrigo de piel al rey D.Juan Carlos I durante su vista al país asiático en 1998

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Hay en el viejo Madrid una pequeña y coqueta plaza denominada Plaza de la Lealtad. Se sitúa junto al Museo del Prado y en ella tienen su sede la Bolsa de Madrid y el Hotel Ritz. Así que pequeña, pero matona. Para completar el panorama, en su centro se eleva el monumento a los Caídos de España, que anteriormente era conocido como monumento a los Héroes del Dos de Mayo de 1808 o, simplemente, el obelisco para los más castizos, porque en este lugar, y en otros puntos de la ciudad, se produjeron los fusilamientos del 3 de mayo ordenados por el general napoleónico Joaquín Murat.

Y aquí, en esta misma plaza en la que Juan Carlos I reinauguró el monumento en 1982, encontramos el rastro de un nuevo borrón en el historial del rey emérito. Los borrones van acumulándose y esto parece no tener final. El enemigo de la monarquía, como en el famoso caballo de Troya, estaba dentro y nadie parecía saberlo o, los que lo sabían, estaban a la chita callando. Tiene bemoles, que en este desaguisado in crescendo, aparezca el nombre de Lealtad, que es el de una plaza, pero a la vez un vocablo que significa “cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien”, según el diccionario de la RAE.

Pues bien, en la Plaza de la Lealtad número 2 está la sede en España de BK Partners, la gestora de fondos del ciudadano mexicano Allen de Jesús Sanginés Krause. En los últimos días la figura de este empresario ha sido vinculada por la fiscalía al rey emérito.

El 3 de noviembre pasado este mismo diario publicaba una exclusiva con el sonoro titular: “Anticorrupción investiga al rey Juan Carlos, a la reina Sofía y a varios de sus familiares por el uso de tarjetas de crédito opacas”. Según las fuentes consultadas por elDiario.es, la investigación también ha permitido identificar ya a dos individuos presuntamente vinculados a esta trama de fondos opacos para abonar gastos de la familia real: un ciudadano mexicano y un coronel del Ejército del Aire. 

El ciudadano mexicano es Allen de Jesús Sanginés, cuya empresa BK Partners tiene, como decimos, su sede madrileña en esa Plaza de la Lealtad, a través de una sociedad de su propiedad. Allen de Jesús es un hombre poco dado a apariciones públicas, pero saltó a la fama la pasada semana cuando su nombre apareció como presunto proveedor de fondos de una cuenta a la que se enlazaban las tarjetas opacas de diferentes miembros de la familia real, entre ellos el rey emérito, su esposa, la reina Sofía de Grecia, y también varios de sus familiares más directos, entre otros, algunos de sus nietos.

El empresario mexicano es un campeón de la discreción. Su mano derecha no sabe lo que hace la izquierda. Hace unos años invitó a Juan Carlos I a su castillo de Killua en Irlanda, que perteneció a la familia de Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, y aprovechó para llevarle a la inauguración de una remozada iglesia del lugar. Los invitados eran gente de la zona y Sanginés les anunció que estaba con ellos un invitado muy especial, el rey de España. Sorpresa y júbilo entre los lugareños asistentes. A Juan Carlos le acompañaba en esa ocasión su amiga Marta Gayá. La cosa podía haber quedado en nada porque el fotógrafo oficial había recibido la orden de no fotografiar al emérito y a Marta Gayá, pero una de las asistentes, emocionada por la presencia real en un país republicano, aprovechó la ocasión para inmortalizarla con su smartphone y luego, excitada ella, la distribuyó en internet donde puede verse el vídeo de marras.

Estos líos del emérito no dejarían de ser simples corredurías, allá él con su respetable e inviolable vida personal como la de cualquier hijo de vecino, si no afectarán de modo dramático a los intereses públicos a los que el primer ciudadano y jefe del Estado se debe de modo especial, incluso dando ejemplo con una actitud irreprochable. Repito, su vida personal para él y su familia; su vida pública y los negocios y entramados que afecten al Estado, limpios y desinfectados.

Sobre todo cuando a su alrededor, en esa corte de campechanía y buen humor, hacían cola cortesanos de variados e inconfesables intereses. El mismo Sanginés y la ubicua Corinna, mediaron según El Mundo en una operación que trataba de comprar el 29,9%, máximo legal, de las acciones de una empresa estratégica como Repsol por la petrolera rusa Lukoil, por un valor de 9.000 millones de euros. El empresario mexicano aparece también con su fondo BK Partners y a través de RHL Properties en la compra del hotel Villa Magna de Madrid por 210 millones de euros. Hace poco Sanginés se ha desvinculado de RHL Properties y de la propiedad del Villa Magna justo cuando se iniciaron las pesquisas sobre la cuenta corriente a la que se cargaban los gastos de las famosas tarjetas opacas.

Lo del emérito va convirtiéndose en un sinvivir. Un día nos enteramos de la investigación sobre las tarjetas opacas cargadas a una cuenta de un millonario mexicano a través de otra de un testaferro que es coronel del ejército. Otro día el diario El País publica que el abogado Arturo Fasana informa al fiscal de que Juan Carlos le entregó en su casa una maleta con casi dos millones de dólares para que los ingresara en su cuenta, por no hablar de los 65 millones saudíes que andan dando vueltas por ahí y terminan en manos de Corinna. Para completar el panorama, el Servicio de Prevención de Blanqueo de Capitales (Sepblac) trasladó una alerta a la Fiscalía Anticorrupción al localizar una fortuna oculta de unos cinco millones de euros del rey emérito en la isla de Jersey. Y así todo un rosario de presuntas irregularidades que jalonan un camino de lujo y exceso. En este complejo entramado dinerario nos encontramos hasta con pagos por duplicado de diferentes testaferros, como en el caso de una factura en el lujoso hotel The Connaught en Londres, de chiste. 

Y la pregunta es obvia, ¿dónde está el final? Difícil respuesta. Lo de mezclar campechanía, negocios, testaferros, cuentas suizas y paraísos fiscales, puede encaminar a la monarquía a un complicado futuro. Buena parte de los jóvenes no entienden eso de que el jefe del Estado no sea elegido, que la cuna marque el camino al máximo poder, y que, además, esté exento de responsabilidad por sus actos. Si a esto le añadimos la labor de marketing del actual emérito, que desde lo del elefante en Botsuana hasta su actual estancia como huésped del emir Mohamed Bib Zayed en Dubai, se ha desempeñado con especial esmero en añadir borrones en el currículum de la monarquía borbónica, tenemos montado el circo.

Y para circo esas sorprendentes imágenes de Juan Carlos I con un suntuoso abrigo de piel de leopardo de las nieves en un viaje a Kazajistán en 1998, junto al presidente eterno de aquel país Nursultan Nazarbayev. El leopardo de las nieves está protegido desde 1975 por CITES como animal en peligro de extinción. La información de este diario hablaba de caza de apreciadas cabras salvajes por parte del emérito y de maletines con millones de dólares en otro viaje a ese país. Kazajistán es el país de Borat, el tronchante falso periodista kazajo creado por el actor británico Sacha Baron Cohen. A estas alturas de la película no se sabe si las aventuras reales del rey emérito, las que conocemos y las que conoceremos, no superarán a las inventadas por Baron Cohen.  

Seguramente, están por venir nuevas investigaciones, nuevas exclusivas periodísticas, nuevas revelaciones. Es como una mina, encuentras la mena a poco que rasques.  Y, al parecer, hay mucho donde rascar.

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