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Salir del atolladero

La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, durante un acto de escucha de su proyecto Sumar

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Ha llegado el momento. Yolanda Díaz anunciará hoy su candidatura a las elecciones generales desde Sumar, la plataforma que lidera la vicepresidenta del Gobierno y que busca consolidarse como una propuesta atractiva para el espacio progresista en España. Salvo sorpresa de última hora, Podemos no asistirá al evento, por considerar que no están dadas las condiciones para escenificar la conformación de un proyecto compartido. El principal obstáculo para un acuerdo es el sistema para configurar las futuras listas electorales de una eventual coalición. Un asunto procedimental, pero de indudable trascendencia por el impacto que el modelo elegido tendría en el reparto de poder.

Podemos, un partido surgido de las movilizaciones del 15M que supo capitalizar la indignación de parte de la izquierda –sobre todo los jóvenes- contra un sistema económico y social que daban por agotado, ha conseguido hacerse con un espacio en la escena política. Sin embargo, las sucesivas contiendas electorales han puesto de manifiesto que la conexión con el electorado que logró concitar en sus mejores momentos ha ido en declive, y todo parece indicar que en los próximos comicios municipales y autonómicos no se revertirá la tendencia. Sin embargo, pese a que los vientos ya no soplan con la vitalidad de antaño, el partido que lidera la ministra Ione Belarra sigue siendo un actor político importante, de modo que cualquier proyecto que pretenda atraer a una izquierda no ocupada por el PSOE debe contar con la marca morada o, si esto no es posible, atraer a una parte sustancial de lo que ha sido su cantera de votantes.

Desde una perspectiva del ejercicio del poder, es comprensible que Podemos, que pese a sus vicisitudes es en la actualidad la formación más estructurada en el espacio llamado “la izquierda a la izquierda del PSOE”, pretenda que el acuerdo con Sumar incluya unas primarias abiertas para el diseño de las listas de candidatos a las generales. Sin embargo, el proyecto que ha puesto en marcha Yolanda Díaz parte de la premisa de que el escenario político en que floreció el movimiento de los Indignados ha sufrido una transformación en España, con lo que no tendría sentido activar un cambio para que nada cambie, siguiendo el viejo principio del Gatopardo. Es decir, no tendría sentido que Podemos, que hoy tiene mayores resortes para movilizar a su militancia, se mantenga como el ‘socio de referencia’ en un experimento de cambio. Insisto: es legítimo que el partido de Belarra quiera hacer valer su poder –a fin de cuentas, el poder sigue siendo un eje fundamental del hacer político-, pero la pregunta es si esa pretensión de máximos tendría recorrido, cuando, visto desde la lógica de Sumar, lo que se impone en la presente coyuntura histórica es presentar un proyecto que seduzca a la mayor cantidad posible de progresistas, muchos de los cuales se sienten hoy alejados de Podemos o, lisa y llanamente, nunca se sintieron cercanos a él. En síntesis, de lo que se trata es de ofrecer a los potenciales votantes algo ‘nuevo’, ‘fresco’ –por frívolas que puedan parecer a algunos estas palabras-, con capacidad de amalgamar la mayor parte de las sensibilidades del progresismo (incluido Podemos) y con vocación de consolidarse como una fuerza con capacidad real de expansión en el electorado. Este planteamiento parece compartirlo un buen número de dirigentes del espacio progresista que hoy acompañarán a Díaz en la presentación de su candidatura.

¿Cómo se sale entonces de este atolladero? Se trata sin duda de una situación endiablada. Las posiciones hoy divergentes de Díaz y Belarra son comprensibles desde una lógica estricta del ejercicio del poder, pero, siendo sin duda importantes las dinámicas procedimentales, lo que en este momento importa al grueso de progresismo, por encima de cualquier consideración, es que no llegue a la Moncloa un Gobierno reaccionario, como sin duda lo sería un Ejecutivo del PP y Vox, con perspectivas de asentarse en el poder. Esto es lo que, en las actuales circunstancias, más deben tener en cuenta los equipos negociadores de Podemos y Sumar en su búsqueda de un acuerdo. Si en algo parecen coincidir los analistas es en que la falta de acuerdo se traduciría en las próximas generales en una dilapidación de votos por la propia naturaleza del sistema electoral y reduciría ostensiblemente la posibilidad de que tengamos un Gobierno progresista tras los comicios. Lo deseable habría sido que el pacto se alcanzara antes de la proclamación de la candidatura de Díaz. No ha sido así, pero eso no significa el fin del mundo. Quedan meses por delante, y cabe confiar en que se encuentre la fórmula que hoy se presenta elusiva. Es probable que los resultados de las próximas elecciones territoriales ayuden a todas las partes concernidas en el proceso a tener una idea más clara acerca de sus perspectivas en el nuevo escenario y calibrar la mejor manera de articular el proyecto progresista. Hay tiempo. Pero el tiempo vuela.

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