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Sánchez y ERC... 'ERCadenados'

Pedro Sánchez tras ser investido presidente

Garbiñe Biurrun Mancisidor

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El cine es, según se dice, como la vida. Y la vida “política”, como el cine.

El debate de investidura de Sánchez en los primeros días de enero, como otros debates anteriores, estuvo plagado de citas literario-cinematográficas: citas de autores/as (más “es” que “as”), políticos (más “os” que “as”) y películas (más “os” que “as” también, si atendemos a sus directores/as).

Lo cierto es que parece difícil, hoy, participar en un debate parlamentario en España –desconozco lo que ocurre en otros países– sin citar a Azaña, Pérez Galdós (o Galdós, a secas, como se estila), Neruda, Machado (normalmente, Don Antonio), así citados todos revueltos. Y ¡nueva moda!, no hay ya quien se resista a hacer un discurso parlamentario sin dirigirlo también por los títulos de películas de todo pelo.

Pues yo también entro al trapo, sabiendo, cómo no, que esto no es un debate parlamentario –desde luego– y que, por tanto, la licencia puede ser menos disculpada. Pero, con todo, allá voy.

Resulta que la pasada semana ha tenido su cosa, su aquel. Y ello en relación con uno de los puntos del pacto entre el Grupo Parlamentario Socialista –o el PSOE, o Sánchez, o vaya usted a saber quién–, y el Grupo Parlamentario Republicano –ERC–. Se trata –cómo no– de la llamada “mesa bilateral de diálogo, negociación y acuerdo para la resolución del conflicto político”, a tener lugar entre los Gobiernos de España y Catalunya.

Acuerdo que, en su literalidad, contenía, entre otras previsiones, la de que el compromiso en cuestión partiría del “reconocimiento y legitimidad de todas las partes y propuestas y actuará sin más límites que el respeto a los instrumentos y a los principios que rigen el ordenamiento jurídico democrático”, que estaría formada por delegaciones de los dos Gobiernos, con un “contenido abierto”, en el que “las partes aportarán con libertad de contenidos sus propuestas detalladas sobre el futuro de Cataluña”. Y ello, con un calendario transparente según el cual la mesa “iniciará sus trabajos en el plazo de 15 días desde la formación del Gobierno de España”.

Disculpen que me limite a reseñar los aspectos que, para este momento, entiendo son los esenciales del acuerdo. Y conste que los cito según constan en el Acuerdo que se ha dado a conocer públicamente.

Pues bien, resulta que, como es bien conocido, el Gobierno de España se fue formando por goteo –según se iba anunciando–, pero tomó posesión, en todo caso, el 14 de enero, por lo que, en el peor de los casos, el día 29 de enero tenían que haberse iniciado los trabajos de la mesa de diálogo entre ambos Gobiernos. Es evidente que no ha sido así y que solo el 30 de enero –¡y de qué manera!– hemos sabido que la reunión en cuestión tendría lugar la semana entrante –o sea, la semana que este lunes comienza–.

La primera gran duda que me asalta, acerca de la que poco se ha oído-leído comentar, es la referente al incumplimiento del pacto PSOE-ERC sobre el momento en que la mesa de diálogo referida tendría que haber, como digo, no solo sido constituida, sino “iniciar sus trabajos”, en los estrictos términos del acuerdo. Bien es verdad –y no hace falta recordarlo– que no soy una de las pactantes, pero sí de las expectantes y, por ello, y dada la trascendencia de lo pactado y sus consecuencias, parece imprescindible su cumplimiento. Pero también es verdad que ERC no lo ha reivindicado en estos estrictos términos, que yo conozca, por lo que, con el máximo respeto, guardo silencio –salvo lo dicho–.

La segunda duda no es tal, realmente, sino certeza. Resulta que el presidente Torra anuncia, resumidamente dicho, que su legislatura no tiene recorrido político y que convocará elecciones sin indicar fecha –pues claro, algún día tendrá que hacerlo–, pero que lo hará tras tramitar sus Presupuestos. Y resulta también que Sánchez –y sus varias “bocas de la verdad”– traduce(n) que Torra está en funciones y que no hay mesa que valga. Y no lo entiendo, ciertamente. No lo entiendo, porque pocas personas como Sánchez saben lo que es ser presidente una vez convocadas elecciones –recuérdense los llamados “viernes sociales”, en los que se hartó de dictar Reales Decretos Ley tras convocar las elecciones para el 28 de abril– y serlo en funciones –una vez celebradas las elecciones de que se trate–. Pero, incluso cuando la mesa tenía que haber iniciado sus trabajos, la negó –y, con Sánchez, sus más “sus”– y zanjó su existencia hasta pasadas las elecciones catalanas, aún sin fecha.

Y este habría sido, sin duda alguna, el final –es un decir, pero casi– de ERC, cuya vida política está, hoy por hoy, tan íntimamente vinculada a la de Sánchez. Pero, claro, como en la película, primero la chica tiene que atrapar al agente de inteligencia enemigo del que finge enamorarse para luego enamorarse de verdad del agente de otro país –el bueno– y, finalmente, tras el auténtico suspense, terminar como la mayoría quiere. Lo que ha pasado, realmente, ¿o no? ¿O es que Sánchez creía en serio que el único acuerdo tangible –en fin…– de ERC para Catalunya iba a quedar en un agua de borrajas como esta? ¿Pensaba Sánchez realmente que iba a desencadenarse de quien no solo lo ha hecho presidente del Gobierno –en compañía de otros, claro está–, sino que también le brinda –también en compañía de otros– la oportunidad de cerrar con un acuerdo duradero el mayor conflicto político de la historia reciente de España? ¿Pensaba Sánchez que ERC iba a poder vender su acuerdo sin que su única victoria –la mesa en cuestión– se materializara, siquiera un solo día?

Ingenuo –o peor– Sánchez, si pensaba colarla tan fácilmente. Presto ERC ante lo que no tenía ni un pase y que le colocaba en una posición más que complicada. Lo dicho, 'ERCadenados': cierto que Sánchez tiene gran dependencia, como se ve, pero tampoco ERC tiene ya vida propia e independiente de las andanzas de Don Pedro.

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