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¿Podemos sumar?

La vicepresidenta Yolanda Díaz y la ministra y secretaria general de Podemos, Ione Belarra, en el acto de Por Andalucía en Córdoba

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Las aguas andan revueltas en la izquierda. Y en la derecha lo han estado al punto de echar a un presidente por romper la omertá y catapultar en cuatro días al nuevo al gobierno de las encuestas. Han depositado una capa de alquitrán sobre la mugre de tal grosor que parece no haya ocurrido nada. Ni la remodelación del PSOE cuenta, la agitación se reserva a ese universo con epicentro en Podemos. Y esta vez es verdad y más verdad incluso que en otras ocasiones.

Lo que importa no son movimientos de los partidos, sino las consecuencias que tienen para la sociedad. La situación mundial, en extremo complicada, aboca a cometer errores trágicos. Una Italia gobernada por el fascismo, el delirio británico, la debacle democrática de Estados Unidos, guerra de poderes, expansión de las consecuencias por las sociedades indefensas. ¿Es momento de pelear en la izquierda y dejar la gestión de la crisis a PP y Vox que no paran de sembrar la máxima alarma? Desde su concepción del tratamiento y origen de los incendios al borrado de la historia que perpetran el dúo diabólico de Madrid, desde la entronización del Califa Moreno Bonilla, el machista, a los alucinantes soliloquios de Núñez Feijóo.

A estas alturas no cabe duda de que la operación político mediática para tumbar a Podemos ha tenido una consecuencia trascendental en la política  española, en la sociedad española. A los cuatro meses de su creación logró 5 europarlamentarios en Bruselas y dos años después encaraba las elecciones generales de 2016 con las mejores perspectivas electorales. Y entonces llegó el hachazo soberbio tras las diferentes podas anteriores, los que arreciaron después y ni siquiera han terminado. Con mentiras y trampas, hemos oído hasta sus voces y sus risas. Empezando por la secretaria general del PP Dolores De Cospedal y siguiendo por las cloacas mediáticas. Sin olvidar los lawfares de esa excepción que es la justicia española.

Fue un triunfo llegar ahí y sobrevivir. Y formar parte en coalición del Gobierno de España, seis años después de nacer. Cuando, ahora, lees las palabras babosas que lo minimizan o niegan, se agudiza la vergüenza porque el periodismo haya sido y sea tan culpable. Aún siguen en ello. Incansables. Impunes hasta socialmente. Y los políticos, el presunto socialista José Bono abonado a las pantallas que le buscan para llevar al paritorio al socio de gobierno de su presunto partido.

A Pablo Iglesias le echan en cara hasta que se fuera del gobierno del que era vicepresidente. El acoso había llegado hasta al envío de cartas con balas y amenazas a sus hijos y a sus padres. En la presentación del libro entrevista con el periodista Aitor Rivero una frase entresacada como fondo del escenario decía que “a veces, detrás de las grandes decisiones, simplemente hay un nudo en la garganta”. Y de esos nudos ha habido muchos. No es un demonio como le presentan sus calculados detractores, ni un dios como lo miran sus millones de adoradores. Fue la cabeza de una idea brillante coronada con éxito hasta que llegaron los problemas. Pablo Iglesias tiene el derecho a hacer lo que le venga en gana.

Una idea que la sociedad consideró necesaria y que ahora sigue precisando. Lo que la izquierda española no ha aprendido jamás es que el líder que descuella demasiado se convierte en diana. Y que el triunfo duradero en las batallas se gana en equipo por eso precisamente. Sin duda lo hubo, y lucha de egos y malos modos y traiciones imperdonables. Y resistencia. Por las ideas y frente a enemigos cercanos y al permanente círculo dirigido a aplastarlos. Ese aparato demoledor entregado al triunfo de los conservadores y sus privilegios, y si acaso, de un bipartidismo con la derecha del PSOE que es derecha de la rancia añeja.

El Gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez ha funcionado en circunstancias harto difíciles porque sufrió desde el primer momento hasta el bombardeo deleznable de la derecha política y mediática que no pensó ni un minuto en los ciudadanos. Allí ha emergido la figura de Yolanda Díaz, ministra de trabajo hábil, dialogante, vicepresidenta después en lugar de Pablo Iglesias, defendiendo las medidas sociales. Con un gran tirón popular y a menudo la política más valorada. Podemos quedó liderado por Ione Belarra, ministra también en el gobierno de coalición. Cinco carteras solamente que se han multiplicado para sacar adelante proyectos, se diga lo que se diga. Belarra ha remodelado su equipo destituyendo a personas tan valoradas como Enrique Santiago, el secretario general del PCE dentro de la coalición. Nadie niega el derecho de elegir a sus colaboradores, pero como tampoco ha sido el único caso y todos van en la misma dirección, ha chirriado demasiado. Los orígenes y trayectorias cuentan, y el objetivo siempre ha de estar puesto en el bien superior de la sociedad.

Y de nuevo, un liderazgo en punta de lanza, Yolanda Díaz queriendo sumar sin contar con todas las cifras en positivo  y con el runrún que se intuye de algunos cantos de sirena. De los que siempre restan desde minúsculos porcentajes que ensalza el aparato mediático. El carisma brilla más en buena compañía.

De fondo, resulta peculiar volver a refundar izquierdas estando en el gobierno de la nación que no parece un puesto mínimo. Bien, si se trata de una mejora. Necesario, si las posturas de los principales elementos están muy alejadas. Pero hay que aprender a primar lo estable cuando tanto se mueve alrededor. Tanto y tan sucio. Los acentos de la crisis se reparten distintos según las versiones, pero problemas hay. En un inoportuno momento.

Voces consideradas progresistas azuzan las discrepancias en la izquierda, con infinita mayor insistencia que la dedicada al letal ascenso de la ultraderecha o la derecha ultra y corrupta. Son escandalosas las proporciones. Se han acostumbrado de tal forma al azote al rojo que igual habría que resetear el sistema. Pero tampoco hay tiempo.

El daño inferido es casi imposible de borrar. La trama revelada en las escuchas ha emporcado a todo el periodismo. Más, al estar quedando en la impunidad como tantas cosas. Hay quienes, injustamente, ven más fantasmas todavía de los que hay, que ya es decir.

A la mayoría de la gente, a quienes miran a bulto, no le gustan las dudas, y eligen certezas aunque sea la de que les van a robar la cartera, o lo que es peor: la sanidad. Y la educación. Y a poco que se descuiden hasta la dignidad.

La división de esa izquierda fue fatal en Andalucía. Y hoy vemos coronado con la pompa de otros tiempos lejanos a Moreno Bonilla (PP), que saca su alma machista para afirmar como una prebenda que “hay por fin mujeres capacitadas para la gestión”, mientras suprime la Consejería de Igualdad. Y casi en el día que el Supremo se pronuncia por fin y por tres votos frente a dos y condena a Chaves y Griñán por el caso de los ERE. Fuerte carnaza para la derecha impune hasta el sonrojo de cualquier persona decente.

Sánchez debe escuchar. Todos. Hay que escuchar más y hacer más. Las necesidades de los ciudadanos no esperan. Y es inaplazable resolver los grandes problemas y atajar el uso fraudulento de la justicia o de la información antes de que sea demasiado tarde. La democracia española está profundamente dañada con estas prácticas. No se puede demorar más. Se lo deben a la sociedad.

Todo pudo ser distinto. Pero solo existe para obrar el presente y marca el futuro. Para gustos, los matices, aunque todo buen gestor debe saber sumar y que solo sobra lo que resta. Desde cualquier lado que se lo proponga.

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