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Tercer intento

Guillermo del Valle, fundador de Izquierda Española, en la presentación de su libro

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Vamos a por el tercer intento. De las cenizas de Unión para el Progreso y la Democracia y de Ciudadanos, dos partidos relativamente efímeros (nacieron en 2006-2007 y ya han fallecido), surge ahora un nuevo proyecto llamado Izquierda Española. El nombre es campanudo, desde luego. Su principal promotor, Guillermo del Valle, veterano de UPyD y de C´s, dice ser de izquierdas porque está a favor de mantener el estado del bienestar. Vale. Todos sabemos dónde van a parar los votantes de estos inventos cuando llega el naufragio: al Partido Popular.

Como en los anteriores intentos, el objetivo consiste en combatir los nacionalismos periféricos. En realidad, el gran objetivo, según Del Valle, es acabar con las autonomías. Lo mismo que Vox. Se trata de algo legítimo, aunque como sabrá Del Valle, que estudió Derecho, inalcanzable en la práctica: habría que conseguir una mayoría búlgara en el Congreso y el Senado, y por tanto ilegalizar previamente los partidos nacionalistas, para aspirar a un cambio constitucional tan profundo que exigiría, de hecho, una nueva Constitución. Cabe esperar, empero, que, al igual que Vox, esta peculiar Izquierda no tarde en declararse “constitucionalista”.

Vayamos a lo que importa: la anomalía del sistema autonómico español frente a otros sistemas federales radica en su continua tensión centrífuga, y hay bastante gente fatigada por tanta reivindicación nacional. El “procés” catalán, con su petardazo de ocho segundos y el colofón de la amnistía, ha agotado muchas paciencias. El sistema en sí no es malo y funciona bien en otros países. Puede verse como un abrevadero de políticos, pero también como un contrapeso de poderes. ¿Se imaginan cómo bramaría ahora el PP si no tuviera el poder autonómico que acumuló el año pasado? Resulta obvio, por otra parte, que el sistema falla cuando quienes gobiernan las comunidades para las que se creó, Cataluña y el País Vasco, hacen lo que pueden para cargárselo.

Los anteriores partidos antinacionalistas (concedamos el beneficio de la duda y no les llamemos nacionalistas españoles) fueron efímeros, pero no irrelevantes. Ciudadanos ganó unas elecciones catalanas, ojo, y de haber tenido un líder en pleno uso de sus facultades mentales mantendría aún una fuerza parlamentaria más o menos apreciable. Ocurrió que Albert Rivera quiso absorber al PP (insisto, decía ser de centro-izquierda) y fue el PP, auxiliado por Pedro Sánchez, quien se lo tragó.

Hay una porción del electorado que sueña con un partido bisagra, una fuerza política que hiciera, sin raca-raca nacionalista, lo que hacían antes Convergència y PNV. Un partido que facilitara la formación de mayorías estables y uniera, en lugar de desunir. Para esa porción del electorado, por desgracia, hay dos malas noticias. La primera, que la polarización política ha exterminado las bisagras en todas partes. La segunda, que España lleva siglos desunida, salvo cuando algún dictador ha impuesto la silenciosa unanimidad de los cementerios, y aun así, ya ven: aquí estamos. 

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