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El tercio de Génova

Luis García Tojar / Antón R. Castromil

“No hay nada más relajante que un martini seco, lo leí en una revista para mujeres. Yo se lo prepararé, aunque me temo que esos vasos no sirven. Para un martini seco lo mejor es un vaso en forma de cono. Como éste. Primero, los cubitos de hielo. Deben ser de primera calidad, fríos y duros, a veinte o treinta grados bajo cero. A continuación ponemos la ginebra, así. Agitamos para enfriar y servimos”.

El discreto encanto de la burguesía, Luis Buñuel 1972.

Aunque en los últimos meses la opinión pública española se ha mostrado más voluble que nunca, el clima electoral muestra titubeos en todos los porcentajes menos en el Partido Popular. Socialistas, podemistas y ciudadanistas han ido intercambiando sus posiciones, pero siempre a la zaga del 30% de voto que, punto arriba o abajo, se atribuye al PP. Sería un cataclismo descomunal que el domingo 20, hacia las diez de la noche, la comparecencia de la vicepresidenta del Gobierno no comience diciendo: “El Partido Popular ha ganado las elecciones”.

¿Por qué a pesar de los recortes, las huelgas generales, la corrupción o las promesas incumplidas, entre otras cuestiones clave, los populares demuestran tal fortaleza? ¿Por qué el partido de Rajoy sigue siendo la pata más fuerte, el último soporte de un bipartidismo herido de muerte? ¿Por qué ha sido la única formación que no ha entrado en la carrera de caballos en el que se han convertido las encuestas en los compases finales de la legislatura? La explicación tiene que ver, a nuestro entender, con la propia crisis del bipartidismo. La encuesta pre-electoral del Centro de Investigaciones Sociológicas ofrece algunas pistas.

Señala el CIS que aproximadamente dos de cada tres ciudadanos prefieren que el próximo gobierno no obtenga mayoría absoluta. Parece que con la irrupción de actores como Podemos o Ciudadanos esta hostilidad hacia el rodillo parlamentario no tiene que ver con el deseo de un gobierno en minoría, apoyado por algún partido minoritario en forma de bisagra, sino que se trata de un cuestionamiento de mayor alcance.

En la medida en que estos mismos ciudadanos son plenamente conscientes de la situación de suave ventaja del PP y de triple empate entre los socialistas y los dos partidos emergentes, parece claro que esos casi dos tercios hostiles a las mayorías absolutas lo que están confesando es su hastío hacia el modelo bipartidista salido de la Transición. Sin embargo, la mayoría de análisis realizados sobre la encuesta del CIS obvian a ese ciudadano que, a pesar de los pesares, sigue queriendo para España la vieja fórmula de la mayoría absoluta. Es decir, un elector que prima la estabilidad, la continuidad o lo previsible en un momento en que parece que las únicas palabras que pueden decirse en público son “nuevo” y “cambio”.

¿Quiénes son estos electores? Más interesante aún: ¿tienen estos votantes, partidarios de la estabilidad que ofrece la mayoría absoluta, algo que ver con la relativa fortaleza del PP en la encuestas que acabamos de comentar? ¿El clima dominante de cambio, de apertura hacia un nuevo sistema de partidos a cuatro, no estará ocultando la existencia de una importante corriente de opinión que prefiere la continuidad?

Estos votantes fieles al sistema de partidos bipartidista son hombres y mujeres mayores de 60 años, con nivel de estudios medio-bajo, que viven en pueblos o ciudades pequeñas y se autoubican ideológicamente en el tramo de centro y centro-derecha. Estos ciudadanos puede que no valoren especialmente bien la actuación del gobierno del PP, del presidente Rajoy y la marcha de la economía --de hecho, los valoran mal--, pero tienen claro que de lo que se trata ante todo es de recuperar el statu quo perdido. Y para ello los azules se les presentan como la única fórmula válida.

Nuestra hipótesis es que estos ciudadanos recelosos del cambio (33,6% que se muestran favorables a un gobierno de mayoría absoluta en la encuesta del CIS) se concentran mayoritariamente en el PP, quien, por otra parte, consigue también parte del voto más moderado de los que prefieren mayorías relativas. De ahí la resistente primera posición en las encuestas de la candidatura de Mariano Rajoy.

Por supuesto, los críticos a la política del bipartidismo se concentran en mayor medida en Podemos (76% de sus votantes) y Ciudadanos (69%). Los electores en contra del viejo modelo a dos constituyen la principal base de apoyos de los emergentes y un nada desdeñable porcentaje de los apoyos al PSOE (58%). Pero son una minoría entre los simpatizantes del PP: casi el 70% de los votantes declarados del partido conservador no quieren decir adiós al bipartidismo.

Desde este punto de vista, resulta plenamente coherente la estrategia que está llevando Rajoy y su partido en la campaña electoral. El vídeo oficial del PP, titulado Despertador, es un mensaje dirigido a este sector de población, cuyo deseo de estilo de vida explota con suma habilidad. Voz en off: Suena el despertador y han pasado cuatro años. Palabras como quiebra o rescate ya no forman parte de tus conversaciones de café. El mal sueño de la crisis ha pasado y sus esquirlas, “palabras como quiebra o rescate”, han desaparecido. Fue el momento del café, es decir de ocio, y no la comida o la cena, tan exiguas para tantos, el que se vio afectado por aquellas molestas “palabras”. Un universo social entero gravita alrededor de la metáfora del café: el mundo de la gente que vive con seguridad, paraíso perdido de las clases medias españolas.

Cuando despiertan, los protagonistas del vídeo descubren dos buenas noticias: que en dos años se han creado un millón de empleos y que las pensiones nunca han gozado de mejor salud. Lo importante no es si son verdaderas --son falsas de capirote--, sino que son precisamente las que ese grupo de población necesita creer: empleo para sus hijos y dinero para sus pensiones. La imagen pasa de un grupo de jubilados viajando en alta velocidad a un joven, con traje y mochila, que entra en una empresa. Aunque a ti lo que de verdad te importa es saber si le ha ido bien la entrevista de trabajo a ese amigo. “Ese amigo” sin empleo es en realidad el hijo, pero la prestidigitación consiste en alejar los problemas propios de los colectivos para dar a entender que son diferentes.

En el PP no tenemos todas las respuestas, pero sí podemos ofrecerte hechos y decir a dónde queremos llegar. Los llamados hechos son, por supuesto, deseos: veinte millones de empleos en 2020 es el primero, que nuestra generación de jóvenes por fin encuentre su lugar el segundo y que seas de donde seas compartas la ilusión de una España unida el tercero. El PP promete trabajo para todos, una juventud sana y españoles unidos bajo la bandera. Su utopía es que las cosas vuelvan a ser como sus electores imaginan que fueron durante los tiempos de la burbuja.

En resumen, que todo lo que está en marcha no se ponga en peligro ni se detenga. Ésta es la idea movilizadora. El PP ha cometido errores, no sabe “todas las respuestas” pero tiene un camino. Frente a un PSOE extraviado y a unos pretendientes desconocidos, la seguridad de lo mismo de siempre -España en serio- puede ser una historia eficaz para un conjunto de votantes angustiados por el nivel de vida perdido. Si nos ponemos en su piel, entenderemos todo lo que ha hecho este partido durante los últimos veinte días.

La campaña del PP dispone con sutileza un marco de certidumbre/incertidumbre: del lado del orden está el gobierno, presidido por un hombre sensato que todos conocen; del lado del azar dos partidos desconocidos, Ciudadanos y Podemos, y otro dirigido por un joven inexperto, el PSOE. Los tres representan “carambolas”, como sugiere el vídeo electoral de Nuevas Generaciones del PP. Los votantes que acepten ese juego no son estúpidos, canallas o fanáticos, sino gente acostumbrada a vivir regateando el gélido abrazo de la inseguridad, para quien “lo que de verdad importa” son sus empleos y sus pensiones.

Siempre se puede confiar en el miedo de las clases medias, y en períodos de crisis más todavía. Su necesidad de certidumbre es tal que están dispuestas a todo por aplacarla. Por eso, sólo queremos pedirte una cosa: que a la hora de votar cierres por un momento los ojos y pienses en qué país te quieres despertar dentro de cuatro años. Hay que tener motivos poderosos para cerrar los ojos a la corrupción y la desigualdad rampantes y el PP propone uno tentador: el discreto encanto de la burguesía.

Este combate simbólico explica la huidiza estrategia de campaña de Mariano Rajoy, su resistencia a debatir en foros políticos, donde su marco opondría y por tanto legitimaría otras maneras de ver la realidad (además de mostrar sus limitaciones personales, evidentes en el debate frente a Pedro Sánchez), y su afición a mostrarse en la televisión de entretenimiento, rodeado de amigos que le permiten poner en escena un “lado humano” que es su poderoso significante vacío. Su carisma manufacturado.

Las inminentes elecciones van a dirimirse entre una serie de marcos cognitivos propuestos a la sociedad como objetos de consumo. Los principales son certidumbre/incertidumbre (PP), gente/casta (Podemos) y nuevo/viejo (Ciudadanos). El del PSOE, por su parte, no está tan claro y en ello consiste la principal debilidad de su campaña, que le convierte a ojos de sus votantes en un partido Mortadelo, difícil de reconocer, para el que casi la mitad de sus propios votantes no quiere un gobierno en mayoría.

Cuando una plataforma electoral fija un marco cuenta con una manera de construir la realidad, y si ese marco es afín al de sus bases sociales habrá forjado un vínculo que les permite a ambos, partido y votantes, reconocerse entre sí. El PP comparte ese marco con un tercio de los españoles y por tanto disfruta de un nexo político muy fuerte. Si además el único partido que le puede disputar ese electorado, que es el PSOE, renuncia a cuestionar el marco --por ejemplo, poniendo de relieve que la corrupción del PP pone en peligro empleos y pensiones--, tenemos que, salvo el famoso momento Ruiz y el lamentable mamporro de Pontevedra, Rajoy ha tenido una campaña tranquila. Los partidos que representan a los otros dos tercios de españoles tienen la responsabilidad de que la legislatura que viene no lo sea tanto.

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