Ese trasatlántico hacia su iceberg
Analizar la vida pública española con ojos y oídos abiertos y pretender ser honrado intelectualmente nos lleva a dudar de nuestra cordura y a preguntarnos si no nos hemos vuelto ya paranoicos. Hace años que me cuesta creer en esa vida pública.
Hace menos de un año veía que la casi totalidad de los medios de comunicación, con periodistas de crédito, se aplicaban en una campaña para impedir un cambio de gobierno y mantener a Rajoy, y veía cómo lo conseguían. En algún momento dudé de lo que veía porque eso significaba que en el Reino de España no existía verdadera libertad de prensa ni de expresión. El tiempo me confirmó. Ahora entiendo que es evidente que España no es una democracia y que todo el andamiaje sustentado estos años por una mezcla de desvalimiento cívico de la población, miedo, propaganda y control de los medios de comunicación han permitido la continuidad de este dominio antidemocrático.
Pero todo tiene su fin, tras cuarenta años de franquismo vinieron estos otros cuarenta de posfranquismo y parece que al tinglado ya le tocó su nueva crisis. Las actuaciones ya realizadas en Catalunya, intervención del dinero de su administración sin que esa decisión tenga sustento legal alguno y la persecución de los derechos de expresión e impresión, del derecho a la expresión política de la ciudadanía, desnudan no sólo al partido que gobierna, sino también a los partidos que explícita o implícitamente lo consienten y a esa “Brunete” mediática y sus firmas. Como ya he escrito reiteradamente aquí, Rajoy y su partido no sólo son responsables de una política social y económica catastrófica, también han vaciado lo que hubiese de democrático en la Constitución y dado el finiquito en diferido al Estado de derecho.
Lo han hecho durante años paso a paso pero ahora ese supuesto “trasatlántico” que el PP dice que es el Estado español se dirige con rumbo fijo a su objetivo, todo trasatlántico suntuoso tiene pesadillas con su iceberg. La España imperial que sueña la corte escogió chocar contra la sociedad catalana.
La orquesta del trasatlántico son las televisiones, periódicos y charlatanes de la “Brunete” y el capitán de ese barco embrujado es Rajoy. Hace años, cuando éste aún era candidato electoral, me propusieron repetidamente escribir su biografía, por diversos motivos no acepté, pero siempre supe que ese candidato era un error y que era un presidente inverosímil. Que Rajoy haya llegado a Presidente del gobierno sólo es posible por el disparate que es la derecha española y esa corte enloquecida, necesito manejar el concepto de “corte” porque permite separar esa mafia ávida de la población de la capital que la padece tanto como cualquiera otra. Hay que reconocerle a Rajoy su obstinada capacidad de aguantar ofensas y humillaciones, pero sólo un blindaje absoluto del personaje por parte de la oligarquía y sus medios pudo evitar que sus carencias y su falta de capacidad para gobernar un país quedase en evidencia. Pero ahora ahí está, lleva el timón y tiene un rumbo, el iceberg. Cada milla náutica que avanza más real y fatal es la roca magnética que aguarda.
Rajoy desconoce la realidad histórica, social y hasta la existencia del cambio climático y desde luego desconoce la sociedad catalana, a la que llama “un rincón de España”. Pero no es un demérito exclusivo suyo, ése búnker ideológico y ese entramado de intereses que caricaturiza muy bien el palco del Bernabeu desconoce lo que no sean los salones y comedores madrileños donde se reparten la tarta del Estado. Desconocen a Catalunya como país y desconocen completamente la sociedad catalana.
La política española y su prensa, por su ideología españolista y su agenda de intereses cortesanos, han venido ocultando a los españoles la cultura, la realidad y los debates catalanes durante estas décadas y finalmente se han acabado creyendo sus propias falacias y mentiras, su propia propaganda. Los estereotipos y argumentos interesados sobre la política y la sociedad catalana en general, “la burguesía catalana”, “el tres por ciento”…, les han permitido acomodarse en una visión interesada y no molestarse en tomar ese AVE hasta Barcelona y escuchar a la gente. El catalán no es una lengua tan difícil de entender.
Si se hubiesen molestado habrían comprendido que el tiempo de Durán i Lleida y de este PSC caducado pasó hace tiempo, que la sociedad catalana se ha transformado de un modo radical en los últimos diez años y que desde la sentencia del Tribunal Constitucional, hace siete, se ha catalizado una nueva ciudadanía ejemplar, como no hay otra en Europa. La política catalana actual sólo es una consecuencia de los cambios generacionales y sociales aunque, sin duda, Rajoy y su partido con sus cuatro millones de firmas y su campaña contra el estatuto y su Tribunal Constitucional ayudaron mucho.
Sólo con recordar que Rajoy se haya negado a recibir protocolariamente en su día a la presidenta del parlamento catalán, Carme Forcadell, a la que ahora pretende embargar y meter en prisión, bastaría para comprender la rabia cívica catalana ante un odio político evidente. Pero si no se hubiesen obsesionado interesadamente con Pujol y su familia, tan oportunamente investigados, y si no hubiesen aceptado los infundios y mentiras de la policía política creada en las entrañas de este Estado, comprenderían que Puigdemont, Junqueras y el soberanismo catalán están decididos a hacer todo lo que dicen.
Es natural que ni Rajoy ni su partido, educados y crecidos en la corrupción y la mentira y blindados ante cualquier consecuencia de sus actos, no sean capaces de imaginar que existan políticos capaces de aceptar inhabilitaciones y responder con su patrimonio para cumplir con su palabra. No conocen ni a esta Catalunya ni a Puigdemont. En resumidas cuentas, han tomado mal la medida a sus enemigos, creyeron que por ser pacíficos no eran firmes, y lo van a pagar.
Rajoy se cargó el sistema político salido de la Transición, los franquistas en el poder han hecho el viaje de vuelta al lugar del que salieron, el franquismo. Reconocemos las actuaciones franquistas en la utilización de la policía como arma intimidatoria, con registros a imprentas y medios de prensa sin que tengan base ni consecuencia judicial posterior, en la identificación entre el PP y la fiscalía y los jueces, en la prensa adicta que le oculta a sus lectores la postura prudente de Juncker, presidente de la Comisión Europea, que reconoce que “si un 'sí' a la independencia catalana viera la luz, que ya veremos, respetaríamos esa decisión”, porque esas televisiones y periódicos no son medios de comunicación sino armas. Armas políticas que apuntan ahora contra los catalanes pero que, en realidad, han tomado como rehenes a sus espectadores y lectores.
El “procés” ha desnudado a todos y se ha cargado la autoridad moral de casi cualquier referencia en la vida pública española, tras estos últimos años la vida pública española es una ruina moral en la que sólo mantienen credibilidad algunos nombres y algunos medios de prensa digitales.
La situación ahora no es que Rajoy pretenda encarcelar a los dirigentes catalanes, otra vez la historia, no es que él no reconozca a los gobernantes de la Generalitat, la situación es que el presidente Puigdemont, como afirmó en una entrevista en TV3, ya no lo reconoce como interlocutor. Hace unos días todavía creía que cabía que Rajoy se tragase su orgullo de falso hidalgo y rectificase convocando formalmente a Puigdemont a dialogar, ahora me parece que lo más probable es que la única salida a la situación es que dimita antes del día 1 de Octubre. Porque, por si alguien lo duda, les aseguro que ese día van a votar más catalanes de los que votaron el 9 de Noviembre del 2014. El españolismo centralista del PP y el estado ha catalizado un nuevo país tan cívico y pacífico como militante.
Rajoy es un remedo de Primo de Rivera y Felipe VI de su bisabuelo Alfonso. Cuando cayó Primo se llevó con él la monarquía. Rajoy está muerto políticamente y cuando caiga puede ser que se lleve con él a Felipe, y es que las monarquías se justifican por la sangre y los genes y en los genes de los Borbones está el ser educados en el reaccionarismo y el no aprender.