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Trump supo llevarse los votos de la ira

Donald Trump, en un acto de su campaña electoral.

Andrés Ortega

Ha sido un voto de la ira de un importante sector del electorado estadounidense castigado desde hace años, que ha ido a menos con la crisis –y para los que la recuperación ha llegado tarde–, y que se han sentido olvidados desde hace tiempo por eso que se suele llamar 'Washington', como, salvando las distancias, en Europa se habla de 'Bruselas'. Cuenta también la mayor abstención entre la población negra e hispana que no se han sentido suficientemente defendidos por Obama. Y pesa también el rechazo a que una mujer llegara a la Casa Blanca. Además del temor ante la pérdida de identidad. El mensaje de Donald Trump de recuperar el “sueño americano”, que hace tiempo que no funciona, ha calado y triunfado.

Ha sido un voto contra el establishment, aunque Trump sea personalmente parte de esa élite, un “populista plutocrático” como lo llamamos. Tendrá un amplio margen de maniobra al controlar no sólo la Casa Blanca, sino con una sólida mayoría republicana –aunque a muchos de estos republicanos no les gustara Trump– el Congreso, tanto el Senado como la Cámara de Representantes. Las encuestas a pie de urna reflejan que Trump ganó de largo entre los blancos sin título universitario, y bastante al final en los titulados. Ganó entre los hombres, y perdió poco terreno, pese a su discurso y comportamiento, frente a las mujeres. El hecho de ser mujer no acabó favoreciendo significativamente a Clinton entre las de su género. La candidata demócrata despertaba un recelo, incluso un odio, que Trump supo aprovechar.

Hace unas semanas nos preguntábamos quién era más de izquierdas, si Clinton o Donald Trump, para poner de relieve que, si la respuesta era clara en términos de inmigración, no era tan evidente en cuestión de política económica. Nada por causalidad u ocurrencia –y ha hecho su fortuna desde la construcción–, en su discurso de victoria, el próximo presidente de EEUU habló, como también keynesiano, de la necesidad de un programa de obra pública, abandonada durante lustros (y aunque incluya una extensión del muro frente a México) para dar trabajo a mucha gente que ya ni siquiera se molestan en apuntarse a la listas del paro. Los olvidados.

En EEUU, el salario medio se ha reducido en casi 13.000 dólares anuales en términos reales (después de tomar en consideración la inflación) en las cuatro décadas desde 1970. Y pese a una tasa de paro formalmente muy baja (4,9% en teoría casi pleno empleo), a lo que hay que sumar una población reclusa de más de 2,2 millones, que representan punto y medio más de desempleo. Hay numerosos “trabajadores pobres”, pues como en todo Occidente, una gran parte de los salarios va a la baja, y el número de autónomos es ya un tercio del total de los trabajadores.

Hay que entender las razones de la victoria de Trump. Trump habló a esta gente que sentía que nadie se ocupaba de ella. También lo hizo en las primarias demócratas el socialdemócrata Bernie Sanders, pero sin mucho éxito. Hace no mucho advertíamos que “cuidado”, pues “Trump sabe manejar mejor las emociones y el resentimiento de muchos votantes”. No es que las encuestas hayan fallado, es que las élites, entre las que se encuentran gran parte de los medios de comunicación en EEUU, no se habían tomado el “fenómeno Trump” en serio porque no conocían sus sociedades. Ni se habían percatado de que la política estaba cambiando. Trump ha hecho caso omiso de las reglas políticas habituales y ha ganado.

En algunas cosas, lo ocurrido guarda cierto paralelismo con el voto a favor del Brexit entre los ingleses. Y cuidado, de nuevo, con lo que pueda ocurrir el año que viene en Holanda, Francia y Alemania. En todas las economías maduras, una parte muy importante de los electorados anda muy irritada y volátil. Cualquier cosa puede pasar.

De momento estamos viendo unos Estados Unidos más replegados sobre sí mismos, sobre su Estado-civilización (pues es más que una nación), aunque quiere pesar más en el mundo (“hacer a América grande de nuevo”, como insiste Trump). Occidente, en la medida en que aún vale –cada vez menos– este término se está desmoronando por dentro y por fuera. Trump es reflejo de ese malestar, de esa ira. Lo que hay que ver es si una vez en la Casa Blanca también se convertirá en su causa.

Un orden, nacional e internacional, se está hundiendo. Incluye el neoliberalismo. Pero no está claro lo que vendrá después.

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