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La venganza de Herodes

Detalle de Herodes Antipas y Caifás de la Hermandad de San Pablo de Sevilla
27 de diciembre de 2025 20:19 h

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En la vida de Jesús, cuyo nacimiento celebramos (más estúpidamente polarizados que nunca) estos días, hubo dos Herodes. Herodes el Grande, el de la masacre de los Santos Inocentes, episodio más que dudoso incluido en el Evangelio de Mateo, y su hijo, el tetrarca Herodes Antipas, el que devolvió la pelota del proceso a Jesucristo a Poncio Pilato después de hacer escarnio del que nombró con ironía el Rey de los Judíos, según el Evangelio de Lucas. Dos perlas, que diría Rosalía, que, sin embargo, tienen un sentido teológico dentro de la vida de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte. Herodes el Grande es, según Chesterton, “la sombra de un gran fantasma gris por encima del hombro”, la figura esencial para entender que el nacimiento de Jesús no solo es un acontecimiento de esperanza sino una “entrada en territorio enemigo”, un Dios que se hizo hombre para “sacudir las torres y los palacios desde los cimientos, igual que Herodes el Grande sintió aquel terremoto bajo sus pies y se tambaleó en su vacilante palacio”. 

Herodes es el poder frente a la humildad y la pobreza de Jesús y salió derrotado, aunque la realidad se empeñe en demostrarnos que todo sucede exactamente al revés. En la realidad y por lo que sabemos, Herodes el Grande hizo matar a su mujer Mariamne, a tres de sus 14 hijos, a su suegra y a un cuñado y quizá por esa pulsión homicida en el ámbito doméstico, Mateo le colgó el sambenito de la matanza de los inocentes. El Grande murió de forma dolorosa y apestosa, de una gangrena terrible cuyo origen no está muy claro, lo que nos hace creer, quizá sin razón, que a todo cerdo le llega su san Martín. Su hijo Herodes Antipas, al que Jesús llamó “zorro” o “zorra” según distintas traducciones de un pasaje del Evangelio de Lucas, se casó con Herodías, la mujer de su hermano, cuya hija Salomé pidió y obtuvo la cabeza de San Juan Bautista en una bandeja. Herodes Antipas quiso que llevaran a Jesús detenido a su presencia para contemplar alguno de sus milagros. Como no fue complacido, se burló de Jesucristo y se lo devolvió a Pilato. Aún hay un tercer Herodes en el Nuevo Testamento, Herodes Agripa, hijo de Antipas, que según los Hechos de los Apóstoles mandó asesinar al apóstol Santiago, fue responsable de la detención de Pedro y murió comido por los gusanos. Una familia ejemplar y nada polarizada: estaban todos de acuerdo en que Jesús y los cristianos eran un peligro para el poder. 

Quizá en coherencia con aquello de que su reino no era de este mundo, cada Navidad tenemos ejemplos de que “los pobres y los forasteros” son los grandes perdedores, y la palabra inocente designa más al que le falta astucia o picardía que al que está libre de culpa. Hoy es su día, el de los inocentes, los favoritos de Dios, a los que perseguimos y de los que nos burlamos como un Herodes cualquiera. En esta era de crueldad y falso renacer de la fe, la familia Herodes estaría en su salsa. Feliz día de los Inocentes. 

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