Que vienen los comunistas
El gobierno rojosatánico está al caer. La cosa va tan bien que, a falta de lío y por entretenernos con algo, a los entornos de los partidos, a los negociadores de titular fácil y a los medios no nos queda otra que especular sobre la capital y trascendental cuestión de si la investidura será antes o después del fin de año, como si la gobernabilidad, el Brexit y el cambio climático dependieran realmente de ello.
Mientras los diputados de la CUP se pierden en la intrascendencia, hasta que aprendan a estar sin estar como los de Bildu, y las huestes de JxCat no saben si subirse a ese barco de las conversaciones que ven que va a zarpar o quedarse en tierra esperando el naufragio, el PSOE y ERC negocian con tanto sigilo que, a lo mejor y Dios mediante filtraciones socialistas interesadas, no nos comunican que hay acuerdo hasta el ultimo día de la legislatura. Alguien debería decirles que una cosa es la discreción y otra la opacidad y lo opaco le sienta regular la democracia.
En la derecha lo ven venir todos menos Inés Arrimadas, que sigue comportándose como si Ciudadanos resultara indispensable, sumara medio centenar de diputados y ella fuera el ama de llaves de Rebeca. Para darnos aún más miedo, ahora han sacado del sótano del terror a los rojos. Pablo Casado jura que no va a blanquear un gobierno de comunistas. La presidenta de Madrid, Díaz Ayuso, que ya se la ve más fina, se ha conformado con rogarle al candidato Pedro Sánchez que no entregue los ministerios de la pasta a los comunistas. Para que luego vengan los politólogos modernos a decirnos que eso de la derecha y la izquierda ya no cuenta y resulta irrelevante.
Los dueños del dinero son mucho de la unidad de España y de llevar pulserita con la bandera, pero lo que realmente les moviliza es el miedo a perder su dinero. Como en los primeros años de la Transición, la prensa de orden alerta de la inminente fuga masiva de capitales y, de paso, suministra completa información sobre dónde y cómo evadir y quién ofrece los mejores márgenes de beneficio. Portugal va primero en la loca carrera de los capitales. El pequeño detalle de que allí también gobiernan los rojos carece de importancia; son rojos buenos.
La normalidad se va haciendo tan grande que los mismos que mezclaron política y deporte al suspender el Clásico se escandalizan ahora porque miles de ciudadanos quieran aprovechar la ventana global que les han regalado para hablarle al mundo del elefante sobre el cual aquí se prefiere callar. Más que un partido de fútbol ha parecido el rodaje del reboot de la saga Terminator, con la gran pancarta que pedía en el Camp Nou “Sit and talk” reconvertida en una confirmación más que una reivindicación.
Transitando por esta senda de normalización de cosas tan extraordinarias y revolucionarias como coger el teléfono, hablar o sentarse a negociar, parecería buena cosa que alguien le indicara a Pedro Sánchez que, si cada vez que va a interaccionar con algún catalán va a llamarnos a todos o quedar con nosotros uno por uno, no le va a quedar tiempo para gobernar.