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El arte del Prado y las calles de Madrid que me inspiran

El Museo del Prado ha decidido prorrogar hasta el 4 de octubre "Reencuentro", la reunión de más de 250 obras de entre las más importantes de sus fondos. EFE/Foto cedida por el Museo del Prado.

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Soy “amiga” del Prado desde hace varios años, visito el auditórium de la pinacoteca regularmente para escuchar conferencias y conciertos. También me apunto a charlas sobre obras específicas seleccionadas por los guías del museo. En 2019 fui más de veinte veces gracias al pase anual. Con la epidemia Covid, claramente esto no pude hacerlo.

En junio leí muy buenas críticas de la exposición Reencuentro, así que me registré para el martes 4 de agosto a las 16.30. Era el primer turno de la tarde. En la puerta hay una máquina que mide la temperatura al acercar la muñeca. En mi caso marcaba 36.5 grados. Así comenzaba una visita que resultó ser emotiva. Los cuadros giran en torno a la galería central de la primera planta. Algo parecido a como se visualizaba hace doscientos años. Fue una tarde alegre, el aforo reducido, con un número de personas perfectamente asequible. La distancia personal se respetaba cómodamente en todas las salas y ni siquiera te llamaban la atención las mascarillas porque era una costumbre muy asumida entre todos.

En la calle, el sol de verano tenía fuerza, pero dentro la temperatura agradable te invitaba a recorrer el estudiado montaje del Prado, semejante al orden pictórico existente en el siglo diecinueve.

Para guiarme en la exposición utilicé un cuaderno de notas apuntadas el día anterior en casa tras escuchar los audios de la página de internet del Prado. Me di cuenta de que muchos visitantes lo hacían sobre la marcha a través de los móviles.

El inicio lo marca la escultura de Leone y Pompeo Leoni: Carlos V sin armadura. A continuación dos cuadros emblemáticos: el Descendimiento de Rogier van der Weyden y la Anunciación de Fra Angelico. Continué mirando a izquierda y derecha de la galería central el paraíso de riqueza artística de Durero y El Greco.

Nueva parada delante de los retratos femeninos de la corte de Felipe II. Dos de las mujeres enseñan una miniatura de la figura del monarca en sus manos.

Al avanzar por la sala central, yo interpretaba el título de la exposición como un reencuentro con el arte que me inspira, era otra manera de saborear la pintura, distinta a la del pasado, con más calma.

Con Tiziano me detuve para ver los dos retratos expuestos de Carlos V, uno con perro y el ecuestre en Mühlberg.

Velázquez tiene reservadas tres salas en vez de las siete habituales, han limitado el aforo a cincuenta personas en la zona circular donde sobresalen las prestigiosas Meninas. Los cuadros de enanos están colocados a dos niveles. Fue fácil recrearse en las diferencias de pincelada antes y después del primer viaje a Italia del pintor sevillano. Como es el caso de ‘Las Lanzas’, un cuadro sobre la conquista de Breda por el ejército español, de técnica personal y meditada. El audio nos incita a fijarnos a mano derecha en el jinete Spínola luciendo una cinta roja, característica de los Austrias, y su caballo.

De Rubens aprendí cuál fue la primera ocupación que tuvo en España. Llega de Amberes para estudiar y copiar los cuadros de Tiziano. El Prado nos lo recuerda colocando dos obras una al lado de otra para comparar a los dos grandes. Los artistas se conocieron en Venecia y luego coinciden en Madrid.

En la galería han incluido ‘Las tres gracias’, una tabla guardada en la casa de Rubens, no era un encargo y posiblemente una de las figuras femeninas fuera su joven esposa. ‘La Adoración de los magos’ fue pintada en Amberes, y ampliada después por Rubens en España; se percibe por unas costuras entre las figuras de la obra.

Me sorprendió el cambio de sitio de los cuadros históricos de Goya, los episodios del dos y tres de mayo rodeando a 'la familia de Carlos IV'. El rojo de la sangre de los fusilamientos impregnada de luz natural, la que llega de las ventanas laterales del museo situadas a una gran altura.

En mi cerebro se agolpaban ideas de varias conferencias sobre el pintor aragonés de las últimas veces que fui al museo antes de la epidemia, incluso una mesa redonda moderada por la periodista de radio Pepa Fernández con la participación de dos filósofas sobre la exposición ‘Solo la voluntad me sobra’.

Antes, Goya estaba presente en tres pisos del Prado según su etapa pictórica, ahora la obra se ha limitado a un reducido número de tablas famosas. El 'retrato de Jovellanos' y las majas son tres ejemplos. El 'Saturno' de 1823 inspirado en el dios de Rubens, pintado en Madrid tiempo antes. Al estar ambos cuadros a la vista, percibes la cuidada anatomía de las dos representaciones sobre Saturno.

Una breve parada al lado del tablero de Felipe II, un regalo diplomático italiano al poderoso monarca. Pesa ochocientos kilos, decorado con figuras geométricas, usando mármol, jaspe y lapislázuli. Miré los leones de bronce de Matteo Bonuccelli que trajo Velázquez de Roma. Su función es muy práctica: son las cuatro patas de la lujosa mesa.

Sorolla cambió su sitio habitual por una sala cercana a la salida. Los 'Chicos en la playa' fue el último cuadro en que me fijé antes de abandonar la galería. Esa tarde no vi ningún banco para descansar, las reglas de higiene en la pinacoteca madrileña no lo permiten. Tras dos horas de recorrido tuve una panorámica amplia de cuadros que no veía desde hace mucho.

En la calle el calor era moderado, caminé desde el Paseo del Prado a la calle Cervantes para fijarme en la casa de Lope de Vega. En la puerta del Sol escuché el habitual bullicio proveniente del ir y venir de la gente, que un testigo asomado a lo alto del reloj puede equiparar a un reguero de hormigas correteando por su laberinto de galerías.

Pasé delante de una joven que cantaba con entusiasmo ‘Crazy Little Thing Called Love’. No era la voz de Freddy Mercury, pero tenía un ritmo sonoro y el público correspondía con monedas lanzadas a la pandereta colocada enfrente.

Continué hasta Opera y después a la plaza de la Villa para detenerme a escasos metros de la torre Lujanes, el edificio civil más antiguo de Madrid. En el mes de octubre descubriré las oportunidades que nos ofrece la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. Desde 1775 no ha olvidado el lema sus creadores: “socorre enseñando”. La institución lleva siglos difundiendo cultura. Si la Covid lo permite, formaré parte del público del salón de actos de la torre o de forma telemática me conectaré al programa cultural antes de que termine el año 2020.

Cinco minutos más tarde, al lado del Palacio Real, escuché unos acordes de la Primavera de Vivaldi interpretada por tres músicos callejeros. Con esa melodía rejuvenecí de golpe y prometí regresar a esa zona de Madrid que me inspira, alegra en estos tiempos donde soñar con los ojos abiertos es difícil.

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