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Me cuido, un acto revolucionario

Ana Belén Pérez Villa

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La terapeuta le dijo a mi amiga, que está pasando por una época de mucho estrés, que se permitiera estar mal. El otro día leía en Instagram la frase “está bien no sentirse bien”, de @la.gran.diosa, y conecté inmediatamente con lo que le estaba sucediendo a mi amiga:

Parte de todo el camino de crecimiento personal y empoderamiento, es escucharnos a nosotras mismas. Parte de la trampa es querer ser perfectas, estar siempre a tope, siempre dándolo todo y estar siempre al máximo de nuestro potencial... Y de esta forma seguimos sin escucharnos. Pues igual de válido es que tengas toda la energía del mundo como que tengas un día en el que te permitas decir “hoy no estoy bien”. Porque no eres menos fuerte, menos válida o estás menos empoderada por escucharte y darte cuenta de que tienes menos energía o hay algo que te molesta o no te gusta. Lo primero es escucharte a ti misma y validar en ti lo que sea que te está ocurriendo: sea lo que sea. Recuerda que lo primero eres tú.

Después de encontrarme con esta entrada tan inspiradora, empecé a pensar en lo importante que eran los cuidados y cómo habían pasado desapercibidos para nuestras abuelas, nuestras madres y para nosotras mismas. Hemos quitado importancia a nuestro sentir, muchas veces lo hemos desechado de nuestras vidas porque pensábamos que no nos lo merecíamos. Y hablo del sentir, porque del “otro tipo de cuidados” ya estamos hartas, como bien explica Adriana Andolini: “Generalmente, 'cuidarse', en el caso de las mujeres, suele ser sinónimo de sufrimientos varios: ponerse a dieta, ir al gimnasio, someterse a tratamientos de belleza, apuntarse a actividades sociales apetezcan o no y, por supuesto, cumplir con las expectativas de absolutamente todo el mundo a tu alrededor. Porque ser mujer es eso: complacer. Y el mundo te quiere joven, delgada, bella y cuidando a los demás. Pero ¿es esto realmente 'cuidarse a una misma'?”.

Andolini da en el clavo cuando cuestiona el autocuidado que propone el sistema patriarcal, un “cuidarse” al servicio de un modelo ficticio que alimenta nuestra frustración, gracias a dos ingredientes de excepción: el sufrimiento y la culpa. Nos han hecho creer que cuidarse es sufrir para responder a un estereotipo, en definitiva, a una mentira. En eso consiste, en someterse al libre mercado en silencio y con la convicción de que es lo mejor para nosotras, aunque en realidad seamos su gallina de los huevos de oro.

La publicidad ya pone su guinda vendiéndonos las bondades de un “autocuidado”, el de escaparate, el que habla de sangre, sudor y lágrimas, mientras nos hace creer que es el que nos conviene o el que nos merecemos, vete tú a saber, porque en realidad nos presenta como “mártires”.

El autocuidado es todo lo contrario. Es interesante la reflexión de Jordan Kisner sobre el movimiento #selfcare, en Estados Unidos, impulsado por mujeres blancas y con privilegios que buscaban su reafirmación a través de las redes sociales, principalmente Instagram, un avispero de publicidad y frivolidad, una paradoja que nos lleva al mismo punto de partida: hacer el juego al mercado. El patriarcado utiliza el autocuidado (su versión) como un bumerán, en realidad nosotras somos el bumerán, parece que volamos libres, pero solo es un espejismo.

La idea de autocuidado como acto político nace del pensamiento de las mujeres negras de los Estados Unidos. Decía la escritora y activista afroestadounidense, Audre Lorde, que “cuidar de mí misma no es autoindulgencia, es autoconservación y es un acto político”. ¿Por qué decía esto? Porque el verdadero autocuidado es un acto revolucionario frente a las imposiciones patriarcales y capitalistas. El texto de la antropóloga y politóloga Vivian Martínez Díaz sobre el autocuidado feminista nos abre un campo fértil, lleno de referencias, un descubrimiento que enlaza con otras autoras y documentos, como el ensayo de Lorde “Usos de lo erótico: lo erótico como poder”.

El autocuidado feminista es desafiante, un acto valiente que lucha por recuperar “el sentir” que nos ha sido mutilado por el patriarcado. Hablamos de expresar sentimientos, de gozar, de conocer y reconocer nuestro cuerpo, de pensar en nosotras en primer lugar, de atrevernos, de soltar cuerda, de dejar de controlar, de romper silencios, de no asumir obligaciones de otros, de tomar consciencia, de no juzgar, de respirar, de gritar, de permitir equivocarnos, de marcar límites y de no sentirnos culpables por todo lo que acabo de enumerar. Por eso el autocuidado es un acto radical, porque nos enseña a ser libres.

En su discurso, Irene Moray, ganadora del Goya al Mejor Cortometraje por su obra Suc de síndria, en el que aborda la sexualidad y los abusos, mencionaba sin querer o queriendo el autocuidado: “Quiero dedicárselo a todas las supervivientes. Estas mujeres tienen derecho a hacer ruido, a triunfar, a disfrutar de la vida, de su cuerpo, a correrse y el derecho a ser quien ellas quieran ser”.

Los padres blancos nos dijeron: “Pienso, luego existo”. La madre negra que todas llevamos dentro, la poeta, nos susurra en nuestros sueños: “Siento, luego puedo ser libre. Audre Lorde.

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