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Morán, Arzallus, Curiel… Nos estamos quedando sin estadistas

José Luis Úriz Iglesias

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Aunque el diccionario de la RAE define “estadista” como “persona de gran saber y experiencia en los asuntos del Estado”, debería añadir “con altura de miras y anteponiendo el bien común al meramente partidista”. Hace unos días nos dejó uno de los últimos que nos quedaba, Fernando Morán. Antes Rubalcaba. Dentro de unos días se cumple el primer aniversario de Arzallus y mucho más allá Tierno, Fraga, Carrillo, o Suarez. Quizás el último que nos quede sea Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón.

Gentes de mucha altura intelectual, respetadas incluso por sus contrincantes políticos que dejaron la actividad política a un nivel muy elevado. Pero en esta reflexión quiero hacer mención especial a uno de ellos como homenaje a todos ellos, dado que el lunes 2 de Marzo se cumplen nueve años que la democracia española perdió a un gran político, en mi caso un gran amigo: Enrique Curiel.

Una figura clave para entender nuestra historia reciente escrita con su lucha antifranquista, pasando por su militancia en el PCE primero y en el PSOE hasta su muerte. Tratado injustamente en ambos como suele pasar con las gentes brillantes, dialogantes y libres. Sirvan estas breves y sentidas líneas como un recuerdo personal y político. Pretenden ser sólo un homenaje. Mi reconocimiento, desde el cariño y respeto por quien compartí instantes diferentes de la historia de nuestro país. Desde la lucha estudiantil de los 70, pasando por nuestra común militancia comunista, el tránsito hacia el PSOE a través de la Fundación Europa y 25 años de esfuerzo común y continuado por conseguir la paz.

Era un político de los que ya no se ven hoy en día: inteligente, reflexivo, honesto, dialogante, de izquierdas de los de verdad, pero sobre todo era una excelente persona repleta de humanidad, de sentido común. Alguien que fue capaz en su muerte de juntar en su glosario a gentes tan diversas como Beiras, Carrillo, Zabaleta, Barrena, Benegas, o Elorza. Gentes que vivieron en primera persona su esfuerzo para aportar soluciones para España, Euskadi, Galizia o Catalunya.

Quiero resaltar especialmente ese trabajo a favor de la paz, del diálogo entre diferentes e incluso entre muy diferentes, como vía de entendimiento y por tanto de solución de conflictos. Algún día se escribirá esa historia, su historia, esa que yo también viví con él. Quizás sea capaz de escribir el libro, en el que ambos teníamos previsto lanzar a la opinión pública información sobre lo ocurrido en aquella época. Allí aparecerán nombres como Zapatero, Borrell, Almunia, Zabaleta, Barrena, Otegi, Elorza, Arzallus, Carod Rovira, Pasqual Maragall, Ernest Lluch y especialmente Rubalcaba. Siempre Rubalcaba.

Se fue sin terminarla pero quiero y debo dejar constancia de ese esfuerzo, que espero sea reconocido algún día por quienes desde los diferentes lugares de la política tienen obligación de hacerlo. Yo sí lo hago desde un lado y otro de las orillas de este río antes de aguas turbulentas y ahora remansadas. Porque siempre se esforzó en construir puentes por los que transitar y comunicarnos. Precisamente aportó al lenguaje político ideas novedosas: “casa común de la izquierda”, “construir puentes por los que comunicarnos”, “dialogar incluso con los muy diferentes”, “tensiones centro-periferia”, o “España como nación de naciones”.

Nos deja su legado, especialmente sus numerosos escritos sobre el “problema vasco”. También sobre el “problema catalán”. Realizados con lucidez, audacia (no siempre comprendida) y generosidad. Mucha generosidad, ésa que tanto necesitamos hoy. Escritos en la prensa vasca, gallega, o española. Hoy sería feliz observando que todo ello sirvió para llegar al momento actual y probablemente ahora seguiría batallando por la convivencia entre España y Catalunya.

Durante esos 25 años se empeñó en un final del conflicto vasco sin vencedores ni vencidos, consciente de que para llegar todos debíamos dejar “pelos en la gatera”, también que lo más difícil sería la reconciliación desde el perdón, la reparación y la generosidad. Eso ahora vale también para el “conflicto catalán”. En sus innumerables viajes a Euskadi y Navarra aprendió a conocer y respetar estas tierras, sus costumbres, su gastronomía, sus fiestas y sobre todo sus gentes. Se convirtió en un embajador, que didácticamente intentaba explicar allí por donde iba el llamado “conflicto vasco”. En especial desde su militancia socialista y en su trabajo como profesor de la Facultad de Políticas de Madrid.

También el tema catalán le preocupó, en un momento en el que ya comenzaba la deriva del PP al presentar su recurso contra el Estatut ante el TC. En sus numerosos escritos sobre el tema, abogaba por buscar soluciones definitivas a las tensiones centro-periferia heredadas de una Transición, en la que él fue protagonista desde su puesto de vicesecretario del PCE. Ya entonces defendía abrir un nuevo proceso constituyente que nos llevara a un Estado Federal Plurinacional, así como buscar encaje legal para algo que le parecía vital como el derecho a decidir. Fue así un adelantado que tuvo que sufrir como consecuencia de ello incomprensiones y desdenes, especialmente en su etapa de militancia socialista.

Fue el inventor del término “casa común de la izquierda” para referirse al PSOE. En un vano intento de hacer posible en su seno la convivencia de gentes plurales, como las que llegamos desde nuestra militancia comunista a través de su “Fundación Europa”. Fracasó en ese intento y así siempre fuimos considerados como extraños en su seno. Gallego de nacimiento, madrileño de vivencia, vasco de adopción y catalán de análisis. Esas cuatro realidades le hicieron más comprensivo, sensato, mucho más que quien escribe estas líneas a quien achacó innumerables veces su actitud lenguaraz y libertaria. Ha sido la persona con quien más he discutido en mi larga vida, pero en esos debates, no siempre confluyentes, se fue fraguando una amistad inquebrantable que solo su muerte pudo romper.

Hoy seguro que estaría feliz por la disolución definitiva de ETA en la que tanto colaboró, discreparía de la parálisis del Estado en el tema de los presos vascos y catalanes, apostaría en el caso de los primeros por su acercamiento. También en contra de la judicialización de la política, o de que gentes como Junkeras estuvieran en la cárcel. Porque Enrique pertenecía a una estirpe de políticos de otra época. Mi recuerdo 9 años después Enrique. Amigo y compañero, agur, adeu de nuevo en este noveno aniversario. Adiós con el recuerdo del profundo dolor y vacío que me produjo tu marcha.

Continuaré incansable como me reclamabas tu lucha, pero al mismo tiempo desde estas líneas vuelvo a alzar mi voz para reivindicar tu legado para clamar por el reconocimiento de tu inmensa labor a favor de la paz y la convivencia. Entre las diferentes naciones que conforman este país complejo, todo ello como hombre de estado. Nueve años después de tu pérdida tu bandera sigue y seguirá alzada.

Hago desde aquí un llamamiento al PSOE para que reconozca su inmensa labor. Nos vamos quedando sin estadistas. Nuestra política se devalúa poblada de chichifláuticos que hoy dicen negro, mañana blanco y pasado quizás gris. Sin ningún sentido de Estado, más pendientes de las encuestas y de los técnicos de marketing.

Una pena.

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