Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
Pese a la irrupción de las nuevas fuerzas políticas en la arena nacional, los ciudadanos no se muestran más satisfechos con el funcionamiento de la democracia, ni valoran mejor la situación política.
El descontento político continúa siendo muy acusado en España, aunque no va acompañado de un aumento de la desafección hacia la política.
Comparativamente, los electores del PP y del PSOE se sienten más satisfechos con el funcionamiento de la democracia y están menos interesados por la política, que los votantes de Ciudadanos y, especialmente, de Podemos.
Al igual que 2008 fue, a nivel internacional, el año del crack económico con la caída de Lehman Brothers como “hito”, 2016 podría ser recordado como el año del inicio del crack político con el triunfo del Brexit en el Reino Unido y la victoria de Donald Trump en Estados Unidos. Ocho años después de que estallara la crisis económica mundial más grave desde 1929, se acumula la evidencia de que ha derivado en una crisis política cuya causa es un acuciante malestar social que se traduce en un voto de castigo a los representantes del orden económico y político establecido, mientras cotizan al alza movimientos, partidos y candidatos que, aunque de diferente signo ideológico, comparten un discurso anti-establishment. Todo ello en un momento en el que en el ámbito europeo se daba por superada la recesión y se esperaba la vuelta a la normalidad política, con el mensaje de que las bases de la (nueva) prosperidad ya están puestas.
El descontento político, materializado en el descenso de la satisfacción ciudadana con el funcionamiento de la democracia y la desconfianza hacia las élites y las instituciones, es un fenómeno visible y extendido en muchos países. Pero ese descontento también tiene peculiaridades en función del contexto de cada país.
En el caso de España, encontramos que, en los últimos años, ha estado muy presente el debate sobre el desprestigio institucional, la desconfianza de la ciudadanía en la clase política y la preocupación social por la corrupción. Ingredientes que han llevado a que la regeneración democrática se haya convertido en un recurrente llamamiento político y social.
Por ello, y después de diez meses de desencuentros políticos y de parálisis institucional, quizás resultaba inevitable que, en el marco de la apertura de esta nueva legislatura, el rey Felipe VI aludiera a la necesidad de “dignificar la vida pública y prestigiar las instituciones”. Si bien, también era inevitable que esa apelación, realizada por el Jefe del Estado, resultara poco llamativa, dado que el malestar político ha acabado “normalizándose” en España a fuerza de convertirse en algo cotidiano.
Además, el debate parece haberse “atemperado” después de que los nuevos partidos, como expresión y canalizadores del malestar político, hayan entrado en el Congreso. Pero pese a ello, y en un contexto internacional en el que la situación política ha cobrado (un renovado) protagonismo frente a la economía, resulta de gran interés intentar calibrar cuál es actualmente el alcance del descontento político en España. Más aún cuando la atención, a lo largo de los últimos meses, se ha centrado en el proceso de formación del gobierno, quedando en un segundo plano “todo lo demás”.
El análisis de los datos del CIS nos permite actualizar el “diagnóstico” del desprestigio institucional y del descontento político, pues en los dos últimos estudios publicados (barómetro de octubre y encuesta postelectoral de las elecciones generales 2016) por este organismo se incluyen preguntas relacionadas con las actitudes y satisfacción de los ciudadanos hacia la política.
A la luz de los datos, no parece que el nuevo tiempo político, caracterizado por una mayor oferta de opciones entre las que ahora puede elegir el votante, haya redundado, o, al menos, no de momento, en un mayor nivel de satisfacción democrática. Ya sea porque se valoran los “resultados” frente al procedimiento, o ya sea por la frustración de expectativas ante el bloqueo político vivido en los últimos meses, lo cierto es que los ciudadanos seguían mostrándose, el pasado julio, claramente insatisfechos con el funcionamiento de la democracia, como viene ocurriendo desde 2011 (gráfico 1).
Tampoco parece que la sociedad española sienta ahora una menor preocupación por la corrupción, ni una mayor satisfacción con la política. Con los datos del barómetro realizado por el CIS en los primeros diez días de octubre, encontramos que, tras el paro, la “corrupción y el fraude” era percibido como el segundo problema del país y “los políticos en general, los partidos y la política” el tercero. Se ponía, así, una vez más de manifiesto como la preocupación por estas cuestiones se ha hecho “crónica”, pues desde febrero de 2013, mes tras mes, la corrupción ocupa el segundo puesto del ranking de problemas del país y la clase política oscila, desde hace más de seis años, entre el tercer y el cuarto lugar.
Por otra parte, se puede decir que, desde septiembre de 2015, no es la situación económica, sino la situación política la que es percibida de forma más negativa por la ciudadanía. En la primera quincena de octubre, el 88% de los ciudadanos calificaba como mala o muy mala la situación política, mientras el porcentaje de los que tenían una opinión negativa de la economía no llegaba al 65%.
Es probable que, a corto plazo, la valoración de la situación política se vea mejorada por el desbloqueo producido tras la formación del gobierno y, especialmente, porque se ha evitado una nueva repetición electoral. En todo caso, hay que tener en cuenta que, mientras la percepción económica ha sufrido ligeras variaciones en los últimos diez meses, la percepción política ha empeorado significativamente (gráfico 2).
Asimismo, sigue siendo muy acusada la mala imagen que tienen los ciudadanos de determinadas instituciones políticas y grupos sociales. Tomando los datos recogidos en julio, sólo las ONGs parecen despertar una confianza aceptable, mientras que, por el contrario, no lo hacen los medios de comunicación, el poder judicial, el Parlamento, los partidos políticos ni los bancos (gráfico 3).
Ahora bien, el Parlamento ha conseguido remontar su imagen respecto a sus peores marcas registradas en 2013, 2014 y 2015, donde la media de confianza en esta institución se situaba por debajo del 3. Después de las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015, la entrada de las nuevas fuerzas políticas en el Congreso se materializó de forma inmediata en una significativa recuperación de la confianza en el Parlamento, aunque en julio ésta volvió a descender (gráfico 4).
En relación a la Monarquía, desafortunadamente no podemos capturar, con los datos del CIS, la “instantánea” actual, ni evaluar en qué medida la parálisis política de los últimos meses ha afectado a esta institución. El último registro corresponde a abril de 2015 y mostraba que, tras la abdicación del rey Juan Carlos, la institución monárquica lograba remontar el vuelo después de cuatro años de haber sufrido un fuerte desgaste, aunque situándose aún muy lejos de sus “habituales” buenos registros (gráfico 5).
Ante la persistencia del descontento político, cabe plantearse si ha disminuido el interés por la política. Y no lo parece. En los últimos años, ya se venía advirtiendo que el aumento del malestar político no iba acompañado de un aumento de la desafección política, sino de un fenómeno de repolitización, con un significativo aumento del interés por la política. Resulta destacable, además, que en los últimos meses marcados por la situación de bloqueo político, el interés por la política no haya disminuido (gráfico 6). Algo que, por otra parte, también se ha reflejado en los últimos años en la proliferación de las tertulias políticas en los medios, así como en el éxito de algunos programas televisivos dedicados al análisis de la actualidad política.
No obstante, tras las tendencias generales que se extraen del análisis agregado de los datos, encontramos que el descontento y el interés por la política no se distribuyen de forma homogénea en la población española, detectándose una fractura entre los electores de los partidos tradicionales, con una mayor concentración de apoyos en el electorado de más edad, y los nuevos partidos. Así, mientras que los ciudadanos que declaran haber votado al PP y al PSOE en las últimas elecciones generales de junio están satisfechos con el funcionamiento de la democracia, los votantes de Ciudadanos y, sobre todo, los de Podemos no lo están. En la misma línea, los electores que se sienten más preocupados por la corrupción y la política son los votantes de los nuevos partidos, en comparación con los electores del PP y del PSOE.
Junto a una mayor insatisfacción política, lo que caracteriza a los electores de los nuevos partidos frente a los tradicionales, es su mayor interés por la política.
Más allá de que podamos ver una sociedad polarizada en lo que a actitudes políticas se refiere, quizás el aspecto más positivo que se puede extraer del análisis del descontento político es que éste no ha ido acompañado en los últimos años de una mayor desafección ciudadana hacia la política, sino de todo lo contrario. Así, no es de extrañar que si en 2002, de acuerdo con los datos del CIS, tan sólo un 32% de los españoles reconocía hablar a menudo o algunas veces de política con sus amigos, ese porcentaje se haya elevado hasta el 56% en 2016.
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