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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Nuestra pandemia silenciada

pandemia silenciada señora Milton

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La Academia de Ciencias Médicas del Reino Unido adelantó en un estudio que la salud mental podría convertirse en la nueva pandemia que nos amenazaría en pocos años. El número de casos de ansiedad y depresión aumentó entre un 25 y un 30 por ciento en 2020, a causa de la pandemia. El 68 por ciento de ese cuadro lo representaba la población femenina. Así concluyó el primer estudio que evaluó el impacto de la pandemia sobre la salud mental a escala global.

En cuanto al grupo más afectado, el estudio determinó que era el de la franja de 20 a 34 años. Las condiciones de cambio en las que crecimos, vivimos y trabajamos actualmente, culpabilizadas aún por los roles de género, maltratadas por la inestabilidad económica y con unas expectativas diferentes a las de nuestras madres, nos hace el grupo más vulnerable ante este tipo de trastornos.

Me llamo Emma y pertenezco a esa franja de edad: tengo 28 años, soy mujer y llevo más de seis meses con ansiedad generalizada. Desde que comencé a ser consciente de mi problema, intento llevar una vida más tranquila, no someterme a mucho estrés, me tomo mis 10mg de escitalopram al día, voy a la psicóloga dos veces por mes y sigo para adelante. Ha sido un largo camino hasta llegar a este punto.

Aunque la pandemia me hizo conocerme a mí misma e inevitablemente pensar más en mi bienestar mental, en los últimos años mi estado de ansiedad empeoró considerablemente. Mientras tanto, yo lo combatía con yoga y largos paseos por el río. Pero mis pesadillas volvían de la nada, de cualquier pensamiento armaba una tragedia griega. Sentía mi corazón latir fuerte y la sensación de ahogo resurgía en mi interior cada cierto tiempo. Se lo confesé a mi padre y a mi madre, no sé si lo llegaron a entender, al fin y al cabo, ellos son de otra generación.

Parece un tema bastante notorio y común como para hablarlo con la familia, la pareja o los amigos, o compartirlo en lo público y en lo privado. Sin embargo, si los gobiernos no le dan mayor importancia, cómo se la vamos a dar nosotras. Lo dicen los datos y el mísero 5,16% que el Gobierno español destinó a la salud mental del total del gasto público sanitario en 2021. España y Bulgaria son los dos países de la Unión Europea con menos profesionales de la salud mental, sumando psiquiatras, psicólogos y enfermeras especializadas.

Recuerdo cuando el año pasado Simone Biles abandonó los juegos olímpicos de Tokio, alegando que no se estaba divirtiendo y que quería concentrarse en su bienestar. Este acontecimiento generó un debate mundial respecto al deporte, la competición y la salud mental. Incluso los diarios más reconocidos abrieron sus portadas con titulares hablando sobre el tema. No es que fuese recurrente leer u oír hablar de salud mental, por lo menos durante la carrera de periodismo jamás escuché un titular relacionado.

Poco después, Naomi Osaka, la figura más icónica del deporte japonés, que ya había abandonado previamente el torneo Roland Garros debido a episodios de ansiedad, rompía a llorar reconociendo que había sentido “vergüenza” tras sus últimos acontecimientos y por la exposición mediática. A mí me gusta mucho el tenis, sobre todo verlo, y recuerdo sentir empatía en las palabras de Osaka, pero eso fue antes de todo, incluso de empezar a medicarme.

La verdad es que en aquel momento me pareció un gran paso que figuras tan reconocidas y con capacidades físicas extraterrenales para mí reconociesen haber sufrido un trastorno mental. Pensé que en cierto modo era positivo porque hacía visible lo invisible. Más tarde, en otoño de 2021, la actriz Verónica Forqué se quitaba la vida, víctima de una depresión que llevaba años arrastrando y que se hizo evidente en el último programa en el que participó: Masterchef Celebrity. El debate sobre salud mental se prolongó, pero pronto volvió a ser olvidado.

Es necesario cambiar la narrativa contemporánea que nos impone ser jóvenes positivas y felices, sin posibilidad de mostrarnos frágiles. Pienso en todas aquellas mujeres que se deben haber sentido como yo, quiero abrazarlas, decirles que no están solas. Vengo de una generación incomprendida: las Millennials. Vivimos la transición a la era digital, pero no nacimos en ella. La revista Time nos catalogó en 2014 como la generación del yo-yo-yo, se nos considera narcisistas y perezosas, pero finalmente somos las que más sufrimos.

Nos hemos tenido que ir de casa, lejos, a otros países, incluso con estudios e idiomas. Arrastramos los traumas del hogar y los que vivimos día a día, los trabajos precarios, el no tener una vida estable, el ser juzgadas, los sueños profesionales que nunca cumplimos, el abandono a la familia o el no estar presentes.

La poeta Clairel Estévez habla de cicatrices no como heridas en la piel, sino como el calvario de un corazón intoxicado por la angustia y las lágrimas ocultas de un alma, destrozada por los sentimientos. Una metáfora de cómo se vive la tristeza y distancia con el mundo. Algunas combatimos nuestra infelicidad con la escritura, las artes o el deporte. Tal vez funcione como refugio de nuestra frustración con una sociedad que nos culpa de nuestro malestar emocional.

Quizás sea el momento, como decía Marie Curie, de comprender más para temer menos, o de abrir el debate de por qué es importante reclamar salud mental. De que no sea un asunto pasajero, ni tabú, ni tampoco el ridículo 5,16 por ciento del gasto sanitario público anual. Para ser sinceras, no queremos vivir una pandemia emocional.

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