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Podemos, diez años después: cambiarlo todo para volver a empezar

La exministra de Igualdad Irene Montero y la secretaria general de Podemos, Ione Belarra.

Alberto Ortiz

13 de enero de 2024 22:49 h

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“Algunos piensan que la política es cosa de los políticos: unos señores encorbatados que ganan mucho dinero y encarnan los privilegios. Si la gente normal no hace política, al final te la hacen otros y eso es peligrosísimo”. Estas palabras cumplirán diez años en pocos días. Son parte del discurso que pronunció el profesor universitario y analista de televisión Pablo Iglesias el 17 de enero de 2014 ante un centenar de personas en el Teatro del Barrio de Lavapiés. Un grupo de docentes y personas vinculadas a movimientos sociales lanzaba algo que entonces ni siquiera tenía forma de partido. Podemos, primero un “proceso amplio” para las elecciones europeas de aquel año, luego un movimiento y finalmente un partido que estuvo a un paso de arrebatar al PSOE la hegemonía de la izquierda, que entró en el primer gobierno de coalición desde la vuelta de la democracia y que hoy trata de rearmarse desde el grupo mixto en el Congreso en su momento más delicado. 

Entre aquella gente normal dispuesta a “mover ficha” –así se llamaba el documento que sentó las bases de aquella incipiente candidatura– estaban rostros desconocidos pero que hoy forman parte de la historia política reciente del país: Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón, Teresa Rodríguez, Miguel Urbán y la psiquiatra de la Marea Blanca Ana Castaño. “Es evidente que los que estamos aquí somos de izquierda; se nos nota. Pero lo que estamos diciendo va mucho más allá de etiquetas ideológicas. Hay que defender la decencia, la democracia y los derechos humanos”, sostenía Iglesias. Tan solo cuatro meses después, el 25 de mayo, esas personas –y algunas más– celebran un éxito sin precedentes: 1,2 millones de votos y cinco eurodiputados. 

“Tenía la sensación de que habíamos tirado una piedra en el estanque y que era muy probable que hiciera olas”, recuerda diez años después Juan Carlos Monedero, hoy ya sin responsabilidades orgánicas dentro de Podemos. “El 15M había movido toda la armazón política que venía de la Restauración: monarquía, bipartidismo, centralismo, unión de iglesia y estado, capitalismo clientelar… Y en el seno de las propias élites había la certeza de que no podían seguir así. Si aprovechábamos ese momento de desbordamiento, podríamos llevar a España al siglo XXI”, sostiene en conversación con elDiario.es. 

Aprovechar el momento de desbordamiento. Esa era la inercia que movió entonces a ese grupo inicial de politólogos y activistas a seguir dando pasos hacia la construcción de un movimiento político más amplio. No valía con quedarse con esos cinco diputados, la herramienta que tenían entre manos era muy potente, pero la heterogeneidad de sus integrantes ya había comenzado, incluso antes del minuto inicial, a generar discrepancias políticas y estratégicas que marcarían para siempre la historia de Podemos. 

Primero, la disputa entre el “grupo promotor” formado por Iglesias, Errejón, Luis Alegre y Carolina Bescansa y el sector anticapitalista capitaneado por Teresa Rodríguez y Miguel Urbán. Después, la pugna entre la “hipótesis populista” de Errejón y las tesis de Iglesias, que se materializaría con el pacto con Izquierda Unida para las generales de junio de 2016. 

“Podemos nace atravesado de debates, de diferencias”, cuenta Urbán, la pieza fundamental de Izquierda Anticapitalista en el nacimiento del partido. El ahora eurodiputado recuerda que esas disputas tácticas o incluso estratégicas casi echan por tierra incluso la presentación del proyecto en el teatro. “Habíamos tenido importantes diferencias en el grupo promotor entre un proyecto más moderado y más dirigido y la propuesta de anticapitalistas que era más rupturista, menos controlada por un aparato dirigente”, explica. Esas dos almas estuvieron en disputa, opina, pero sin esas dos almas “no hubiera nacido Podemos”. 

Las olas de las que hablaba Monedero llegaron y fueron mucho más grandes de lo que seguramente ellos pensaban en aquel momento. Primero fueron las confluencias con partidos aliados que abrieron la puerta de los ayuntamientos del cambio, y la entrada en parlamentos autonómicos de toda España. Y después los dos procesos generales que consolidarían a Podemos y sus confluencias como la tercera fuerza política del país. En diciembre de 2015, 69 diputados y 5,2 millones de votos en un momento en que el bipartidismo había saltado por los aires. En junio, Unidos Podemos, la alianza con IU, En Comú, En Marea y A la valenciana se quedaron a 400.000 votos del PSOE. 

“Hay una cosa curiosa. En Podemos se habla de los resultados pero no se recuerda que la marcha del cambio es la mayor movilización política que ha protagonizado un partido desde la Transición”, apunta Rafa Mayoral, una de las principales caras de Podemos, que hace apenas unas semanas ha dado un paso al costado y ha dejado su sitio en la dirección. Mayoral no entró en el partido desde el principio, se incorporó después de las europeas cuando la formación empezaba a crecer y necesitaba cuadros.

Mayoral habla de aquella movilización como uno de los elementos que caracterizaba a un partido nuevo, que acababa de nacer, pero que aportaba unos mecanismos innovadores para el resto de partidos. “Aquello de las primarias, que la militancia decidiese. Esos mecanismos permitieron que el PSOE no gobernase con [Albert] Rivera. Nosotros no les íbamos a dar un pavo a los bancos y la gente iba a decidir las cosas”, explica. Podemos no solo irrumpía en el tablero político, también lograba cambiar los marcos discursivos en los medios de comunicación, instalaba términos como “casta” o la “hegemonía” gramsciana. Conseguía que la conversación mediática y política girase en torno a sus propuestas. 

De las diferencias a la ruptura

Pero mientras eso sucedía, mientras el partido entraba en los parlamentos y descolocaba al “régimen del 78” con sus formas nuevas, las diferencias estratégicas marcaban la construcción de un proyecto político concreto. El núcleo promotor ganaba la primera Asamblea Ciudadana y empezaba a construir, en contra del sector anticapi, lo que se llamó la “máquina de guerra electoral”. Esa herramienta respondía a la necesidad, teorizada entre otros por Errejón, de llevar a cabo una táctica de blitzkrieg o guerra relámpago. Una estructura mucho más verticalista, que diera mucho poder al sector dirigente para tomar decisiones ágiles para rentabilizar los resultados en los comicios de aquellos primeros dos años. 

Si hay que señalar un error primigenio, defiende ahora Urbán, cuya organización se desvinculó en 2020 de Podemos, fue aquella maquinaria de guerra electoral. “Una maquinaria no llevada afuera sino hacia la interna, que construyó una cultura política cainita, de enfrentamiento, insostenible. Esa cultura que, vemos ahora por desgracia, está inundando la política en general institucional de la izquierda”, razona. Aquella estrategia, coincide Errejón en su libro ‘Con todo’, construyó un partido demasiado vertical que luego se le terminó volviendo en contra cuando quiso imponer sus tesis en Vistalegre II. La frase que sintetizaba esa estrategia la pronunció Iglesias en la apertura de la primera asamblea del partido: “El cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”. 

Monedero señala otro error de aquella primera etapa y que luego, a su juicio, no se enmendaría: la implantación territorial. A pesar de los cargos autonómicos y locales que el partido comenzó a generar, nunca se desarrolló una estructura territorial fuerte. “Hubo un conato de rebelión territorial, promovido por idiotas, que llevó a la dirección de Iglesias a reforzar el centralismo y el personalismo. Es un clásico: te atacan, te encastillas y empiezas a equivocarte”, sostiene. “No fue capaz de construir esa implantación territorial porque no construyó un partido-movimiento. Se basó en exceso en las televisiones, nunca creyó en el partido y fue rehén de lo que pasaba en Madrid, que es donde están los medios de comunicación”, argumenta. Partido-medio contra partido-movimiento. 

Las diferencias internas, estratégicas o ideológicas, también las rivalidades personales y seguramente los egos provocaron unas heridas que poco a poco se fueron volviendo insalvables entre el sector de Iglesias y el de Errejón. Aquella pugna cristalizó en Vistalegre II, en la segunda Asamblea Ciudadana del partido, en 2016. El sector pablista ganó y sus posiciones salieron reforzadas. Iglesias cedió a Errejón el control de la candidatura para las elecciones autonómicas del siguiente ciclo pero aquel premio de consolación no sería el final de la disputa.

En 2019, el ahora diputado de Sumar aprovechaba el tercer aniversario de Podemos para pedir en una carta una movilización política para esas elecciones pero no con su partido sino con la plataforma política de la entonces alcaldesa madrileña, Manuela Carmena. Fue el germen de la ruptura definitiva del politólogo con el partido que ayudó a fundar y el nacimiento de Más Madrid como el proyecto en el que podría volver a poner a prueba sus hipótesis, esta vez ya sin las ataduras de Iglesias. Carmena perdió la alcaldía pero Más Madrid cosechó un buen resultado en la comunidad, con 20 escaños, por los 7 que cosechó Podemos, en una campaña a contrapié, muy difícil, con Isa Serra a la cabeza. 

El Gobierno de coalición pero no el cielo

Podemos ha construido todo un relato en los últimos años alrededor de su paso por el Gobierno de coalición. La llegada de Unidas Podemos a ese ejecutivo en 2019 se produjo después de dos repeticiones electorales en las que mucha gente daba por muerta al partido, que contradijo a los agoreros y aguantó primero con 42 escaños y luego con 36. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias escenificaron el pacto que rompió la llamada “cláusula de exclusión histórica”: la primera vez que un partido a la izquierda del PSOE, que los herederos del Partido Comunista entraban en el Gobierno desde la II República. 

“Conseguimos entrar en espacios donde nunca habían dejado entrar a una fuerza irreverente y popular”, valora Serra, ahora portavoz del partido y, junto con Jacinto Morano, única persona de la actual dirección que se encontraba en el escenario en el Teatro del Barrio hace un década, ambos dentro de la corriente anticapitalista que más tarde abandonarían. “Conseguimos demostrar lo que éramos capaces de hacer dentro, los mayores avances sociales y políticos. E hicieron todo lo posible para sacarlos hasta el punto de expulsarnos del gobierno de coalición con el PSOE”, sostiene Serra, que se presenta a las primarias para ser la nueva coordinadora de Podemos en Madrid, en la nueva etapa que quiere abrir a partir de ahora el partido. 

La entrada en el Gobierno de coalición provocó una segunda ruptura importante. El inicio del camino por separado del sector anticapitalista de Miguel Urbán y Teresa Rodríguez. “Cuando fundamos Podemos no era para gobernar con el PSOE”, defiende ahora Urbán. Había dos hipótesis iniciales, argumenta: la primera era la no subordinación al socioliberalismo, la hipótesis Syriza. Que se empezó a romper cuando Podemos entró en el Gobierno de Castilla-La Mancha y culminó, recuerda Urbán, con la entrada en el gobierno de coalición. La segunda hipótesis era “no crear un partido como los demás”. “Esa entrada en el gobierno central que la organización fundadora de Podemos que era Izquierda Anticapitalista se salga de Podemos”, recuerda. “Nos íbamos por una diferencia estratégica no porque no nos hubieran dado un nombre”, insiste. “La deriva actual de Podemos nos viene a dar la razón”, sostiene. 

Podemos (y el resto de fuerzas de Unidas Podemos) no solo tuvo que lidiar con las contradicciones de entrar en un ejecutivo con el PSOE, también con las incógnitas a partir de la decisión de Iglesias de abandonar el partido, después de competir en Madrid para salvar a la formación de su desaparición en la Asamblea regional en las elecciones anticipadas que convocó en 2021 Isabel Díaz Ayuso. La respuesta a ese problema fue Yolanda Díaz, una persona que no formaba parte del partido y que terminó articulando una plataforma al margen del partido, que a partir de aquellos momentos pasaría a liderar Ione Belarra.

Ni en la salida de Iglesias del Gobierno, ni en su candidatura en Madrid, ni siquiera en el anuncio de que la sucesora al frente del espacio fuese Yolanda Díaz tuvieron las bases nada que decir. Fueron decisiones anunciadas por Iglesias. En el caso de Díaz, el líder del partido admitió que ni siquiera se le consultó a ella.

Todas esas dificultades en la interna vinieron precedidas de un acoso judicial y mediático contra el partido por parte de la derecha y de la ultraderecha sin precedentes. Con causas fundadas en investigaciones policiales sin base o acusaciones infundadas de financiación irregular que sufrieron desde el propio Iglesias hasta Juan Carlos Monedero o incluso el acoso físico a la casa de Iglesias e Irene Montero. “Hemos sufrido graves derrotas en los últimos tiempos, sí. Pero a manos de la oligarquía, del poder económico concentrado que maneja los medios, que tiene relación con las cloacas”, sostiene Mayoral. “Un proceso en el que ha sido muy caro ser de Podemos”, lamenta. 

“No sé si Podemos podría haberse defendido mejor de los ataques del sistema. Pensemos que, ni más ni menos alguien que fue jefe de la UDEF, Olivera, dijo que podían inventarse una cuenta falsa de Pablo Iglesias para que tuviera que salir a dar explicaciones”, añade Monedero. “Evidentemente la trama mafiosa del poder iba a ir contra nosotros”, argumenta sin embargo Urbán. “¿Qué pensábamos que iban a hacer? ¿De verdad pensábamos que estábamos en una democracia que iba a permitir que cuestionáramos los resortes del régimen?”, se pregunta. 

Yolanda Díaz y el relevo fallido de Iglesias

Los dos últimos años del partido han estado marcados por la disputa con la ahora líder de Sumar y el proyecto que se propuso articular tras ser propuesta a dedo por Iglesias. Una confrontación primero soterrada que empezó a hacerse mucho más ruidosa en cuanto Díaz comenzó a dar señales de que su decisión era crear una nueva plataforma política en la que incluyese no solo a ciudadanos alejados en los últimos años de la política, también a las formaciones y cuadros políticos que se habían ido separando en los últimos años de Podemos para emprender caminos diferentes. 

Esas diferencias forzaron un último año de legislatura complicadísimo para la izquierda, con una unidad sellada in extremis en el pacto de coalición para el 23J, pero de fragilidad evidente. Tanto que solo ha durado unos meses. Yolanda Díaz consiguió un pacto histórico, con una quincena de formaciones que Podemos selló a pesar de denunciar un veto a su ‘número dos’ Irene Montero, pieza clave de la formación por su ascendencia política y su papel al frente del Ministerio de Igualdad en los últimos cuatro años.

Podemos criticó los resultados electorales, en contra de la estrategia de Sumar, justo el día después y comenzó una estrategia de diferenciación, por momentos hostil, con el proyecto de Díaz, que ha culminado con su salida al Grupo Mixto en diciembre. Los resultados de las últimas autonómicas y municipales, que supusieron un batacazo para el partido, las negociaciones para el pacto de las generales y la salida del grupo parlamentario, después de no conseguir una portavocía adjunta en Sumar y tampoco un asiento en el nuevo Gobierno, dejan al partido en una situación muy complicada. 

“A pesar de que el bipartidismo ha recuperado mucho aliento en el último tiempo, sin duda el espacio político para una fuerza trasformadora como Podemos sigue; las razones por las que nacimos como proyecto político siguen también intactas. Hay más experiencia entre nuestra militancia, un proyecto político e ideológico más definido, y ahora tenemos la certeza de que podemos cambiar el país”, asegura Serra preguntada por el futuro del partido.

Otras europeas, diez años después

Podemos fía ahora todas sus cartas al nuevo ciclo electoral. Irene Montero será, si gana las primarias, la candidata en unas europeas en las que competirán con Sumar y tratarán de demostrar que el reparto de pesos dentro de la izquierda que salió de las negociaciones de la coalición para el 23J estaba descompensado. “Nuestro objetivo sigue siendo recuperar posiciones institucionales, fortalecer la organización y las movilizaciones, disputar el proyecto de país, ofrecer un horizonte republicano, feminista, ecologista, popular, y volver a gobernar”, explica la portavoz del partido. 

Monedero, ahora ya fuera del secretariado y de posiciones de responsabilidad en el partido, ha sido crítico con algunas decisiones en relación con Sumar. “Los partidos tienen sentido cuando son útiles para los pueblos y son los pueblos los que deciden si los partidos son útiles o no”, reflexiona ahora. “Podemos tuvo cinco millones de votos, hoy está en el grupo mixto y tiene pendiente una asamblea donde discuta qué es lo que ha pasado. De momento, lo está basando todo en Irene Montero y las elecciones europeas. Si consigue el escaño, ¿empezará un diálogo con el resto de la izquierda o seguirá el enconamiento? En política no basta tener razón: tienes que convencer”, argumenta. 

“Estamos en una situación de vulnerabilidad pero seguimos siendo necesarios”, opina mientras tanto Mayoral. “Todavía hay mucha gente que quiere una fuerza como la nuestra. Entiendo que haya una parte de la intelectualidad progresista que quiera destruirnos pero las organizaciones existen por la gente que las apoya”, sostiene, preguntado por las europeas del verano. En esta nueva etapa, sostiene Mayoral, “el equipo de dirigentes está mostrando mucha templanza”. “Se reconocerá con el tiempo la estatura política de Belarra, que ha sabido entender perfectamente la nueva etapa que afronta Podemos”, opina. 

¿Qué queda en el partido del espíritu fundacional del Teatro del Barrio? Todos los fundadores están fuera, la mayoría distanciados de la dirección. Gran parte de los cuadros que propiciaron la irrupción del partido han abandonado la política, como Nacho Álvarez recientemente, se han ido a otras opciones o han fundado sus propios partidos, como Errejón. Las olas que anticipaba Monedero se mueven solo cuando existe viento y parece que hace un tiempo que ha dejado de soplar.

El paso de Podemos por el Gobierno ha dejado un legado, cree, que ha sentado las bases para el cambio. “Pero no se ha logrado el cambio”. “El enfado con todo lo anterior permitió romper algunas válvulas, que luego se tradujo en la subida del salario mínimo, en el escudo social contra la pandemia, en algunas leyes importantes que han pasado desapercibidas, como la ley de eutanasia, en la entrada de la izquierda nacionalista en el pacto de gobierno, en impuestos a los más ricos”, opina. 

“La lección más importante de estos diez años de Podemos es la demostración de que nuestro país puede cambiar”, resume Serra. “El 15M fue la demanda y anhelo de cambio y la experiencia de Podemos es la demostración de que es posible transformar a través de una forma de entender la política y de hacerla que dista de lo que había existido anteriormente y del resto de espacios políticos”, añade.

Urbán lamenta el rumbo final del trayecto. “Nuestra victoria no era ganar unas elecciones, era cambiar un régimen; una ruptura democrática con una transición pactada con una dictadura”. Y eso no se ha producido. ¿Qué toca ahora? “Arremangarse y reconocer que a veces tienes más preguntas que respuestas. Caminar preguntando. Acaba un ciclo político y tenemos que intentar volver a sembrar para construir un nuevo ciclo político para llegar más lejos”, dice. 

Pero no será con Podemos, que afronta ese nuevo ciclo con cinco diputados, una estructura territorial casi inexistente, fuera del Gobierno y en disputa con Sumar. Con la promesa para sus electores y sus militantes de que las elecciones europeas serán la primera piedra para recuperar la hegemonía del espacio político que han ido perdiendo con los últimos resultados electorales y los choques con la plataforma de Yolanda Díaz. Diez años después de que un grupo de politólogos se propusiera asaltar los cielos, Podemos fiará su futuro a unas nuevas elecciones europeas como las que iniciaron su despegue. Esta vez, con Irene Montero como apuesta.

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