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Una escuela más preocupada por los recortes que por los estigmas de Wert

Niños en un colegio. / Efe

Pau Rodríguez

Las palabras de José Ignacio Wert -“hay que españolizar a los alumnos catalanes”- han puesto una vez más en pie de guerra la comunidad educativa catalana, muy dolida por los sucesivos embates que viene recibiendo el sistema de inmersión lingüística en las escuelas de Cataluña. Desde el célebre fallo contra el Estatut en julio del 2010 por parte del Tribunal Constitucional, donde se recogía que el castellano debía ser también lengua vehicular en las escuelas catalanas, una larga serie de pugnas políticas y judiciales han situado la inmersión en el centro del debate. Pero la comunidad educativa sabe que los problemas a los que debe hacer frente la enseñanza catalana son otros: el abandono escolar, la baja inversión en educación y los recortes sociales.

La Fundación Jaume Bofill presentó recientemente un anuario (2011) donde se evidencian las carencias del sistema educativo catalán. A diferencia de las palabras de Wert, el estudio no copó los titulares de los medios de comunicación, pero sí puso de manifiesto, por ejemplo, que Cataluña es la comunidad autónoma que menos gasta en educación. En 2009, la partida de la Generalitat para la enseñanza supuso el 3,95% del PIB catalán -frente al 4,7% estatal y el 5,18 europeo. Y el dinero destinado a becas también fue inferior: un 1% del PIB, menos de la mitad que la media española, que es de un 2,5%, y una cuarta parte de la europea, que asciende al 4%.

El anuario constata también el elevado nivel de abandono escolar prematuro que padece Cataluña. Hasta un 21% de los alumnos no llegaron a graduarse en la enseñanza secundaria -en España fue el 20% y, en Europa, el 13,5%-, y un 26% no consiguió superar la enseñanza secundaria postobligatoria. De todos modos, la tendencia muestra una mejora, pues en 2008 las cifras de abandono prematuro eran del 33%. Según el informe, este contexto de elevado fracaso escolar, junto con la actual situación de crisis económica, ha contribuido a que, a día de hoy, en Cataluña haya un total de 140.000 jóvenes, de entre 16 y 24 años, que ni estudian ni trabajan. En total, el 21% de este segmento de la población.

El presupuesto de educación retrocede cinco años

A esto hay que añadirle que, desde la llegada de CiU al Gobierno, la Generalitat ha recortado los presupuestos de educación en un 13,8%, retrocediendo hasta niveles de 2007 pero con 148.359 alumnos más que entonces -el curso 2007/2008 empezó con 1.144.808 alumnos, y a día de hoy la escuela catalana cuenta con 1.293.167 niños y niñas. A raíz de los ajustes, la plantilla de docentes se ha reducido en cerca de 3.500 plazas (alrededor de 2.000 interinos no contratados y 1.500 jubilaciones no cubiertas), se les ha aumentado a los maestros una hora lectiva a la vez que se les rebajaba el sueldo -en total, un 10%- , y se ha eliminado la sexta hora escolar, que servía para igualar el horario de la escuela pública con el de la concertada. Todo sin contar, claro, con las medidas aprobadas por el Ministerio la pasada primavera.

Mención aparte merece la situación de las guarderías. Financiadas en un principio a partes iguales entre Generalitat, ayuntamientos y familias, muchas de ellas se han visto abocadas al colapso al reducirse sustancialmente las aportaciones de la Administración. La Generalitat ha rebajado casi hasta la mitad (un 38%) su subvención a los centros, algunos ayuntamientos -los más asfixiados- también han recortado de su parte, y han sido las familias las que han tenido que compensar la balanza con el aumento, en algunos casos radical, de las cuotas. En el pueblo pirenaico de la Seu d'Urgell, por ejemplo, la tarifa ha subido entre un 50 y un 150% para los empadronados, y hasta un 300% para las familias de los pueblos vecinos.

Desde que empezaran los recortes en Cataluña, hace ya dos años, la comunidad educativa ha venido plantando batalla para defender la educación pública. Por eso lamentan, según Álex Castillo, presidente de la Federación de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos de Cataluña (FAPAC), que “se ponga en cuestión la inmersión lingüística cuando no supone ningún perjuicio para la calidad del sistema educativo, a diferencia de los recortes”, sentencia.

Los mitos de la inmersión

En el presente curso, sólo doce familias de las 50.000 que escolarizaban a sus hijos por primera vez -es decir, al inicio de la educación infantil- han reclamado, mediante una instancia, que sus hijos reciban las clases en castellano. Esta leve demanda choca con el amplio consenso que genera en la sociedad catalana el modelo de inmersión, avalado por casi todas las asociaciones y movimientos de renovación pedagógica y por los sindicatos y las asociaciones de padres y madres.

Respecto al nivel de competencias adquiridas, las últimas pruebas del Instituto de Evaluación Español, realizadas en 2010 con alumnos de Segundo de ESO de todo el Estado, pusieron de manifiesto que en los colegios catalanes el nivel de comunicación lingüística (expresión y comprensión oral y escrita del castellano) es levemente superior al de la media española. Los alumnos catalanes obtuvieron 502 puntos en estas competencias, dos puntos por encima del promedio estatal, de 500 puntos, y por delante de comunidades autónomas como Islas Canarias, Galicia, Comunidad Valenciana, Extremadura o Andalucía, todas ellas con el castellano como lengua vehicular.

También fue objeto de ataques por parte de Wert la asignatura de historia que se imparte en las escuelas catalanas, a las que acusó de “minimizar” los elementos que configuran la historia de Cataluña dentro de España. Los maestros, sin embargo, se muestran sorprendidos de las quejas, pues es el propio ministerio el que aprueba, en última instancia, los currículos. “Los temarios actuales se elaboraron entre el año 2005 y el 2008, se publicaron en el BOE, y no hubo objeciones por parte de nadie, ni siquiera del PP”, señala Joan Badia, catedrático de lengua y literatura catalana y profesor de secundaria. Por lo tanto, Badia deduce que “o el ministro duda de la profesionalidad de nuestro profesorado, o simplemente ignora lo que sucede en las aulas”.

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