Cuatro fortalezas y tres debilidades en el camino de Pedro Sánchez hacia su investidura
“Hemos hecho historia, hemos hecho presente y el futuro es nuestro”. Esa fue la frase más contundente de Pedro Sánchez al conocerse los resultados del 20D. La expresión causó malestar en las filas socialistas, que asumían el peor resultado de su partido. Sin embargo, el tiempo daría la razón al secretario general del PSOE si sacara adelante su investidura, aunque la aritmética en este momento no le da, porque los partidos a su izquierda rechazan el acuerdo que ha alcanzado con Ciudadanos. Estos son algunos de los aciertos, fallos y problemas que ha tenido el candidato socialista desde las elecciones.
La superación de expectativas. La alegría de la dirección del PSOE el 20D se justificó en buena parte porque habían superado los pronósticos iniciales. “Hemos ganado a las encuestas”, dijo el número dos del partido, César Luena, tras la reunión de la Ejecutiva que analizó los resultados electorales al día siguiente de los comicios.
Con los números sobre la mesa, los bloques de derechas y de izquierdas no tenían una suma redonda, pero en Ferraz estaban convencidos de que el PSOE tenía más posibilidades que el PP, que pese a ser la fuerza más votada despierta más vetos en el arco parlamentario. Sánchez aprovechó ese mismo día para anunciar la convocatoria del congreso ordinario en el que se decidirá el liderazgo del partido y anunció que él se presentará para revalidar su cargo.
La tensión interna. Esa euforia con la que recibió la dirección el resultado de las urnas provocó un profundo malestar entre los principales barones socialistas, que se dieron prisa en advertir de que el PSOE no podría pactar con Podemos y situaron al PSOE como partido líder de la oposición. También les enfadó que la primera reacción de Sánchez fuera anunciar su candidatura a la secretaría general.
La batalla por el liderazgo interno, camuflada en el temor a un acuerdo con Podemos, llevó a los principales dirigentes territoriales del PSOE a preparar la sucesión de Sánchez: por un lado, le prohibieron negociar con los partidos que defendieran el referéndum en Cataluña y, por otro, intentaron que el congreso ordinario se adelantara lo máximo posible con el objetivo de que hubiera un nuevo líder antes de la hipotética repetición de elecciones. En Ferraz preocupó que se diera la imagen de debilidad ante un escenario de intento de formar gobierno o de celebración de nuevos comicios.
El órdago de las bases. Sánchez salió al paso de esa batalla, que se libró en dos tandas –una en el Comité Federal del 28 de diciembre y otra en la reunión de ese órgano el 30 de enero–, al paso de la presión. En la primera, la dirección se dio por victoriosa al asegurar que había logrado vencer a los barones. En la segunda, pese a que tuvo que ceder y convocar el congreso para antes de lo que pretendía, el candidato socialista se sacudió con una consulta a las bases la presión por los pactos.
A pesar de no haber conseguido aún un pacto que le dé la investidura, la consulta salió razonablemente bien para la dirección del PSOE: la participación fue más elevada de lo que preveían y el sí logró un 79% de los votos. Los barones, aunque no han hecho campaña por el sí, han dejado hacer al secretario general con una posición prudente desde que recibió el encargo del rey. Han permitido sin rechistar que se sentara con Podemos, pese a que no renunció al derecho a decidir.
Partido a partido. El manejo de los tiempos no le ha salido mal. Primero, aguantó sin hablar con el resto de grupos: “Es el tiempo de Rajoy y del PP”, insistían desde el PSOE. La renuncia del presidente en funciones al encargo del rey, que coincidió con la oferta de Pablo Iglesias de formar un Gobierno en coalición le obligó a buscar un plan B, que ha mantenido durante todas las negociaciones: “Primero son las políticas y luego los sillones”, fue el mensaje que mandó a Podemos.
La estrategia del PSOE busca en parte lanzar un mensaje al electorado ante la posibilidad de que se repitan los comicios: dejar a los de Iglesias como los responsables de que no se llegue a un acuerdo por culpa de los ministerios que piden, y que esto provoque que el PP se mantenga en el poder.
Los desplantes a Podemos. Las relaciones entre PSOE y Podemos no empezaron con buen pie en el Congreso. Podemos y las confluencias marcaron distancias por primera vez después de que los socialistas les dejaran sin los cuatro grupos que los de Iglesias habían prometido a sus votantes. También rechazaron el acuerdo con PP y Ciudadanos para enviarles “al gallinero”. Pero el principal enfrentamiento llegó tras las reunión bilateral entre Sánchez e Iglesias: Podemos anunció que no se sentaría a negociar con el PSOE hasta que no dejara de hablar con Albert Rivera.
Sánchez mantuvo el envite. Siguió negociando “a izquierda y derecha”. Las avances con IU-Unidad Popular y Compromís facilitaron el discurso a los socialistas, que acusaron a Podemos de hacer “pinza” con el PP. En Ferraz confiaban en convencer para el 'sí' a Ciudadanos, PNV, Coalición Canaria, IU-Unidad Popular y Compromís y que ese resultado (143) empujara a Podemos a abstenerse y así sacar más síes que noes (PP y fuerzas independentistas).
La fructificación de las negociaciones con Albert Rivera permite a Sánchez llegar a la investidura con algún tipo de acuerdo firmado y no solo con sus 90 diputados votando a favor y, en Ferraz, destacan también que le deja como un líder capaz de generar consensos.
La izquierda se planta. Pero a la vez que Sánchez puede celebrar haber pactado con el centro-derecha ve cómo Podemos se ha alejado junto a las confluencias, IU-Unidad Popular -que no ve sentido a negociar si no es en el marco de la mesa a cuatro- y Compromís. Todos ellos coinciden en que sus programas son incompatibles con Rivera. También el líder de Ciudadanos coincide y cree que Podemos no puede firmar ese pacto, mientras que lo ve asumible para el PP.
El PSOE ha lanzado una última bala para que las fuerzas a su izquierda le apoyen al enviarles una propuesta de acuerdo. Sin embargo, no la han recibido con entusiasmo. Podemos ha dicho que no cambia nada porque es un “corta y pega malintencionado” de su acuerdo con Ciudadanos; las confluencias tampoco están convencidas y los de Alberto Garzón y Compromís siguen en el 'no'.
A escasas horas de que Sánchez se someta a la primera votación de la investidura, los números no le cuadran y en sus filas reconocen que, aunque queda tiempo por delante, puede fracasar.