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La guerra generacional se desata en el PP

Soraya Sáenz de Santamaría y Alberto Núñez Feijóo, en un acto del PP.

Luz Sanchis

“Las renovaciones dependen de cómo se hagan. Algunas veces lo que acaban produciendo son un fiasco de colosales proporciones”. El tono con el que Mariano Rajoy respondió a la pregunta de si se planteaba la renovación generacional en el PP sorprendió por lo cortante. El presidente del Gobierno ofrecía la rueda de prensa de balance del año 2014 y no le sentó nada bien que se le señalara que el resto de partidos ya había puesto en marcha el proceso de rejuvenecimiento. “El PP se organiza como le parece oportuno”, añadió.

Unos días antes, en la recepción del Congreso con motivo de la fiesta de la Constitución, Rajoy se había proclamado ante un grupo de periodistas candidato a repetir en la Moncloa en las próximas elecciones generales. El propietario del “dedo divino” según Esperanza Aguirre se autoseñalaba sin necesidad de convocar un congreso de su partido que cuidara las formas y lo proclamara con el aval del PP. De paso, desautorizaba los rumores internos de que Soraya Sáenz de Santamaría, Alberto Núñez Feijóo o incluso María Dolores de Cospedal estén llamados a ser los herederos del presidente del Gobierno.

El debate interno sobre la crisis de liderazgo de Rajoy y la necesaria renovación interna han vuelto con fuerza en las últimas dos semanas. Cuando se consideraba amainada la tormenta por el caso Bárcenas a la espera de que se concrete la apertura del jucio, el arresto de Rodrigo Rato ha vuelto a sacudir a un PP en horas bajas y a un presidente al que sus barones ven más como un lastre que un aval para convencer a los votantes el 24 de mayo.

La caída en desgracia del todopoderoso exvicepresidente de José María Aznar toca de cerca a Rajoy, de su misma generación y antiguo compañero de Gabinete en diferentes Consejos de Ministros. Quien fuera un icono de la derecha y bautizado como artífice del milagro económico en los 90 es ahora un apestado.

Solo el hecho de que en el PP se discuta qué bando del Gobierno ha tenido que ver en la filtración de que se le investigaba por blanqueo de capitales da idea de lo asumida que está la división en el seno del Gabinete. Entre los que gobiernan, la preferida en las quinielas siempre ha sido Sáenz de Santamaría. A su edad, 43 años, se suma su triple papel de vicepresidenta, ministra de la Presidencia y portavoz del Gobierno, así como su influencia en los grandes grupos de comunicación.

La número dos de Rajoy es experta en desmarcarse de todo lo que tenga que ver con la corrupción de su partido y señalar que eso es problema de Génova. Esa actitud no la soportan en la dirección del partido, donde María Dolores de Cospedal se ve obligada a dar explicaciones públicas como secretaria general. Su empeño en que no le salpique los efectos de la corrupción interna ni de refilón provocan más de una broma en el PP, donde algunos la imitan con bastante acierto cuando se refugia en su respuesta-comodín: “Comprenderá usted que desde esta mesa no puedo hacer declaraciones en ese sentido”.

Los recelos de la “congregación mariana”

Aunque la división del Gabinete no es solo por cuestión de edad, los ministros más mayores y amigos personales de Rajoy forman el conocido G8. Otros los llaman la “congregación mariana”. En común también tienen los recelos frente a la vicepresidenta, a la cabeza del grupo de los sorayos, integrado por miembros más jóvenes con influencia desde cargos como secretarios de Estado y subsecretarios.

Los primeros se consideran “de perfil político” y reprochan a los segundos que actúen como técnicos. El nombramiento de Alfonso Alonso como relevo de Ana Mato en Sanidad y la misión encomendada de dar “más peso político” al equipo encendieron las alarmas de los más mayores. Alonso reconoce en público que se siente “sorayo”. Otros, como Rafael Catalá, admite que asiste a las comidas o cenas periódicas con los más veteranos, pero bromea sobre la clasificación: “Un día me despierto y soy G8, y otro soy sorayo”.

El desgaste personal de Rajoy y los malos pronósticos electorales han provocado un debate interno sobre si el perfil del presidente es adecuado para repetir. La desafección ciudadana es mayor entre los votantes más jóvenes en un momento en que el resto de partidos ya ha emprendido la renovación y las dos formaciones emergentes están lideradas por Pablo Iglesias y Albert Rivera.

Aunque el presidente insiste en que la experiencia y no la juventud es el valor que más cuenta, algunos en sus propias filas dudan de que sea suficiente. “Hay que reconocer que con un registrador de la propiedad con 20 años en política, mucha imagen de renovación no damos y es difícil entusiasmar a nuevos votantes”, reconoce un dirigente del partido.

Duelo de delfines

“Yo estaré en política mientras esté Mariano, ni un minuto más”, confesaba Sáenz de Santamaría cuando aterrizó en Génova con el PP en la oposición. Era la época en la que pedía a los periodistas que le aconsejaran sobre si hablaba demasiado rápido y se le notaba “el tono de opositora”. También presumía de ser poco conservadora y se desmarcaba en privado de algunas posturas oficiales de su partido.

El otro posible delfín, Alberto Núñez-Feijóo, juega con su condición de relevo visto con buenos ojos en el PP. Es difícil que haga una declaración polémica sobre asuntos nacionales, pero se conduce con habilidad para reconocer los errores internos sin sacar los pies del tiesto ni molestar a jefes o compañeros. El gallego, a diferencia de Sáenz de Santamaría, tiene muchos apoyos dentro de la formación.

Algunos sitúan a Cospedal como tercera en discordia para dar la batalla por la sucesión, pero son los menos. Pendiente de revalidar su poder como presidenta de Castilla-La Mancha, cada vez está más claro que su cargo de secretaria general llega a su fin. Entre los consultados, las posibilidades de Cospedal son motivo de broma: “¿La del finiquito en diferido como sucesora? ¡No me hagas reír!”.

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