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El otro 1-O: un año de la revuelta en Ferraz

Pedro Sánchez en la comparecencia en la que anunció su dimisión como secretario general del PSOE el 1 de octubre de 2016.

Irene Castro

“Ha sido un orgullo y anuncio mi dimisión”. Con esas palabras Pedro Sánchez abandonó al filo de las 20.20 horas del 1 de octubre el caótico Comité Federal que acabó con su mandato. Susana Díaz ganó entonces la primera batalla de una guerra que había comenzado varios meses antes y que culminó el 21 de mayo con la abrumadora victoria del secretario general en las primarias.

Desde entonces mucho ha cambiado la situación: desde un nuevo modelo de partido hasta que España tiene Gobierno. Poco queda por ahora de la promesa de Sánchez de ponerse a trabajar para echar al PP con una “mayoría parlamentaria alternativa”, forzado por las circunstancias en Catalunya y por la falta de apoyos: cada vez está más lejos de Ciudadanos y la premisa de Unidos Podemos de un referéndum pactado no ha variado, al igual que la línea roja que le impone el PSOE. 

Ha pasado un año del día del que los socialistas quieren pasar página, pero que quedará escrito en la historia del partido más antiguo de España. El bautizado por un destacado dirigente como “Comité Federal de Puerto Hurraco” fue el culmen de un enfrentamiento soterrado por el liderazgo del PSOE, que se encarnizó tras las dos mayores derrotas electorales de los socialistas y la imposibilidad de formar Gobierno.

El partido se dividió entre quienes apostaban por la abstención que permitiera gobernar a Mariano Rajoy pero querían que fuera Sánchez quien la planteara, conscientes del castigo que la decisión supondría entre los militantes y el propio secretario general, que tras llegar a plantearse esa opción, siguió hacia adelante con un “no es no” que conducía a terceras elecciones. 

Sánchez descubrió las cartas el 26 de septiembre al plantear un congreso exprés para dirimir el liderazgo. Quería el refrendo de las bases para seguir adelante con su rechazo a Rajoy. Puso negro sobre blanco la división absoluta del partido: “Felipe González está en el bando de la abstención, yo estoy en el bando del voto en contra a Mariano Rajoy para crear un Gobierno alternativo. A mí me gustaría saber en qué bando está Susana Díaz”, reconoció en una entrevista en eldiario.es en la que también retó a los miembros críticos de su dirección a dimitir.

Y así fue. Apenas unas horas después 17 miembros de la Ejecutiva presentaban su dimisión. Las firmas se habían recogido el día anterior. Buscaban la caída de Sánchez, pero no lo lograron. La batalla pasó entonces a ser legal a partir de distintas interpretaciones de los estatutos. Ferraz entendía que procedía convocar un congreso mientras que el otro bando no reconocía la legitimidad ni del secretario general ni de los miembros de la dirección que habían permanecido leales. 

El 1-O hoy sería imposible

Un año después, esa situación ya no podría darse. Las nuevas normas del partido han clarificado esa situación: la dimisión de miembros de la Ejecutiva no conlleva ni su disolución ni la caída del secretario general. La nueva normativa blinda al secretario general: su revocación requiere que la secunde el 51% del Comité Federal –el máximo órgano entre partidos– a través de una votación secreta y que la militancia refrende la decisión. 

La inclusión de que la votación sea secreta es otra de las claves para evitar el “espectáculo bochornoso” –en palabras del presidente asturiano– del 1 de octubre. El Comité Federal no consiguió arrancar durante más de ocho horas en las que los socialistas no llegaban siquiera al acuerdo sobre qué se debía votar y la fórmula para hacerlo.

Los críticos consideraban que Sánchez ya no era secretario general y que debía constituirse una gestora mientras la dirección sostenía que debía votarse la convocatoria del congreso ideado por Ferraz para tres semanas después. 

Una vez consiguieron ponerse de acuerdo en el objeto de la votación, la guerra se desató sobre la fórmula. Sánchez quería que el voto fuera secreto porque consideraba que algunos miembros del Comité Federal se pondrían de su parte frente a los barones gracias al anonimato. Los críticos aseguraban que el voto debía ser a mano alzada. La organización colocó entonces una urna escondida y los 'sanchistas' comenzaron a votar.

“Moción de censura”, gritó entonces un dirigente andaluz que empezó a recopilar las firmas necesarias para plantearla. A los críticos les daban los números para tumbar al secretario general. Al filo de las 20 horas se votó a mano alzada la propuesta de Sánchez y fue rechazada por 132 votos en contra frente a los 107 a favor. El entonces exsecretario general se marchó tras hacer unas declaraciones a los periodistas. 

Susana Díaz se hizo entonces con el control de un PSOE destrozado que dejó en manos de Javier Fernández. Intentó hacer pedagogía de la abstención y conducir al partido al voto en blanco para permitir gobernar a Rajoy. “Abstención no es apoyar”, se esmeraba entonces en decir para convencer a las bases de que la intención únicamente era “salir del bloqueo”.

El PSOE decidió entonces abstenerse, a pesar del rechazo interno que generaba el voto en blanco. Cientos de militantes se organizaron en plataformas con el lema “no es no”, que fue el eje de Sánchez tras su abandono del escaño el mismo día de la investidura de Rajoy. 15 diputados socialistas votaron en contra. 

La gestora se sumergió en una andadura que se prolongó durante nueve meses con el convencimiento de que el tiempo apaciguaría las aguas. El oficialismo creyó entonces que Sánchez pasaría a la historia, que caería en el olvido. Pero se equivocaron. 

Los nuevos estatutos impiden igualmente que esa situación se pueda volver a producir. Por un lado, establecen que las gestoras podrán durar un máximo de 90 días. Además, limita su actuación a “adoptar, desde una posición de neutralidad interna, las decisiones ordinarias de gestión de la organización del partido, sin comprometer con su actuación la política o el funcionamiento más allá del periodo de su mandato”.

Con ese párrafo, el equipo de Sánchez quiso dejar claro que las gestoras no deben tomar decisiones políticas como la de la abstención. Técnicamente la gestora no tomó esa determinación sino que fue el Comité Federal que había tumbado a Sánchez el que votó mayoritariamente una resolución propuesta por Elena Valenciano. No obstante, la abstención en bloque fue acordada previamente por los barones más poderosos del PSOE

El 'susanismo' falla en el análisis

El 'oficialismo' del PSOE falló en el diagnóstico. Pensaron que las estructuras tradicionales del partido conseguirían el apoyo mayoritario para Susana Díaz, pero se equivocaron. La rebelión de los electores frente al establishment se cumplió, como había sucedido en el Partido Socialista francés poco antes. 

Otro de los argumentos que enfrentó a los socialistas fue el discurrir de la socialdemocracia. Los de Díaz se agarraron al paulatino crecimiento que las encuestas alemanas daban al SPD de Martin Schulz, como argumento en su discurso de que el electorado perdonaría la abstención. El tiempo les ha quitado la razón: los ciudadanos alemanes han vuelto a castigar al SPD de la gran coalición con Angela Merkel.

En relación a otro país, la debacle de los socialistas franceses permitió al susanismo advertir de que el “radicalismo” de Sánchez podía llevar al PSOE a ser una fuerza residual

Sánchez cree que el tiempo le ha dado la razón. En Ferraz celebran la subida que pronostican las encuestas –24,9% de los votos, según el último barómetro del CIS– que les sitúan en cifras similares a 2015 (cuando Sánchez estaba dos puntos por encima aproximadamente del resultado que obtuvo en las generales). La dirección socialista se ve en condiciones de pugnar por Moncloa y creen que es un espaldarazo al giro a la izquierda del PSOE. Los críticos consideran que esa subida es coyuntural y que no se mantendrá en el tiempo. 

También el 'susanismo' ha hecho su propio análisis. Dirigentes que apoyaron a la presidenta andaluza reconocen que la campaña fue “un desastre”. Creen que Díaz se confío, que los suyos no llegaron siquiera a plantearse que la derrota era una opción. Además, reconocen que el voto más que en favor de Sánchez fue a lo que representaba: el castigo al establishment.

“Muchos votaron también en contra de Susana”, admite un dirigente que hizo campaña por ella. De hecho, recuerdan que los barones que la apoyaron y perdieron en sus territorios han conseguido holgadas victorias cuando eran ellos los que se presentaban, como Guillermo Fernández Vara o Ximo Puig.

Del “no es no” al “respaldo total” a Rajoy por Catalunya

El eje de la campaña de Sánchez giró en torno al “no es no” a Rajoy en la investidura y su primera promesa al volver a la secretaría general del PSOE fue ponerse a trabajar para formar una mayoría parlamentaria al PP. El líder socialista trató entonces de evitar mencionar una moción de censura. 

Pero tanto el escenario de una moción como el trabajo de coordinación parlamentaria abierto con su “socio preferente” Unidos Podemos están difuminados. Apenas ha habido avances en la colaboración parlamentaria con los de Pablo Iglesias ni está en las prioridades de la agenda del PSOE. En el seno del PSOE hay debate sobre cuál debe ser la actitud del partido respecto a Podemos: acordar o ir a matar. 

Sánchez se ha puesto el traje de hombre de Estado ante la crisis en Catalunya. El secretario general del PSOE ha mostrado su “respaldo total” al Gobierno y ha evitado a toda costa la crítica pública. Los socialistas hacen equilibrios para evitar la imagen de Sánchez alineado con la derecha. De ahí que rechazaran una foto a tres con el presidente y Albert Rivera y que su reclamación sea que Rajoy comparta con Pablo Iglesias la situación. No obstante, la intención de Sánchez es que el giro a la izquierda quede instalado en el imaginario y, a partir de ahí, hacerse con el electorado de centro. Para ello tiene dificultades añadidas: su ausencia en el Congreso le obliga a hacerse hueco.

Este 1-O Sánchez volverá a pasarlo en Ferraz, pero con la tranquilidad que le ha otorgado su amplia victoria sobre Díaz, que se ha replegado en Andalucía. 

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