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CRÓNICA

Después del 'casadicidio', tonterías, las justas

Feijóo y Casado en la primera jornada del congreso del PP.

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El Partido Popular está triste. Alicaído. Compungido. Ya ha limpiado toda la sangre que quedaba tras el ajusticiamiento de Pablo Casado, pero aún no consigue olvidar esas terribles imágenes. Hasta Aznar no sonaba aznariano en la primera jornada del congreso del partido en Sevilla. A Isabel Díaz Ayuso, los delegados la aplaudieron a rabiar cuando entró en el Palacio de Congresos. Cuando dio su discurso, una pieza no precisamente memorable, peor de lo habitual en ella, los aplausos no sonaban entusiasmados, sino corteses. 

El eslogan del congreso del PP no está a la altura de esas frases rimbombantes que suelen coronar los congresos de los partidos. “Lo haremos bien”, dice. Eso no es poner muy alto el listón. Podían haberlo completado: no como la última vez. Esta vez no la cagaremos, no elegiremos a un tío loco que se pasaba el día pegando gritos y que acabó tan desquiciado que intentó eliminar a Díaz Ayuso relacionándola con un caso de corrupción en su familia. Esta vez, nos saldrá mejor.

El congreso tuvo algunos momentos difíciles de creer por los graves acontecimientos ocurridos en meses anteriores. En la megafonía, para acompañar esa sensación de irrealidad, no paraban de poner 'People Have the Power', de Patti Smith, una canción que en los últimos 30 años ha sido utilizada con frecuencia en actos públicos de organizaciones de izquierda y progresistas de EEUU o en escenarios en que se denunciaba la guerra de Irak y otras políticas de la derecha.

Vuelve el marianismo al PP, quizá no en su versión más depurada. En una que se le acerca bastante. Y para rubricar esa negación del Fast & Furious de Casado, los compromisarios del PP se rompieron las manos para aplaudir a Mariano Rajoy, al que le rieron todos los chistes, los buenos, los malos y los simplemente rajoyanos. “En mi despedida, dije que yo me apartaba, no que me fuera a ir”. Grandes risas, no porque sea gracioso, sino porque lo dijo Rajoy.

En sus discursos, tanto Aznar como él insistieron hasta la exasperación en la necesidad de la lealtad. Después del casadicidio, tonterías, las justas. “Su éxito es el éxito de todos”, dijo Aznar de Alberto Núñez Feijóo. “Tiene que ser una apuesta irreversible”. Es decir, no más estupideces hasta las próximas elecciones. Rajoy se presentó como el mejor soldado de Feijóo: “Ahora me toca recibir instrucciones”. 

El último expresidente llegó con ganas a Sevilla. Después de algunos ejemplos de stand up comedy con público muy favorable que no iba a subir al escenario a partirle la cara, dio un largo discurso contra el Gobierno de Pedro Sánchez. A diferencia de sus intervenciones en campañas de elecciones autonómicas, Rajoy no se limitó a esas divagaciones de abuelo cascarrabias que le caracterizan últimamente, por las que se nota que no entiende cómo es posible que haya 17 partidos representados en el Congreso. Eso le molesta especialmente. También consideró intolerable que el Gobierno actual no haya bajado los impuestos como dijo que iba a hacer.

Eso no era uno de los chistes de Rajoy. Lo dijo muy en serio. Él, que subió todos los impuestos en 2011 al llegar al poder, incluido el IVA, del que Cristóbal Montoro dijo ya en el despacho de ministro de Hacienda que de ninguna manera se iba a subir.

Tuvo un detalle con Casado, que minutos antes había entrado en el auditorio con un nivel medio-bajo de aplausos. Para compensarlo, recorrió lentamente el pasillo –era su último día como presidente– y dio la mano o dos besos a todo aquel que se lo pidiera. Un poco de estimulante para el alma. “Valoro especialmente su entrega, su coraje y su entusiasmo en la defensa de las ideas del partido”, dijo Rajoy de él, y nada más porque tampoco había que pasarse. Hay que anotar que Rajoy elogió su energía, que nunca ha estado en discusión, y no su acierto.

No quedó tan extraño como Aznar, que no estaba en la sala sino que entró por videoconferencia por haber dado positivo en Covid, cuando agradeció a Casado su labor: “Donde quiera que estés, gracias por tu esfuerzo”. Estaba en el edificio y a punto de entrar al plenario. Cualquiera que escuchara a Aznar habría pensado que Casado había pasado ya a mejor vida. No sólo políticamente.

Casado sigue vivo y en unos minutos tuvo la oportunidad por la que luchó con intensidad en la noche en que los barones del PP le exigieron la dimisión. Fue lo único que arrancó a Feijóo: poder despedirse con un discurso en el congreso del partido. Ante todo, buena cara. Casado subió al escenario sonriente, encantado de asistir a su propio funeral. Feijóo aplaudía serio con la esposa de su víctima al lado. Era un trago por el que el gallego tenía que pasar. 

Casado llevaba escrito el discurso. ¿Lo había leído antes Feijóo? No cometió ningún desliz que pusiera en evidencia al futuro líder del partido ni que sonara a denuncia contra Feijóo y Moreno Bonilla, los dos líderes de la conspiración que acabó con él, ni contra Ayuso, que le declaró la guerra. No dijo nada que pudiera ser malinterpretado por los asistentes. Sólo dejó una frase un poco resentida: “Un mes agridulce que se inició con un sentimiento de injusticia y acabó con una profunda gratitud”.  

Ahí se paró. Luego entró en la parte irreal de su discurso, en la que hablaba como si su descripción de la situación política interesara a la audiencia. Lo irreal pasó a fantasmagórico al comunicar su abandono de la política. “Creo que lo mejor es que dé un paso al lado”. Como si no hubieran tomado otros la decisión por él y además de forma brutal. Llamó a Feijóo “un buen gestor y un buen amigo”. Qué mejor que sea un amigo el que te parta el corazón de una puñalada.

Los delegados del PP le concedieron una larga ovación en pie. Fue el premio por haberse dejado matar sin causar más problemas.

Después de Casado, era el momento del salvador. Feijóo se presentaba como candidato para la votación que se realizará en la mañana del sábado, el ritual obligado porque él es el único. Dio un discurso deshilado, sin una idea o tema claros, sin centrarlo en la crítica al Gobierno y sin marcar su propio camino ideológico. “Tengo criterio propio. Haré lo que toque”, dijo para ahuyentar el tópico del depende que se usa en el periodismo perezoso. “Además, dudo, no soy infalible, no me creo en posesión de la verdad”. Vale, eso contradice un poco lo anterior. Feijóo intentaba presentarse a la audiencia sin decir más que lo imprescindible.

Nunca ha necesitado grandes discursos para ganar elecciones en Galicia en un escenario político que siempre ha sido favorable a sus intereses, empezando por las autolesiones frecuentes en la oposición. El sábado, tendrá la oportunidad de dar otro discurso, el tercero en este congreso, para contar en qué cree.

Quizá necesite un escritor de discursos. No tanto en estos días. Consiguió el puesto del líder del PP en un magnicidio preparado con rapidez y ejecutado sin ningún 'depende' de por medio. Ahora su partido está convencido de que no puede dar otro espectáculo similar. La imagen del cuerpo sin vida de Casado sostenido por los barones regionales del PP antes de ascender a los cielos servirá para que al partido no se le ocurra volver a protagonizar la crónica de sucesos, lo que protegerá sin duda el puesto de Feijóo. Lo de que vaya a generar mucho entusiasmo habrá que dejarlo para más adelante.

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