Esta semana tenía pensado hablar sobre una película, pero vi hace un par de días una noticia que me produjo una tremenda tristeza. El titular rezaba así: “Una mujer con síndrome de Down, expulsada de un evento comercial ”para no asustar“ a los asistentes ”. Lógicamente todas mis alarmas se encendieron. En 2018 y seguimos aún con estas mierdas, válgame la expresión.
“Para no asustar a los asistentes”. Esta frase es digna de cualquier museo de los horrores. Porque seguimos con la idea de lo que diferente asusta cuando debería producirnos asombro, admiración e integración de lo nuevo o diferente, porque solo así alcanzaremos una convivencia ideal. Estamos hartos los retrones de ser objeto de esas miradas. Porque aún no sé en base a qué tiene que decirnos nadie que nos vayamos porque no somos estéticamente adecuados. Estamos sometidos a la dictadura de la normatividad. Hay cánones estéticos de belleza que nos imponen desde los medios, las agencias y nos someten a una presión brutal. Pero más allá de esta presión lo que me preocupa es la autoridad moral de ciertas empresas para tomar decisiones empresariales que, en definitiva, atacan el honor y la dignidad de estas personas.
Aún intento encontrarle la lógica a esto, pero no la tiene, más allá de que nos inculcaron desde hace años que la imagen ha de ser impecable, pero ¡oh! amigos... no era esto a lo que se referían.
Porque tener una imagen impecable es ser honesto, coherente, valiente, claro y sincero. Esto de tener a la gente guapa en los eventos es otra cosa. Es la estupidez hecha mercado. Es no entender que el mundo es diverso, que la belleza trasciende los cánones, que todo el mundo tenemos derecho a estar en cualquier sitio sin que se nos discrimine. Hay empresas privadas que se están apropiando de ciertos vicios peligrosos.
Estamos dejando que las empresas controlen nuestro espacio “público” nos discriminen a su conveniencia y actúen como moderadores de lo público. Y me da igual que sea un acto privado de la empresa, nadie debería poder ser discriminado por su condición personal, pero estamos demasiado acostumbrados a dejar hacer.
Desde mi punto de vista tenemos que volver a tomar las calles, a tomar los espacios que nos han arrebatado las empresas, a ser precisos y exigentes con ellas, porque las empresas son mecanismos económicos de control social. Hoy es una mujer con síndrome Down, mañana es una persona negra, pasado una persona transexual… y acabaremos viviendo en el paraíso de Vallejo-Nájera, el doctor franquista, nuestro Mengele particular. Para que esto no vuelva a pasar no basta con hacer el boicot a la empresa de marras, necesitamos estar alerta ante otros posibles casos y no permitir, bajo ninguna circunstancia, que nos vuelvan a pisar porque, como decía Martin Niemöller en su famoso poema:“Cuando finalmente vinieron a buscarme a mi, no había nadie más que pudiera protestar.”
Os recuerdo siempre que por muy individualistas que seamos, no dejamos de ser una sociedad, un colectivo, y que debemos defendernos de quien nos quiere fuera. Que sean ellos quienes nos tengan miedo cuando piensen por un momento, decidir dejar fuera a nadie, por muy distinto que sea.