La experiencia de la discapacidad es tan diversa como lo somos los seres humanos. Nadie nos enseña a tener una discapacidad. Aprendemos a vivir con ella si es congénita o la asumimos, adaptándonos, si es sobrevenida. Cada quien afronta la discapacidad como algo personal e intransferible.
Sin embargo, parece que nos hemos instalado en un relato de tintes heroicos, que envuelve la vida de los que tenemos discapacidad. La tara o el defecto como acicate para la superación es la forma más aceptada para enfrentarse a los múltiples obstáculos, que encontramos cada día. Yo misma me he visto sorprendida apareciendo, junto a otras personas con discapacidad de gran proyección social, en un libro de texto de Lengua y Literatura, como ejemplo de superación. Los jóvenes estudiantes necesitan modelos inspiradores y que personas con una dificultad añadida lo seamos es indicador de cambio respecto a épocas pasadas, cuando las personas con discapacidad, si acaso, aparecíamos en un calendario benéfico y ya. Pero, como en todo, hay matices y diversos sentires.
Muy pocas personas se atreven públicamente al lamento, al reconocimiento de que la vida es más difícil si tienes como compañera de viaje a la discapacidad. En el mundo de la imagen y el postureo social, acrecentado por la exposición impúdica de nuestra vida en Facebook o Instagram, no queda bien reconocer que esto que nos ha tocado es, básicamente, duro.
Andrés Aberasturi lo dijo alto y claro hace años, rompiendo la tendencia que marca la inercia de lo socialmente aceptable, de lo políticamente correcto. Y es un ejercicio de higiene mental. Oiga, esto no me gusta y así lo digo. De poder haber elegido algo mejor para mi hijo, lo habría hecho.
Por eso, es un soplo de aire fresco leer a Paco Bescos, periodista y escritor, que ahora es, sobre todo, padre de una niña con parálisis cerebral. También lo dice alto y claro en Las manos cerradas (Ed. Silonia 2020). Sin victimismo. Sin drama, porque la cruda realidad se aleja de todo eso. Reivindica el derecho al lamento para comprender y afrontar lo que les ha tocado en el reparto de las cartas. Y cada persona encuentra su manera de jugarlas.
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