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Sobre este blog

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Derecho al lamento

Discapacidad y mascarilla

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La experiencia de la discapacidad es tan diversa como lo somos los seres humanos. Nadie nos enseña a tener una discapacidad. Aprendemos a vivir con ella si es congénita o la asumimos, adaptándonos, si es sobrevenida. Cada quien afronta la discapacidad como algo personal e intransferible.

Sin embargo, parece que nos hemos instalado en un relato de tintes heroicos, que envuelve la vida de los que tenemos discapacidad. La tara o el defecto como acicate para la superación es la forma más aceptada para enfrentarse a los múltiples obstáculos, que encontramos cada día. Yo misma me he visto sorprendida apareciendo, junto a otras personas con discapacidad de gran proyección social, en un libro de texto de Lengua y Literatura, como ejemplo de superación. Los jóvenes estudiantes necesitan modelos inspiradores y que personas con una dificultad añadida lo seamos es indicador de cambio respecto a épocas pasadas, cuando las personas con discapacidad, si acaso, aparecíamos en un calendario benéfico y ya. Pero, como en todo, hay matices y diversos sentires.

Muy pocas personas se atreven públicamente al lamento, al reconocimiento de que la vida es más difícil si tienes como compañera de viaje a la discapacidad. En el mundo de la imagen y el postureo social, acrecentado por la exposición impúdica de nuestra vida en Facebook o Instagram, no queda bien reconocer que esto que nos ha tocado es, básicamente, duro.

Andrés Aberasturi lo dijo alto y claro hace años, rompiendo la tendencia que marca la inercia de lo socialmente aceptable, de lo políticamente correcto. Y es un ejercicio de higiene mental. Oiga, esto no me gusta y así lo digo. De poder haber elegido algo mejor para mi hijo, lo habría hecho.

Por eso, es un soplo de aire fresco leer a Paco Bescos, periodista y escritor, que ahora es, sobre todo, padre de una niña con parálisis cerebral. También lo dice alto y claro en Las manos cerradas (Ed. Silonia 2020). Sin victimismo. Sin drama, porque la cruda realidad se aleja de todo eso. Reivindica el derecho al lamento para comprender y afrontar lo que les ha tocado en el reparto de las cartas. Y cada persona encuentra su manera de jugarlas.

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