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Cuatro días de caos: una DANA para la historia meteorológica peninsular

Daños provocados por el temporal

Carlos Puentes Luque

La atmósfera es caos; la meteorología, la ciencia que trata de ponerla en orden y anticiparse a sus consecuencias. Aquello del aleteo de la mariposa y sus efectos al otro lado del mundo. La DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) que ha azotado durante cuatro días consecutivos el arco mediterráneo peninsular, tuvo sus orígenes en el aleteo que los restos del huracán Dorian introdujeron en las capas altas de la troposfera a inicios de semana, para propiciar una suerte de empuje en el «Jet Stream» (Corriente en Chorro) que acabó derivando en el descuelgue de una masa de aire frío sobre la Península Ibérica.

De aquella interacción en capas altas hemos vivido sus consecuencias durante cuatro largos días, muchas de ellas, trágicas. Con seis víctimas mortales, escenas de pánico, poblaciones enteras literalmente anegadas y cuantiosos daños materiales, la DANA que entre el 11 y el 14 de septiembre de 2019 ha afectado al cuadrante suroriental de la Península va a pasar a convertirse, a falta de estudio oficial, como una de las más potentes y destructivas de la historia meteorológica desde que existen registros.

¿Qué es una DANA y por qué son tan peligrosas?

Una DANA no es otra cosa que una masa de aire aislada de su entorno atmosférico por diferencias de carácter físico, como una burbuja. De ahí su otra acepción tan vinculada al levante peninsular como es la ‘Gota Fría’. Lo que las hace particularmente peligrosas es precisamente ese aislamiento, que las convierte en erráticas y de difícil previsión. Además, el contraste térmico que suele ir asociado a estas áreas de baja presión, alimenta la energía potencial del fenómeno, que puede multiplicarse cuando se encuentra con entornos geográficos y temporales favorables.

Es el caso del Mediterráneo traspasado el mes de agosto, cuando las aguas superficiales del mar alcanzan su cenit, sirviendo de disparo y de ‘manantial’ para los mecanismos de formación de complejos convectivos o tormentas severas. La disposición o localización del centro de la DANA juega el último papel en el complejo combinado de variables físicas a tener en cuenta. La que nos ha afectado estos días lo tenía todo. Localizada en los primeros días frente al Mar de Alborán, el intenso flujo húmedo de componente este-oeste en el flanco superior de la DANA, ha ido inyectando agua precipitable hasta las capas bajas de la atmósfera, con un único destino en tierra, la Vega Baja del Segura, zona cero del episodio.

Los datos registrados hablan por sí solos. Los 451 litros por metro cuadrado que cayeron sobre la vertical de Orihuela el pasado jueves son el máximo exponente de un episodio para la historia, y aunque no vaya a superar registros históricos de otras ocasiones, posiblemente sí lo termine haciendo por su extensión, duración y efectos catastróficos. La lista de estaciones meteorológicas con precipitaciones torrenciales que superan los 100 litros por metro cuadrado en menos de 24 horas es interminable, salpicando casi todo el litoral suroriental de la Península.

La Agencia Estatal de Meteorología, a falta aún de un estudio oficial, ya empieza a apuntar precisamente a la extensión y magnitud del evento como punto clave. Un episodio “que superaría en adversidad al de noviembre de 1987”, en el que siete personas perdieron la vida, y los daños materiales y desbordamientos pasaron a la historia de la meteorología nacional.

¿Qué hubiese pasado hace 25 años?

Una afirmación más o menos unánime en el mundo meteorológico apunta al buen hacer de la Agencia Estatal de Meteorología y la colaboración con los cuerpos de emergencias ante los efectos de esta DANA. Los mensajes y avisos que desde AEMet se han estado lanzando mucho antes del comienzo del episodio han resultado, de buen seguro, claves para minimizar los efectos de las lluvias torrenciales en las zonas afectadas. Pensar en lo que hubiese ocurrido hace escasos 25 años ante el mismo fenómeno es un ejercicio de ciencia-ficción, pero del que se puede extraer alguna que otra reflexión.

Dos asuntos resultan claves en este sentido, la enorme mejora de los modelos de previsión, en especial con el desarrollo de modelos mesoescalares, y la implementación desde 2006 del Plan Nacional de Predicción y Vigilancia de Fenómenos Meteorológicos Adversos, METEOALERTA. Los primeros han supuesto un paso de gigante en la anticipación ante fenómenos locales, de pequeña escala, y en los que la financiación pública para su puesta a punto y mejora se ha traducido, literalmente, en minimizar riesgos sobre los ciudadanos.

Por su parte el plan METEOALERTA mediante el cual se lanzan avisos meteorológicos a la población, se ha convertido en un cauce sencillo de prevención inmediata, aunque aún no lo suficientemente implantado. Tal vez aquí el papel que deban jugar los medios de comunicación en su labor de servicio de información ciudadana, tenga aún mucho recorrido en colaboración con los sistemas de vigilancia y seguridad.

Otro cantar será el debe que mantiene el urbanismo español con su clima y su orografía, especialmente en zonas del litoral que alumbraron el cultivo del ladrillo como vía única de desarrollo estratégico. O la innata imprudencia de quienes se juegan el pellejo en situaciones de riesgo extremo, pero ante los que el ámbito meteorológico poco puede hacer.

El cambio climático como respuesta a todo

O por exceso o por defecto, el cambio climático y su crisis ambiental asociada se ha convertido en el comodín recurrente para justificar cualquier evento meteorológico. Aún no es posible atribuir fenómenos extremos al calentamiento global con carácter inmediato. Los ritmos climáticos son pausados, y sólo un estudio riguroso de atribución, donde se estudien periodos de retorno de eventos meteorológicos, variables físicas del entorno y sus anomalías estadísticas permitirán, a posteriori, confirmar o desmentir.

Lo que sí entra dentro de los escenarios planteados por el IPCC es la mayor ocurrencia de dichos fenómenos y su intensificación. Un Mediterráneo con tendencia a ir incrementando su temperatura superficial y una mayor oscilación del «Jet Stream» que favorezca la formación de estos fenómenos son elementos que sí empiezan a ser diferenciales en la asignación de consecuencias ligadas a una atmósfera cambiante.

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