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El camino sin retorno de Ascensión Mendieta: Madrid despide a la luchadora por la memoria

Decenas de personas se han congregado en el Cementerio Civil de La Almudena para despedir a Ascensión Mendieta.

Elena Cabrera

Delante del hueco aladrillado de la tumba de Ascensión Mendieta, Francisco Vargas Mendieta condensó la vida de su madre en un minuto. Dijo que si es verdad lo que dicen, Ascensión habría visto pasar todo aquello que él se dispuso a recordar, un minuto antes de morir.

Los flashes que agitarían su memoria comenzaban en una niñez junto a seis hermanos, sorprendida por la guerra. Al finalizar esta, abre la puerta a los verdugos de su padre. Se va de Sacedón (Guadalajara) a Madrid y allí duerme en una habitación con diez personas. Se hace sastra. Tiene unas manos magníficas, dice Francisco. Conoce el amor de su vida. Tiene cuatro hijos. “Todos estos momentos —dice su hijo— que ella va recuperando en tan corto espacio de tiempo, son motivos de felicidad para ella”. Pero, quitando eso, queda el dolor. “Siempre ha tenido el dolor, incluso en los últimos días que hemos estado con ella en el hospital, siempre recordaba a su padre, no sé cómo decirlo, era como un cáncer que la estaba carcomiendo desde que tenía 13 años”.

En el Cementerio Civil de La Almudena (Madrid), se han congregado varias docenas de personas para presenciar su entierro. Están reunidas alrededor de Francisco y otros miembros de la familia. Algunos de ellos ya habían estado allí, en ese preciso lugar, junto a Ascensión, en el entierro de su padre Timoteo Mendieta, el 2 de julio de 2017. Timoteo fue asesinado el 15 de noviembre de 1939, tras volver a su pueblo después de combatir en la guerra. Fue la represalia que los vencedores ejercieron sobre él por defender la República. Este martes 17 de septiembre, pasadas las cinco de la tarde, se cumple el deseo de Ascensión de ser enterrada junto a él.

Ana Messuti, su abogada, despide a Ascensión en el cementerio, con una mixtura de sentimientos, como muchos aquí esta tarde. “Siento mucha tristeza porque yo la veía, no con tanta frecuencia como habría querido, pero la veía frecuentemente. Había mucha amistad, mucho afecto. Sin hablar ya nos entendíamos. Por otro lado, siento mucha paz porque ella se va, se fue, si es que se fue, como ella quería, donde ella quería, enterrada en una tumba con el padre”.

Hace un calor intenso, como si el verano no se estuviera ya yendo. Ana se apoya en unas escaleras y dice, con cierta poética funeraria, que se quiere sentar “a la sombra más sombría”. Sonríe. Prosigue, con su voz calma y argentina: “Ella había sufrido personalmente muchísimo lo de su padre. Había abierto la puerta a los asesinos, a los que lo vinieron a buscar, y eso la marcó de por vida. Todo ese sufrimiento fue lo que alimentó también su lucha. Las dos hermanas no pararon, no cesaron”.

En los estrechos pasillos entre las tumbas de La Pasionaria, de Pablo Iglesias, de Marcelino Camacho, de Rosario La Dinamitera, de Blas de Otero o de Juan Modesto, General del ejército republicano, buscan sombra personas que conocieron a Ascensión por su lucha, por las entrevistas que concedió y en las que habló de su vida de manera tan elocuente. Muchos activistas de la memoria, personas que se sienten apeladas, directamente concernidas, aunque no hubieran conocido a Ascensión. No hay ningún representante institucional que venga a dar el pésame o esgrimir una disculpa, pero a tenor de las críticas que algunos de los presentes dirigieron a una corona de flores enviada por el PSOE, probablemente no habrían sido bienvenidos. Todos los que despedían a la luchadora antifranquista de 93 años sabían que todo lo que se había conseguido se había hecho a pesar del Gobierno español y con la ayuda de otros.

Con micrófono en mano, el hijo de Ascensión se lo explica así a todos: “mi madre, en los últimos momentos de este tránsito que es el túnel en el cual luego hay una luz, se debió de acordar, y bastante, de cómo unos señores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, voluntarios, pidiendo vacaciones en su empresa para poder sacar a Timoteo, y del director de la exhumación, René Pacheco, que ella llamaba ese chico tan majo porque no sabía cómo pronunciar su nombre”.

Fue la jueza María Servini, instructora de la querella argentina, la que ordenó esa exhumación. Ese fue el primer intento, en el que no se encontraron los restos. Unos meses después, se realizó una nueva prospección con la ARMH, gracias a la donación económica el sindicato de electricista noruegos Elogit. Su portavoz Henning Solhaug ha vuelto a España, como ya hizo durante los trabajos de exhumación en los que estuvo a pie de fosa, para la despedida de Ascensión. “Ella ha tirado del carro para muchas familias con desaparecidos”, explica, “era una mujer muy fuerte y ha sido un placer ayudar un poquito, como acto de solidaridad hacia todos los republicanos que lucharon contra el fascismo en los años 30, además algunos de ellos vinieron a Noruega a luchar contra los alemanes en los 40”.

La donación es una manera, explica, de dar las gracias a todos ellos. “Es una vergüenza que todos las personas inocentes que lucharon contra el fascismo hayan sido dejados de lado en la historia, que hayan sido olvidados y nadie en el poder y en el Gobierno quiera ayudarles. Nosotros hemos dado una ayuda muy pequeña pero no es suficiente”, dice Henning, quien confiesa que guarda un deseo: “esperamos que nuestra ayuda pueda despertar a los políticos en España”. Y añade: “quizá”. Esboza una sonrisa. Una mueca, quizá.

Henning acaba de hablar con Aitana Vargas, una de las nietas de Ascensión, que vive en Estados Unidos donde trabaja como reportera. “Es realmente increíble que el sindicato noruego decidiera apoyar la causa y entendieran la importancia que esta causa tiene no solo para España sino para todas las democracias”, explica. Aitana le ha contado una anécdota a Henning. Le ha dicho que la única compañía que tenía vuelos disponibles para que ella pudiera llegar a tiempo al entierro era Norwegian Airlines. “Siempre estarán allí los noruegos cuando los necesites, le he dicho”.

Aitana sabe que, aunque las ayudas lleguen de fuera, la fuerza motriz tiene que salir de dentro. “Mi abuela nos ha abierto el camino”, dice. “Es un legado tan importante el que mi abuela ha dejado para todos los españoles que ahora nos toca a los nietos tomar ese testigo y tratar de estar a la altura, porque lo que ha hecho es ejemplar. Estoy muy contenta de que haya podido ver cumplido su sueño gracias a la solidaridad de la gente y de algunos medios de comunicación también, algo que a mí, como periodista, me parece algo muy importante”.

La presencia de medios es abrumadora, sobre todo gráficos. Ascensión abrió su corazón a algunos de ellos. Cuando los sepultureros se disponen a sellar la lápida, preguntan a la familia si quieren dejar dentro alguna corona. Arrojan la que ha llevado la familia y la que ha enviado el programa de televisión El Intermedio, porque “ella los quería tanto”.

Hay otro ramillete que cae al interior de la fosa. Está hecho con fieltro y luce los colores de la bandera republicana. La mujer que lo deja caer lo ha hecho ella misma. Estuvo en los trabajos de exhumación de Timoteo Mendieta en Guadalajara y allí le regaló uno igual a Ascensión. Se sorprendió y se emocionó cuando, en el entierro de Timoteo, vio a aparecer a Ascensión con el ramillete de tela en la mano. Por eso está hoy aquí, desde temprano. Ha sido la primera en llegar. Ha dejado caer, con discreción, su regalo. Su homenaje. Los operarios de la funeraria colocan la pesada piedra y tapan el hueco. Inmediatamente después depositan encima las flores. Chon Vargas Mendieta, su hija, se inclina sobre la lápida y recoloca los ramos y coronas, con mucha delicadeza.

“Mucha gente dice que lo que Ascensión hace y nosotros hacemos —dice su hijo— es abrir heridas pero nuestras heridas honestamente ya están muy infectadas. Necesitamos dar un impulso a la memoria histórica y necesitamos sacar a todos aquellos que están en las fosas comunes en las cunetas. Necesitamos que se juzgue a las personas que cometieron actos de lesa humanidad en contra de personas que pensaban diferente a ellas”.

Este martes, en el Cementerio de la Almudena, se habla de una mujer pero mucho más se habla de la proyección política de su lucha. En los corrillos, tras los abrazos, en las esperas. Txema Urkijo, el que fuera responsable de Memoria de la Oficina de Derechos Humanos del Ayuntamiento de Madrid con el anterior Gobierno municipal, ha venido al camposanto. En muchas conversaciones se ondea una pregunta: qué pasará mañana. Cómo será la batalla sin Ascensión. Qué pasará si los gobiernos respaldan aún menos la todavía pendiente reparación a las víctimas del franquismo.

Urkijo piensa que la memoria tiene sus ciclos. Estuvo en “encefalograma plano”, luego “se dispararon las expectativas”, que posteriormente se moderaron, “pero fue avanzando poco a poco” y ahora “han vuelto a caer”. “Yo creo que va a haber un retroceso importante en relación a lo que se hizo en la legislatura pasada pero tengo la esperanza de que haya un hilito por ahí que se conserve”, como por ejemplo la instalación de las Stolpersteine en recuerdo de los deportados republicanos en los campos de concentración nazis, una iniciativa en la que la mujer del ramillete de fieltro está implicada. “Ese es el pequeño hilo que puede seguir, pero tengo mis dudas respecto a las demás iniciativas de memoria histórica en el Ayuntamiento de Madrid, no creo que sigan, no soy muy optimista”, dice.

En sus palabras de agradecimiento y recuerdo a su madre, Francisco termina de contarnos cómo imagina él ese minuto final. “Ascensión, en el último momento en el que se aproximaba al túnel, seguro que algo la abrazó, algo la besó, y juntos emprendieron el camino de no retorno, el camino que lleva al sueño eterno. Ascensión descansa en paz, te lo mereces”.

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