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La escuela segregada por sexos avalada por el Constitucional fomenta los estereotipos y legitima el machismo

Una alumna en un colegio en una foto de archivo

David Noriega

“Me parece curioso que se plantee esa cuestión, cuando lo que habría que plantearse es si la segregada tiene alguna ventaja”, responde al otro lado del teléfono la catedrática de Teoría e Historia de la Educación de la Universidad de Granada, Pilar Ballarín al ser preguntada por los beneficios de la escuela mixta. El Tribunal Constitucional acaba de avalar la financiación con dinero público de centros que separan al alumnado por sexos. Una decisión respaldad por aquellos que defienden que implica un “mejor rendimiento intelectual”, como ha hecho el obispo de la diócesis Sigüenza-Guadalajara o que se trata de un “ejercicio de libertad”, según el Ministro de Educación Iñigo Méndez de Vigo.

El debate responde, en palabras de la catedrática emérita de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona, Marina Subirats, a un interés de la Iglesia por “frenar el proceso de liberalización de las mujeres”, que se acentúa “cada vez que tenemos un Gobierno conservador, que vuelve con la matraca de la educación segregada”. Precisamente, esta experta en temas educativos y de género señala que “a partir de la implantación de la escuela mixta en los años 70, el aumento del nivel educativo de las mujeres dio un salto muy grande”.

Como principal ventaja de la escuela mixta, Geles García, directora de un colegio público y docente con más de 25 años de experiencia, señala que a niños y niñas se les ofrecen herramientas para enfrentarse a la vida. “La responsabilidad de la escuela es la educación en competencias para capacitarles para una vida en la sociedad actual. Como parte de esas competencias están las habilidades sociales y, si los separamos, les estamos privando de una parte de ellas”, justifica. Un argumento con el que coincide Milagros Madiedo, directora de un instituto público: “La educación segregada se opone a la actividad diaria en la sociedad”.

Ballarín recuerda que “educar igual a hombres y mujeres es la primera de las reivindicaciones del feminismo desde el siglo XIX”. No en vano, “la educación segregada se buscó en un momento en el que la sociedad consideraba que las tareas de hombres y mujeres eran diferentes y debían ser así por naturaleza”, recalca Subirats. Por eso, hoy en día, “la educación mixta favorece la igualdad real”, según Madiedo.

Más allá de estar juntos en clase

No obstante, las expertas consultadas coinciden en señalar, en palabras de la catedrática de Historia de la Educación de la Universidad de Sevilla, Consuelo Flecha, que “el objetivo último no debe ser que los centros sean mixtos, sino un paso más hacia la coeducación, ya que todavía estamos lejísimos de lo que un centro debe proporcionar a un niño y una niña, porque existen diferencias que queremos que continúen siendo elegidas y elegibles por unos y por otras, y que no supongan estereotipos ni discriminación”.

Es decir, no basta con que niñas y niños estén juntos en clase; debe haber una intervención para identificar y corregir las discriminaciones y racionalizar igual todas las conductas que se produzcan. ¿Por ejemplo? “En los libros de texto apenas aparecen mujeres, por lo que las niñas no tienen referentes; o en los patios quienes ocupan el centro son los chicos con los balones, mientras que las chicas no tienen donde jugar”, explica Subirats.

“Aún estando juntos, existen prejuicios, pero lo mejor es que esos prejuicios afloren en la escuela”, señala Ballarín, para corregirlos cuanto antes. De esa forma, se podría explicar sobre un concepto real, cómo se están construyendo diferencias en la práctica. Para García, el argumento que esgrimen los defensores de la segregada de que separar por sexos supone que no existan esos prejuicios en el aula es, simplemente, “una forma de eliminar un problema que no va a dejar de estar ahí”. Algo que abarca también la violencia contra las mujeres, recalca Flecha: “Hasta hace poco, un niño le subía la falda a una niña y lo que se le decía era ‘no seas pícaro’; eso es violencia y hay que prevenirla ya desde los tres años”.

“Tanto hombres como mujeres tenemos componentes femeninos y masculinos y lo interesante es poder cultivarlos todos”, señala Subirats, para quien “el hecho de convivir permite intercambiar formas de ser” y mitigar los roles de género: “En la escuela victoriana, los chicos se mataban; mientras con las chicas podría ocurrir lo contrario, que todo tenga que ser mono, rosa…”. Por eso, para Madiedo la educación mixta es la mejor opción “si queremos fomentar que los roles no sean tan marcados y que tiendan a hacer aquello que más les gusta”.

¿Una pseudociencia?

Unos gustos que pueden verse influenciados por el efecto Pigmalión: “Cuando tienes las expectativas de que un grupo va a responder bien, es más probable que ese grupo acabe respondiendo mejor que otro sobre el que tenías expectativas bajas”, explica García. Esto puede agravar, por ejemplo, que en los centros que segregan los chicos se decanten más por unas ramas de estudio y las chicas, por otras, respondiendo a las expectativas que culturalmente se tienen sobre ellos y ellas.

Respecto a los estudios que defienden un mejor rendimiento académico en las escuelas segregadas, Ballarín señala que “salen para defender la no mixta, porque la mixta está justificada en sí misma” y pone en duda su validez científica. Unas dudas que recalca también Subirats: “Se presentan investigaciones con escuelas de élite, principalmente del opus, a las que acuden familias de alto nivel cultural y económico, por lo que estás mezclando la variable de clase con la de género”.

En un artículo publicado por la revista Science, una de las más prestigiosas del mundo, en 2011 ya se hablaba de este asunto. Titulado The Pseudoscience of Single-Sex Schooling (La pseudociencia de la segregación por sexos en la educación), en su prólogo sentenciaba que no existe ninguna investigación diseñada correctamente que demuestre que la educación segregada mejora el rendimiento pero sí que potencia los estereotipos y legitima el sexismo institucional.

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