¿Puede la arena artificial resolver la crisis global de este recurso tan usado en la construcción? La experiencia de China apunta en esa dirección
La arena no es infinita y su extracción masiva pone en evidencia los límites de un recurso que parecía inagotable. El consumo global para fabricar cemento y asfalto alcanza decenas de miles de millones de toneladas cada año, lo que ha provocado un desequilibrio en ríos y costas que ahora muestran sus efectos.
El agotamiento de este material ha pasado de ser un asunto técnico a convertirse en un desafío ambiental y económico. En este contexto surgió una experiencia decisiva que transformó la manera de construir en China.
La extracción de arena destapa un problema global que avanza sin freno
China adoptó la arena artificial como respuesta a la escasez y al encarecimiento de la arena natural. El proceso consistió en triturar mecánicamente rocas o reutilizar desechos mineros para generar un grano útil en la construcción. Este material empezó a extenderse a partir de 2010 y en pocos años sustituyó a la arena fluvial como recurso principal en el país con más obras de infraestructuras del planeta.
El impacto ambiental de la extracción intensiva había generado consecuencias graves mucho antes de ese cambio. Quitar arena a ríos y playas incrementaba la erosión y elevaba el riesgo de inundaciones. Los ecosistemas acuáticos sufrían pérdidas de biodiversidad, y las poblaciones costeras veían amenazadas tanto sus viviendas como sus cultivos. Además, los acuíferos cercanos quedaban afectados por la reducción del nivel freático, lo que complicaba el acceso a agua potable para comunidades humanas y animales.
La posibilidad de usar arena del desierto, tantas veces mencionada como solución simple, se descartó por su forma. Los granos moldeados por el viento son demasiado redondeados y no consiguen fijarse con el cemento, lo que resta resistencia al hormigón. En cambio, la arena de origen fluvial o costero, con aristas y textura áspera, garantiza una unión firme en las estructuras de hormigón.
Un estudio publicado en Nature Geoscience examinó el consumo en China entre 1995 y 2020 y constató una transformación de escala monumental. La producción de arena artificial empezó de manera discreta en los 2000, pero tras 2010 su adopción creció con rapidez. El suministro de arena natural había tocado techo y la industria volcó su esfuerzo en la alternativa sintética.
El suministro artificial se disparó en China y relegó la extracción natural a un papel residual
Los investigadores comprobaron que la producción de arena artificial aumentaba un 13% cada año tras 2010. El resultado fue un vuelco absoluto: en 2020 la arena natural representaba solo el 21% del suministro, frente al 80% registrado una década antes. “La oferta general de la arena de China ha aumentado en aproximadamente un 400% en el período de estudio, pero el porcentaje de arena natural cayó de aproximadamente el 80% a aproximadamente el 21% debido al creciente uso de la arena artificial”, indicaron los autores del informe.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente había advertido previamente del problema. Pascal Peduzzi, investigador de la entidad, explicó a la BBC que “no podemos extraer 50.000 millones de toneladas por año de ningún material sin causar enormes impactos en el planeta y, por lo tanto, en la vida de las personas”. La frase subrayaba un riesgo que China había experimentado en carne propia antes de encontrar un camino alternativo.
La experiencia china demuestra que el recurso artificial puede sostener proyectos a gran escala, aunque persisten dudas sobre sus límites. La producción depende todavía de canteras y de la actividad minera, lo que obliga a medir sus costes ambientales y a preguntarse si es viable trasladar este modelo a otros países con contextos diferentes. El futuro de la construcción mundial se juega en esa balanza, que pesa tanto como los millones de toneladas que aún se extraen cada año.
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