No, no tienes el paladar atrofiado, ¡es normal que el cilantro te sepa a jabón!

Cilantro

Adrián Roque

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Pocas hierbas generan una reacción tan visceral como el cilantro. O lo amas o lo odias con una intensidad difícil de explicar. Para algunos es fresco, cítrico y esencial; para otros, directamente incomible. Si alguna vez has pensado que el cilantro sabe a jabón, puedes respirar tranquilo: no es una manía, no es sugestión y, desde luego, no es culpa tuya.

El debate lleva años circulando por internet, con comunidades enteras dedicadas a detestarlo y otras tantas defendiéndolo como un pilar de la cocina mundial. Lo curioso es que esta polarización no existe con otras hierbas. Nadie discute así el perejil o la albahaca. Con el cilantro, en cambio, el rechazo suele venir acompañado de descripciones muy concretas: jabón, zapatos húmedos, incluso orina de gato. Todo bastante gráfico.

El sabor del cilantro y los aldehídos

La clave del asunto está en la química. El sabor del cilantro se debe, en gran parte, a un grupo específico de compuestos llamados aldehídos cilantro. Estos compuestos orgánicos también están presentes en productos como el jabón o algunos detergentes, lo que explica la asociación inmediata que hacen ciertas personas.

Aquí está la trampa: esos mismos aldehídos son los responsables de que, para otros paladares, el cilantro resulte fresco y agradable. Es decir, no hablamos de dos plantas distintas, sino de dos percepciones radicalmente opuestas de los mismos compuestos. El cilantro no cambia; cambia quien lo prueba.

Esta es la razón por la que convencer a alguien de que “en realidad está buenísimo” suele ser una batalla perdida. Si tu cerebro interpreta esos aldehídos como jabón, no hay aliño ni receta que lo arregle.

Genética y cilantro: cuando el ADN manda

Durante años se pensó que el rechazo al cilantro era cultural o aprendido. Que bastaba con acostumbrarse. Pero la ciencia ha venido a complicar la cosa. Hoy sabemos que existe una relación clara entre el rechazo al cilantro y la cilantro genética.

Varios estudios han identificado una variación en un gen olfativo concreto, el gen OR6A2, que influye directamente en cómo percibimos ciertos aldehídos. Las personas con una variante específica de este gen son especialmente sensibles a esos compuestos y los interpretan como un sabor jabonoso.

Dicho de otra manera: si tienes esa variante genética, es muy probable que el cilantro sabe a jabón desde el primer contacto, y no porque seas tiquismiquis, sino porque tu sistema olfativo funciona así. Estudios con gemelos refuerzan esta idea. Los gemelos idénticos coinciden mucho más en su rechazo o aceptación del cilantro que los gemelos no idénticos, lo que apunta claramente a un componente hereditario.

Cultura, historia y rechazo al cilantro

La genética explica mucho, pero no lo explica todo. La historia también tiene algo que decir. Investigaciones históricas muestran que el cilantro fue progresivamente rechazado en la cocina europea a partir del siglo XVI. No por falta de sabor, sino por asociaciones culturales negativas.

El propio nombre de la planta proviene del griego koris, que significa “bicho”. Su similitud con las chinches llevó a vincular su aroma con algo sucio o desagradable. En una Europa especialmente sensible a los olores, esta asociación fue suficiente para desterrarlo de muchas cocinas durante siglos.

Mientras tanto, el cilantro siguió siendo fundamental en otras tradiciones culinarias, como la mexicana, la de Oriente Medio o la del sur de Asia. No es casualidad que los estudios indiquen que en estas culturas el rechazo al cilantro es mucho menor. Crecer con él en la mesa no cambia tu ADN, pero sí puede suavizar la experiencia y hacerla familiar.

Entonces, ¿te puede gustar el cilantro algún día?

Depende. Si tu rechazo se debe sobre todo a una sensibilidad genética ligada al gen OR6A2, es poco probable que acabes adorándolo. Puedes tolerarlo en pequeñas cantidades o en platos muy especiados, pero difícilmente será tu hierba favorita.

Si el rechazo es más cultural o aprendido, hay margen. La exposición repetida, en contextos positivos, puede cambiar la percepción. Pero aquí conviene ser honestos: no todo es cuestión de educación del paladar. A veces, simplemente, el cuerpo manda.

Lo importante es entender que el sabor del cilantro no es una prueba de sofisticación ni de falta de ella. No te hace mejor ni peor comensal. Solo te hace distinto.

Así que la próxima vez que alguien te diga que “el cilantro es maravilloso” mientras tú piensas en una pastilla de jabón, ya tienes la respuesta. No es drama, no es rareza y no es culpa tuya. Es ciencia. Y, por una vez, la ciencia te da la razón.

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