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The Guardian en español

Trump quiere permitir que los coches contaminen más, pero lo tiene bastante complicado

El principal problema para los fabricantes es que la gasolina es demasiado barata

Dana Nuccitelli

La Agencia de Protección Ambiental de EEUU, EPA en sus siglas en inglés, anunció la semana pasada que iba a derogar los estándares de eficiencia del combustible que se pusieron en marcha durante la Administración de Obama y que los remplazará por requisitos más flexibles. La EPA también ha amenazado con revocar las competencias que la Ley de Aire Limpio concede a California para imponer sus propios estándares de gases de efecto invernadero. Si lo hace, el fiscal general de California demandará a la EPA.

Esta demanda tendría un largo proceso judicial durante años y, mientras tanto, los estándares más estrictos de California seguirían vigentes. Otros 12 estados han adoptado estos estándares que, junto a California, representan un tercio de las ventas de coches nuevos en EEUU. Estándares federales más flexibles en torno al combustible no ayudarían mucho a la industria automovilística de EEUU si no se pueden aplicar a un tercio de las ventas nacionales.

La Administración de Obama puso en marcha controles más estrictos después de que el Gobierno federal se viera obligado a rescatar a la industria del automóvil. Golpeados por la recesión global de 2008 y por un repunte en el precio del combustible, los fabricantes de automóviles de EEUU, cuyos diseños eran menos eficientes que el de sus competidores extranjeros, se encontraban en una situación financiera crítica.

La industria automovilística aceptó el rescate federal y no luchó contra los estándares de eficiencia más estrictos, hasta que Donald Trump llegó a la Casa Blanca. California también aceptó dichos estándares en 2008 y ahora quiere usar la autorización que le da la Ley de Aire Limpio para mantenerlos.

La industria del automóvil ha sostenido que los bajos precios de la gasolina son el problema, pero ese no es un problema que quieran resolver. De hecho, los fabricantes de automóviles de EEUU están en camino de cometer los mismos errores que llevaron al colapso de esta industria hace una década:

La gasolina estadounidense es demasiado barata

Aparte de Rusia, ningún país desarrollado tiene los precios de la gasolina tan baratos como EEUU. El precio en Australia es el que más se acerca, aunque es un 35% más cara que la gasolina estadounidense. Los precios de Canadá son un 46% más caros y en Europa es más o menos el doble de caro.

La queja principal de los fabricantes es que no pueden cumplir con los estándares bajos porque el hecho de que el precio de la gasolina sea tan bajo está provocando que más y más estadounidenses quieran adquirir camiones y todoterrenos que funcionan con gasolina. El problema no es tecnológico: todas las grandes marcas ofrecen una gama de vehículos híbridos, híbridos que se enchufan y completamente eléctricos, pero a día de hoy solo representan un 3% de las ventas de coches en EEUU.

También es importante señalar que los precios de los combustibles de EEUU son artificialmente bajos porque no reflejan los costes asociados a los daños del cambio climático. Esto se conoce como el 'coste social del carbono', el dinero que pagan los contribuyentes para costear los daños adicionales provocados por desastres naturales intensificados por el cambio climático como por ejemplo los huracanes, las inundaciones, las sequías, las olas de calor etc.

Los economistas denominan a estos costes 'externos' porque no están reflejados en el precio de mercado de los combustibles fósiles. Poner precio a este tipo de contaminación es de manual y el 95% de los economistas apoyan tanto el precio de la contaminación del carbono así como los estándares en torno a las normas de eficiencia de los combustibles.

La solución no podría estar más clara, pero se trata de una de la que la mayoría de los estadounidenses no quiere oír hablar: la gasolina debería ser más cara.

Un impuesto al carbono como solución

Los fabricantes admiten que el problema es la demanda de los consumidores de vehículos que gastan mucha gasolina. Los conservadores, por su parte, admiten estar preocupados por la cada vez mayor deuda nacional (a pesar de haber aprobado un recorte fiscal de un billón de dólares). Los defensores del medio ambiente y los científicos quieren erradicar la contaminación del carbono. Donald Trump está preocupado por el deterioro de la infraestructura de EEUU. Los estándares más estrictos ahorrarían 1,7 billones de dólares en combustible para el año 2015: comprar coches ineficientes cuesta dinero a los estadounidenses.

Implementar una tasa sobre la contaminación del carbono podría solucionar todos estos problemas.

  • Aumentaría los precios del combustible, lo que haría que aumentase la demanda de los consumidores de coches de bajo consumo, permitiendo de este modo que los fabricantes puedan cumplir fácilmente con los estándares más rigurosos.
  • Tener flotas de bajo consumo también protegería a los fabricantes de EEUU la próxima vez que los precios de la gasolina tengan un repunte y que la demanda de coches más económicos aumente, como sucedió en 2008.
  • Al reducir el consumo de combustible, una tasa sobre el carbono podría reducir la contaminación por carbono en EEUU, algo que ayudaría a abordar el cambio climático.
  • Se generarían enormes ingresos que se podrían utilizar de diferentes maneras como reducir el déficit, recortar otros impuestos o financiar proyectos de infraestructura.
  • O, para atenuar el impacto financiero del aumento de los precios del combustible en las finanzas de los estadounidenses, los ingresos podrían ser devueltos de manera parcial o total a los contribuyentes. Esto estimularía el crecimiento económico.

En definitiva, es el tipo de política que deberían apoyar todos aquellos que buscan lo mejor para EEUU a largo plazo. Desafortunadamente, no es lo que quieren los protagonistas de esta historia.

Un intento de pactar con el diablo

Los fabricantes de coche no abogan por un impuesto sobre el carbono porque sus modelos más rentables son camiones y todoterrenos ineficientes. Esto es lo que dijo un portavoz de este grupo de fabricantes a Los Angeles Times: “Los fabricantes necesitan vender los vehículos que los clientes necesitan hoy para financiar los cambios tecnológicos y los procesos hacia el vehículo eléctrico y autónomo que se esperan en el futuro”.

Esta es una forma amable de decir que los fabricantes quieren maximizar sus ganancias a corto plazo vendiendo devoradores de gasolina. Así que, en lugar de replantearse lo anterior, contrataron a un grupo para que presentase un informe que niega el cambio climático a la EPA y pidieron a su máximo responsable, Scott Pruitt, que negociase estándares para California menos rigurosos. El New York Times ha informado de que las negociaciones continúan de forma discreta, pero hasta el momento los comentarios de Pruitt no han sido muy alentadores.

De hecho, la notificación de la EPA en la que se deroga el estándar fijado anteriormente ni si quiera menciona el cambio climático o la salud pública, que son los principales factores en los que se apoya la normativa. En su lugar, Pruitt simplemente recortó el estándar federal y amenazó con llegar hasta el final y revocar la capacidad de California de establecer sus propios estándares. California respondió amenazando a la EPA con llevarla a los tribunales. Los fabricantes de coches no están nada contentos con todo esto.

Pero es culpa de ellos confiar en un administrador de la EPA que saben es un títere e ideólogo de los combustibles fósiles, en lugar de defender un impuesto sobre el carbono beneficioso para todos. Este impuesto les perjudicaría a corto plazo en sus beneficios, aunque otorgaría a la industria estabilidad y seguridad a largo plazo. En cambio, es muy probable que tengan que lidiar con la incertidumbre de un proceso judicial y con los requisitos para cumplir con dos legislaciones diferentes.

Esto es lo que dijo la presidenta de la Junta de Recursos del Aire de California Mary Nichols el año pasado: “Quiero dirigirme a los representantes de la industria que están aquí para preguntarles ¿en qué estaban pensando cuando se arrojaron en brazos de la Administración Trump para que les resolviera sus problemas?”.

En declaraciones públicas, las marcas de coches y las petroleras apoyan un impuesto sobre el carbono. General Motors, ExxonMobil, Shell, Total y BP son incluso miembros fundadores del Consejo de Liderazgo Climático –un grupo dirigido por veteranos dirigentes del Partido Republicano, pero también apoyado por personalidades como Stephen Hawking, Steven Chu y The Nature Conservancy, una organización sin ánimo de lucro que tiene como objetivo implementar un impuesto sobre el carbono neutral con respecto a los ingresos.

Sin embargo, cuando se ha presentado una legislación similar en el Congreso, las petroleras y la industria de automoción se han negado a apoyarla, y los legisladores republicanos inevitablemente la han rechazado.

En este caso, la industria de automoción trató de eludir el problema manteniendo los beneficios a corto plazo asociados a la venta de automóviles muy contaminantes. Pero en lugar de esto, se van a terminar quemando. Todavía tienen que cumplir con los rigurosos estándares de California, a pesar de la demanda relativamente baja de vehículos económicos porque los precios del combustible son artificialmente baratos. Así que tendremos que seguir esperando a que suficientes republicanos apuesten por un impuesto sobre el carbono que satisfaga a todos.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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